Como adultos y progenitores tenemos la oportunidad de facilitarles herramientas de gestión emocional y acompañarles en su proceso; ayudarles a crear una base afectiva sólida que retroalimente las aptitudes cognitivas que marcan su educación escolar.
“Cuando los adultos no toman en cuenta los sentimientos de sus hijos, estos terminan pensando que sus emociones no son importantes”, señala Linda Lantieri, educadora y experta en aprendizaje social y emocional
Si empleamos de forma regular la amenaza verbal o el castigo como estrategias educativas cada vez que nuestros niños muestren una emoción, les empujamos a que asocien dicha muestra con una consecuencia indeseada. De tal modo, promovemos, y en muchas ocasiones sin desearlo o desde nuestra mejor intención, que escondan y mantengan en su interior sus emociones sin haber adquirido todavía habilidades para gestionarlas. . Sin desarrollo de dichas habilidades, nuestros pequeños se convertirán en adultos con escasez y desequilibrios en habilidades socio-emocionales, algo que, por otra parte, cada vez es más reconocido y demandado en el ámbito empresarial.
La represión emocional que procede de este tipo de asociaciones, suele concluir con episodios de ira, gritos, pataleos, lloros, golpes compulsivos y un amplio repertorio de manifestaciones emocionales descontroladas que seguro, como padres, habremos presenciado en algún momento
Como adultos y progenitores tenemos la oportunidad de facilitarles herramientas de gestión emocional y acompañarles en su proceso; ayudarles a crear una base afectiva sólida que retroalimente las aptitudes cognitivas que marcan su educación escolar.
Durante mucho tiempo, los profesionales de la educación y los padres han estado preocupados por las calificaciones de los educandos, el fracaso y el absentismo escolar o la nota que le convierte en “apto o no apto” para el siguiente curso, modalidad o carrera universitaria. Recientemente están comenzando a darse cuenta de que existe una carencia mucho más apremiante y que afecta a todos los niveles de la personalidad incluyendo, por supuesto, el ámbito socio-educativo: la alfabetización emocional. No obstante, aunque se siguen haciendo esfuerzos notables para mejorar el rendimiento académico, el interés por la educación afectiva y emocional no es, ni de lejos, proporcional al énfasis del área cognitiva.
Es comprensible que muchos profesores se sientan sobrecargados por un programa escolar excesivamente repleto de contenidos y nuevas materias como para dedicar “un tiempo extra” a la educación emocional. Por ello, una de las estrategias que comienzan a darse en la actualidad no consiste tanto en crear una nueva asignatura de inteligencia emocional como yuxtaponer las materias ya existentes con lecciones de educación emocional. Sentimientos y emociones impregnan nuestro día a día; nuestras decisiones son tomadas y valoradas considerando nuestra parte emocional; nuestras reacciones ante las noticias son unas u otras en función del estado emocional en que nos encontremos, ¿Por qué entonces desvincularlas de cuanto acontece en la vida?
Si queremos formar parte de esta estrategia educativa para nuestros hijos, necesitamos encontrar experiencias y modelos educativos positivos que nos enseñen a vivir de un modo más integrado.