Para que la alfabetización sea óptima serán necesarias condiciones previas, que nada tienen que ver con la maduración para la lectura y escritura o requisitos de tipo mecanicistas, lo que necesitan es crecer rodeados de cosas para leer, rodeados de materiales que les permitan realizar múltiples actividades gráficas, rodeados de personas que les puedan leer y que puedan responderle a sus interrogantes e inquietudes.
“Pero para que la lengua escrita pueda realizar estas funciones, es preciso que cumpla con ciertos requisitos. La lengua escrita, para ser útil, tiene que respetar reglas estructurales y de funcionamiento muy precisas: la lengua escrita tiene una fonología, una morfosintaxis, una semántica y una pragmática específicas, es decir, tiene una gramática propia. Si no se respeta esa gramática, la lengua escrita no sirve como tal, no cumple con sus funciones, al quedar reducida a lo que jamás fue, ni es, ni será nunca: una mera transcripción de la lengua hablada” (Sánchez, 2001)
Para que un sujeto tenga un proceso de alfabetización de calidad que lo convierta en un lector fluido y competente es necesario considerar a este proceso no como un proceso de aprendizaje que sólo se desarrolla en la escuela, sino como el resultado de adquisiciones lingüísticas y cognitivas que son el producto de elaboraciones y conceptualizaciones que el niño realiza de una manera activa, indagando ese fenómeno que tiene delante de sí, intentando comprenderlo y apropiándose de él, desde antes del inicio escolar; en base a las informaciones que el medio le brinda y cuando en ese medio la practica de la lectura y escritura es una practica social que tiene sentido para quienes la realizan. (Ferreiro, 1997)
Para que los niños aprendan a leer y escribir de un modo eficaz, sin obstáculos y con gran riqueza, es preciso que tengan un contacto significativo con la lengua escrita y la lectura. Este contacto significativo implica la interacción e intermediación con adultos usuarios competentes de la lengua escrita, que brindan de un modo natural información de índole lingüística: lexical, semántica, morfológica y sintáctica que es inestimable en cuanto a calidad para el proceso que un niño está realizando. De este modo la lengua escrita no representa una materia más del currículum escolar sino que se convierte en una verdadera práctica social a la que el niño se incorpora desde las edades más tempranas, logrando no tan sólo la correspondencia fonema grafema sino que implica su incorporación al mundo de lo escrito. (Sánchez, 2002)
Para que la alfabetización sea óptima serán necesarias condiciones previas, que nada tienen que ver con la maduración para la lectura y escritura o requisitos de tipo mecanicistas, lo que necesitan es crecer rodeados de cosas para leer, rodeados de materiales que les permitan realizar múltiples actividades gráficas, rodeados de personas que les puedan leer y que puedan responderle a sus interrogantes e inquietudes.
Nuestras investigaciones sobre la apropiación de la lengua escrita en los sordos nos permiten inferir que los niños se plantean conflictos con ese objeto de conocimiento cuando lo tienen frente a sí, elaboran conceptualizaciones sobre la lengua escrita de un modo similar al de sus pares oyentes; sus primeras producciones escritas siguen etapas evolutivas como las señaladas en los estudios de Ferreiro (1988). Escriben y le otorgan significados a sus producciones escritas; intentan desentrañar las producciones escritas de sus pares y señalan los errores por ellos observados; procuran corregirse si se les plantea la duda y todo esto aún antes de haber comenzado un proceso formal de aprendizaje de la lengua escrita.
Hemos observado en pequeños sordos, en forma muy clara, producciones donde aún no están presentes las letras pero los garabatos que indican escritura son diferentes a los dibujos. (Imagen 1y2)
imagen 1 y 2