Aprender a leer es aprender la relación entre lenguaje hablado y su representación impresa. Cuando los niños oyentes se aproximan a la tarea de aprender a leer la mayoría tiene competencias para hablar y escuchar. Su caudal de experiencias con el lenguaje oral les provee de un vocabulario extenso, competencias sintácticas considerables y una rica base semántica.
Asensio y Gomis (1997) señalan que conseguir el dominio de las relaciones de transformación grafema-fonema, es decir ser capaz de entender los grafemas y traducirlos a sus sonidos correspondientes, supone el manejo del principio alfabético. “Los niños tendrán que aprender que el lenguaje oral puede ser analizado y trascrito al lenguaje escrito según unas claves de re-escritura en las que el alfabeto es el elemento fundamental (...) En la comprensión del principio alfabético juega un papel fundamental las habilidades metalingüísticas, es decir, nuestra capacidad para reflexionar sobre el lenguaje” (pp.25). Argumentan, además que las operaciones de rima, segmentación silábica y segmentación fonémica están estrechamente relacionadas con la lectura, ya que en el fondo suponen la capacidad para manejar con rapidez el código alfabético. Terminan señalando que los procesos básicos de segmentación y de traducción grafema-fonema, requieren de un aprendizaje explícito y de un entrenamiento sistemático para llegar a obtener una adecuada fluidez.
Asimismo, como expresan Alegría y Morais (1991) la adquisición de la lectura requiere el descubrimiento del principio alfabético, que implica conocimiento segmental. Este conocimiento parece ser al mismo tiempo, causa y consecuencia de la adquisición de la lectura. Para estos autores el aprendizaje de la lectura es una tarea compleja, que requiere la integración de un tipo de información completamente nuevo contenido en el sistema ortográfico. El fracaso en el aprendizaje de la lectura puede deberse a un sinnúmero de razones relacionadas con la complejidad del proceso y entre ellas, una de las mayores dificultades, es la relacionada con el análisis segmental. Los lectores con malas habilidades para realizar este tipo de análisis son, sin lugar a dudas, malos lectores.
Aprender a leer es aprender la relación entre lenguaje hablado y su representación impresa. Cuando los niños oyentes se aproximan a la tarea de aprender a leer la mayoría tiene competencias para hablar y escuchar. Su caudal de experiencias con el lenguaje oral les provee de un vocabulario extenso, competencias sintácticas considerables y una rica base semántica. De este modo, en el comienzo de su proceso de aprendizaje de la lectura aprenden la forma en que el lenguaje oral actúa sobre el lenguaje escrito. Los niños oyentes se mueven con facilidad entre las formas fonológicas y semánticas de las palabras exigidas en las tareas de hablar y escuchar, y también entre las palabras y sus formas ortográficas requeridas para la lectura y la escritura. De esta manera, una de las mayores tareas que enfrentan los lectores novatos con audición normal, es aprender la relación entre el habla y las formas escritas de las palabras. Por lo tanto, para las personas oyentes el conocimiento de las palabras habladas y escritas está interrelacionado. La lectura implica relacionar las palabras habladas con las escritas y existe evidencia que el análisis de los fonemas de las palabras habladas está influenciado por el acceso a la representación escrita de éstas (Alegría y Morais, 1991).