Frente a todo eso entendemos que es extremamente necesario desarrollar una nueva mentalidad frente la tartamudez de los niños. Esa nueva mentalidad establece que es necesario respetar y comprender la tartamudez como lugar de subjetivación. Así, es necesario comprenderla como algo natural que tiene que existir para que se pueda hablar y que al mostrarse necesita solamente ser aceptada, para que no se destruya la necesaria confianza en el habla que permite a una persona hablar como tiene que ser: espontáneamente.
Esa nueva manera de comportarse al hablar incrementa el número de tartamudeos porque, justamente, ellos son anticipados. Además les añade tensión, porque el sentimiento de miedo de hablar lleva a la persona, inconscientemente, a producir de manera tensa los diversos gestos correspondientes a los sonidos del habla. A todo eso frecuentemente se pueden sumar todavía movimientos en diversas partes del cuerpo (fruncir el ceño, cerrar los ojos, hacer movimientos bruscos con la cabeza, con los brazos o piernas) que el niño emplea como una forma de intentar soltar los sonidos que inconscientemente está reteniendo por miedo de hablar. Esta forma de hablar se automatiza, porque la automaticidad es inherente a la naturaleza del habla y, de esta manera, oculta todo el proceso por medio del cual se instaló, pareciendo ser simplemente un defecto del habla.
La tartamudez sufrimiento es un nuevo modo de funcionamiento del habla que no elimina el modo anterior. El modo anterior se refiere al hablar fluente que conlleva un tartamudeo natural, sin anticipaciones, sin sufrimiento. Las dos maneras conviven dejando perpleja a la persona, por que cuanto menos desea tartamudear más lo hace. Ésta no se da cuenta que el deseo de no tartamudear es la fuerza que mueve la tartamudez.
Bajo estas condiciones, lo que se observa es que esa manera sufrida de tartamudear no ocurre en todos los lugares y momentos, ni con todas las persona con quien se habla. Sólo ocurre cuando la situación de comunicación lleva el niño a sentirse evaluado, controlado, juzgado en su forma de hablar. Por eso él se muestra más o menos fluente de acuerdo a las circunstancias. Por ejemplo, puede tartamudear mucho al hablar con su papá y nada al hablar con un hermano, un amigo o con su animal peferido. Todo esto nos muestra que la tartamudez no está en la persona, en su organismo, está si en la situación discursiva, está entre las personas que participan del contexto discursivo.
Logramos así una nueva visión del tartamudear no simplemente como algo que un día empieza y después empeora como si el organismo de aquel que habla tuviera algún problema. Logramos una visión que nos muestra que hay una tartamudez natural que es parte integrante del hablar fluído, y que hay una tartamudez sufrimiento que es una nueva forma de producir el habla que se desarrolla, necesariamente, entre los interlocutores y que depende de las relaciones de comunicación para seguir procesándose.
Frente a todo eso entendemos que es extremamente necesario desarrollar una nueva mentalidad frente la tartamudez de los niños. Esa nueva mentalidad establece que es necesario respetar y comprender la tartamudez como lugar de subjetivación. Así, es necesario comprenderla como algo natural que tiene que existir para que se pueda hablar y que al mostrarse necesita solamente ser aceptada, para que no se destruya la necesaria confianza en el habla que permite a una persona hablar como tiene que ser: espontáneamente.