2. Comunicación inferencial.
Antes de atender a otros problemas puramente gramaticales recordemos también que aquello que el hablante desea comunicar no es sólo lo que se logra de la pura descodificación de unas palabras, sino de lo descodificado más un enriquecimiento contextual posterior obtenido por medio de inferencias. Las inferencias son procesos mentales de razonamiento espontáneos, automáticos e inconscientes que se realizan a partir de la relación de lo dicho y el contexto. Para comprender en qué consiste la concepción inferencial de la comunicación, leamos el siguiente ejemplo del Evangelio de San Lucas:
(2) Jesús, lleno del Espíritu Santo, regresó del Jordán y fue conducido por el Espíritu al desierto, donde estuvo cuarenta días y fue tentado por el diablo. No comió nada en estos días, y al final sintió hambre. Entonces le dijo el diablo:
- Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan.
Y Jesús le respondió:
- Escrito está:
No sólo de pan vivirá el hombre.
Después el diablo lo llevó a un lugar elevado y le mostró todos los reinos de la superficie de la tierra en un instante y le dijo:
- Te daré todo este poder y su gloria, porque me han sido entregados y los doy a quien quiero. Por tanto, si me adoras, todo será tuyo.
Y Jesús le respondió:
- Escrito está:
Adorarás al Señor tu Dios
y solamente a Él darás culto.
Entonces lo llevó a Jerusalén, lo puso sobre el pináculo del Templo y le dijo:
- Si eres Hijo de Dios, arrójate de aquí abajo, porque escrito está:
Dará órdenes a sus ángeles sobre ti
para que te protejan y te lleven en sus manos,
no sea que tropiece tu pie contra alguna piedra.
Y Jesús le respondió:
- Dicho está: No tentarás al Señor tu Dios.
Y terminada toda tentación, el diablo se apartó de él hasta el momento oportuno. (Lucas, 4, 1-13).
En este texto comprendemos cada respuesta de Jesús como un rechazo del ofrecimiento del diablo, pero, si lo analizamos con detenimiento, se puede comprobar que no se expresa literalmente este rechazo, sólo se infiere. La capacidad espontánea, automática e inconsciente de nuestra mente para inferir hace que comprendamos las respuestas de Jesús como una serie de rechazos porque el rechazo es la interpretación de sus palabras más pertinente en ese contexto. El filósofo del lenguaje H.P. Grice (1975) denominó estas conclusiones inferidas implicaturas conversacionales.
Advirtamos también que en el proceso de la comunicación el hablante no sólo tiene en cuenta su propio contexto mental, sino también el de su interlocutor; así, por ejemplo, el narrador un poquillo orate de algunas novelas de Eduardo Mendoza imagina unos contextos mentales equivocados en sus interlocutores, es decir, en nosotros los lectores:
(3) [...] condujo a los tres hombres por un pasillo hasta una habitación en cuyo interior dormía un inválido en una silla de ruedas. Junto a la silla de ruedas del inválido había una maleta cerrada que contenía, según dijo la enfermera jefa, la ropa del inválido y otras pertenencias, también del inválido. El inválido, siempre según la enfermera jefa, había sido preparado para el viaje, con lo que había dado a entender, esta vez según Magnolio, que le había sido administrado un específico para dejarlo grogui. Tras este conciliábulo, habían sacado al inválido y su equipaje de la residencia y metido en el coche al inválido y en el maletero la silla de ruedas del inválido y la maleta del inválido y habían partido con el inválido y la impedimenta del inválido. [E. Mendoza, La aventura del tocador de señoras, Barcelona, Seix Barral, 2001, pág. 254]
Estos enunciados no son agramaticales, sino únicamente pragmáticamente extraños. Ello se debe a que se nos repite información que ya tenemos en nuestro contexto mental y que, por consiguiente, carece de pertinencia para nosotros. Quien así habla conoce la gramática del español, pero no usa esta lengua como los hablantes normales.