La lectura invita a mirar, señalar, tocar y responder preguntas, iniciándolo en la función simbólica y motivando el desarrollo del lenguaje del niño, se convierte así en un momento de intercambio y una vivencia agradable y fascinante con la figura de cuidado que contribuye a construir las bases de un adecuado desarrollo socio-emocional.
La lectura de cuentos en los primeros años de vida favorece el desarrollo cognitivo, lingüístico y socio-emocional del niño. A todas las niñas y niños del mundo les gusta que les cuenten historias, solo hay que saber qué contar y cómo. La escritora Yolanda Reyes dice que “los bebés leen con las orejas”; esta afirmación nos recuerda el valor de la lectura desde etapas tempranas, el cómo es lo que más importa a la hora de leer a un bebé. El período sensible del lenguaje se inicia antes del nacimiento, por eso, las primeras narraciones pueden ser nanas, retahílas, poesías cortas, etc. que la mamá/papá dice o canta con voz suave y entonación rítmica para calmar o dormir al bebé. La voz, que recoge las emociones del cuidador, envuelve al niño y le ofrece una sensación de bienestar que favorece la construcción del apego y la adquisición de estrategias de regulación del estrés.
Más tarde, a partir de los 6 meses, y según la Asociación Americana de Pediatría, es posible iniciar la lectura de cuentos. Es recomendable que los primeros libros sean de tela, manipulables, para que el niño pueda llevárselos a la boca. Pueden ser cuentos de palabras, de texturas, con imágenes sencillas y es mejor que no haya en ellos una sobrecarga de estímulos para favorecer su atención. Entre los 6 y los 12 meses, el niño puede empezar a mostrar preferencias por ciertos dibujos, páginas o incluso historias. Compartir cuentos a esta edad promueve la atención conjunta y el señalamiento (dos de los requisitos clave para la posterior aparición de lenguaje). Los cuentos concepto (imagen-palabra), así como cuentos cantados, rimados, acumulativos o con estructura repetida, de cartón y del tamaño de las manos del niño van a favorecer el desarrollo de la comunicación y la adquisición del habla (además de entrenar su motricidad fina). Cuando hay atención conjunta el niño alterna la mirada entre la imagen y el adulto y reacciona mientras este lee, trata de agarrar el libro, emite sonidos y empezará a señalar por imitación de la acción de la mamá/papá. Al cumplir los 12 meses, será capaz de voltear las hojas (con la ayuda del adulto), señalar objetos en la página y repetir sonidos. El niño ya ha entendido que las imágenes representan objetos reales y, poco más tarde, en torno a los 18-24 meses, desarrollará la capacidad para simbolizar, es decir, para crear representaciones mentales de la realidad. Se produce entonces una explosión denominativa, con el aprendizaje de nuevas palabras, si bien aún serán aproximadas en su fonología, que el niño querrá conocer a través de los cuentos.
Además de favorecer la comunicación y el lenguaje en estos primeros dos años, los cuentos estimulan el desarrollo perceptivo visual y cognitivo; si tienen solapas, por ejemplo, permiten la adquisición de la “permanencia del objeto”, es decir, la idea de que el objeto existe, aunque no lo podamos ver, o si introducen sonido, pueden descubrir al niño la relación causa- efecto.
La lectura en Atención Temprana es fundamental en un contexto en el que el Modelo Centrado en Familia se ha convertido en el enfoque protagonista de la intervención. La recomendación de leer cuentos en casos en los que puede haber trastornos en la comunicación o el lenguaje viene a ser ineludible. Los padres y madres de niñas y niños de 1 a 2 años pueden pensar que no es productivo leer a esta edad, menos cuando hay una ausencia de lenguaje oral, pero, si bien es algo distinta a la lectura compartida en etapas posteriores, dedicar unos minutos a “leer” con frecuencia tiene muchos beneficios en estos primeros años y es una actividad que atrae mucho a los pequeños.
Las familias no deben preocuparse por leer libros enteros (la atención del niño aún es corta), sino que es preferible concentrarse en las imágenes que más llaman la atención del niño y compartir los nombres y las emociones que los cuentos motivan. Los niños imitan primero modelos de inflexión vocales, por eso utilizar una entonación expresiva, con diferentes voces para cada personaje y situación o emitir los sonidos de animales y del ambiente es muy recomendable. En estas primeras etapas, el adulto puede detenerse de vez en cuando, haciendo preguntas o comentarios sobre los dibujos y dejando silencios para dar la oportunidad al niño de que los llene con sus producciones orales imperfectas. Aunque no sea capaz aún de participar en ella, esto facilita la comprensión de la toma de turnos en la conversación. Por otro lado, repetir las frases del cuento una y otra vez, es algo que les encanta y promueve la adquisición del vocabulario y la sintaxis del lenguaje. No obstante, todo esto se ha de hacer siempre con el fin de crear una atmósfera de juego en la lectura, no de elaborar una clase de gramática, por lo que sentar al niño en el regazo, cantar o acompañar la lectura de gestos y juegos sensoriales (como soplarle en la cara cuando llega el lobo a derribar la casa de los cerditos) puede ayudarnos a captar su atención y hacerle disfrutar.
En este entorno seguro es fácil conseguir una conexión auténtica entre la madre/padre y el niño. La lectura que, como hemos visto, invita a mirar, señalar, tocar y responder preguntas, iniciándolo en la función simbólica y motivando el desarrollo del lenguaje del niño, se convierte así en un momento de intercambio y una vivencia agradable y fascinante con la figura de cuidado que contribuye a construir las bases de un adecuado desarrollo socio-emocional.
Referencias
Aguado, G. (2010) “El desarrollo del lenguaje de 0 a 3 años. Bases para un diseño curricular en la Educación Infantil”, Madrid, CEPE.
Reyes, Y. (2007) “La casa imaginaria. Lectura y literatura en la primera infancia”. Colombia, Grupo Norma.