El siguiente artículo profundiza sobre las repercusiones que se observan en el aprendizaje cuando el consentimiento y la agresividad son la base relacional filio -parental. Se presenta un análisis de la situación actual, etiología, rasgos e indicadores, además las implicaciones educativas observadas cuando el patrón de conducta no es el adecuado. Finalmente, se ofrecen las estrategias necesarias para establecer una relación saludable entre padres e hijos.
CONTEXTUALITZACIÓN
Se entiende como infante consentido, al niño al que nunca se le niega nada, todo su entorno gira a su alrededor y que para evitar cualquier enfado se le permito todo. Los efectos en su desarrollo emocional son muy evidentes a corto plazo, especialmente en el aspecto referido a la tolerancia a las frustraciones, a la comprensión a la autoridad y a la aceptación de límites y normas. Estos niños suelen quedarse en etapas evolutivas primarias, donde predomina el egocentrismo con una clara dificultad para la empatía, el correcto desarrollo de la socialización y de las habilidades sociales necesarias para una óptima convivencia.
En la actualidad, han aumentado de manera alarmante los casos de violencia y de conductas desafiantes en el ámbito familiar. Los menores de hoy en día dejan de ser niños, inocentes y obedientes. Y, de manera gradual, aumentan las conductas de dominio de los hijos, ante la permisión de sus progenitores. Nos encontramos con una sociedad inmadura y materialista donde los valores predominantes son la superficialidad, la inmediatez, la racionalización y la falta de respeto hacia la infancia, produciéndose un efecto paradoxal en el hecho de querer hacer madurar a los niños antes de hora, sin respetar sus ritmos ni el mundo infantil, con unos padres inmaduros que a los ojos de sus hijos se muestran inseguros, vanidosos y que dan prioridad a sus propias necesidades antes que las de sus hijos.
El entorno familiar favorece y reafirma la identidad de los niños y aporta las herramientas adecuadas para afrontar los diferentes retos futuros, para resolver problemas y asumir responsabilidades. La familia es una institución históricamente cambiante, la cual en los últimos años ha sufrido una gran transformación que ha afectado a su configuración.
Existen unas características sociales actuales que hacen necesario un giro de enfoque relacional:
Existencia de valores poco definidos
Minimización cuantitativa - cualitativa del tiempo dedicado a los hijos.
Influencia creciente de las nuevas tecnologías, en detrimento de las relaciones personales.
Falta de modelos adultos adecuados para establecer pautas óptimas de conductas que favorezcan la asertividad.
ETIOLOGIA
Los comportamientos problemáticos tienen un origen múltiple y diverso, tanto interno como externo:
• Factores genéticos – orgánicos. Los determinantes genéticos tienen una gran influencia en el establecimiento de las particularidades de la personalidad de cada individuo.
• Factores ambientales- nivel cultural, socio-económico, contexto social. Existen unas normas y unas conductas que el niño interioriza a partir de los primeros años de desarrollo. Se basan en el modelo familiar y social de su contexto. Los problemas de comportamiento que aparecen en los primeros años se agudizarán o se minimizarán, en función de las pautas educativas y de interacción familiar, en un primer momento, y en función de los valores y modelos sociales ofrecidos en el entorno.
• Factores familiares- modelos parentales, estilos educativos, vínculos afectivos, estado emocional de los padres. La tipología de familia afecta significativamente a les creencias, valores, expectativas, roles, comportamientos e interrelaciones que la persona tendrá a lo largo de su vida.
El doctor Marcelo Hernández, especialista en psiquiatría, psicología médica y clínica familiar, dice que como “sujetos de interacción, funcionamos en un contexto, respondiendo a estímulos. Cuando no ha parámetros, nace la confusión”.
En un desarrollo ideal, el niño se encuentra con límites, y los padres y el resto de adultos que lo rodean establecen rutinas por las que aprende a regir su conducta, gracias a las transformaciones que se van produciendo en su estructura cerebral.
A la larga, si no se llevan a término dichas transformaciones, es muy probable que se desarrollen dificultades adaptativas.
A partir de los dos años los niños pequeños, de manera natural, establecen una conducta de oposición ante las pautas instauradas o cuando los padres no responden de manera inmediata a sus deseos. El adolescente, que experimenta un período de cambio físico y psíquico, también se rebela frente las normas dadas. Pero las conductas de negación adecuadas forman parte del proceso de evolución y ayudan al desarrollo de la autonomía e identidad de los menores. Los padres tienen un papel fundamental para dar una respuesta óptima y regular la conducta de sus hijos.
Cuando un menor no es capaz de controlar un conflicto y muestra, de forma habitual, una conducta provocadora es necesario hacer un nuevo planteamiento en la interacción e intervención educativa .
RASGOS E INDICADORES
El psiquiatra alemán Michael Winterhoff plantea que la fase narcisista normalmente ha de durar entre los 10 y 16 meses de edad, pero desde hace un tiempo se ha encontrado con niños mucho más mayores que no han salido de esta fase de desarrollo, estancados en un narcisismo infantil.
Se puede observar un predominio de roles indiferenciados en los vínculos paterno-filiales, como consecuencia se genera un vínculo de interdependencia que no queda claro, poco definido. Se construye, así, un modelo adulto poco adecuado.
Cuando los progenitores exaltan de manera desmesurada las cualidades de los hijos y se interioriza, por parte de ellos, un sentimiento de dominio y superioridad, se genera una personalidad narcisista con una necesidad egocéntrica, que pueden llevar a término conductas de frustración y agresividad. Así, se desarrolla una falta de empatía y una marcada insensibilidad, además de una realidad distorsionada de su entorno y de su propia conducta.
Cuando existen unas respuestas afectivas no adecuadas se genera en el menor un malestar interno, que le provoca una sensación constante de vacío, que crea una ansia por conseguir lo que ellos se proponen ante todo, con una tiranía gradual por mantener siempre vivo el deseo de ser el centro de atención. Construyen así, una identidad errónea y destructiva.
La identificación precoz de los trastornos leves del comportamiento, así como la elaboración de un plan de acción en el cual se implique a los padres, resulta crucial para prevenir y evitar futuros desajustes sociales, que, en los casos más extremos, pueden llegar incluso hasta la delincuencia (Díaz-García y Díaz-Sibaja, 2005).