Más que de aprendizaje del lenguaje debe hablarse de puesta en marcha de la función lingüística, y esta puesta en marcha implica una estructuración a distintos niveles: estructuración del lenguaje (en cuanto a gramática y lengua), comunicación de esta estructura por el niño, y normatizar de este proceso a través de una relación de autoridad.
Las distintas teorías del lenguaje han invocado numerosos mecanismos para explicar la acción del entorno en el desarrollo lingüístico.
Más que de aprendizaje del lenguaje debe hablarse de puesta en marcha de la función lingüística, y esta puesta en marcha implica una estructuración a distintos niveles: estructuración del lenguaje (en cuanto a gramática y lengua), comunicación de esta estructura por el niño, y normatizar de este proceso a través de una relación de autoridad.
Esta dinámica culminará a través de la interlocución en la lengua familiar, que se inscribe en un contexto cultural dado. Aquí se sitúa la noción de hándicap lingüístico de las clases populares: la inadecuación del lenguaje familiar al de la escuela. La escuela capta el idioma del niño como una aproximación imperfecta del lenguaje del adulto y le obliga a integrar una lengua estándar que es diferente de la suya. Frente a este tipo de hándicap, que se refiere a las formas de dominación lingüística, está el hándicap real determinado por una acción inadecuada del entorno sobre los mecanismos de estructuración de la función lingüística.
La etnografía de la comunicación es una expresión acuñada por el norteamericano Dell Hymes para referirse al marco teórico y metodológico que él desarrolló a partir de la década de los sesenta para estudiar la interacción comunicativa de los seres humanos. En un principio la etnografía de la comunicación estaba dedicada casi exclusivamente al análisis del comportamiento comunicativo de grupos tribales; sin embargo, tras una depuración de las técnicas metodológicas, Dell Hymes la propuso como un marco que permite abordar el análisis de toda actividad comunicativa.
Desde una perspectiva mucho más reciente, la teoría de sistemas de Niklas Luhmann(1990,1996) sostiene también una concepción funcionalista del lenguaje como instrumento de la comunicación, pero se distancia inmediatamente de Saussure: en tanto este último asume que es posible hablar de la lengua como un sistema, Luhmann rechaza esa caracterización porque su noción de sistema se fundamenta fenomenológicamente en la existencia de un tipo característico de operación autopoiética. Esta operación es el evento que (auto) reconstituye continuamente al sistema como unidad diferenciada de su entorno. El lenguaje
-afirma Luhmann- es solamente un medium para la realización de las operaciones comunicacionales y carece de unidad fenoménica por sí mismo.
Es en la comunicación donde emerge la unidad fenoménica de un tipo de sistema que se vale del lenguaje como instrumento de su manifestación material.
Biología de la conversación, una poética de la interacción.
Es en las conversaciones de todos los días donde, en el ser humano, las emociones (biología) se enganchan a sus descripciones (lenguaje-cultura). Conversar nos remite etimológicamente a "dar vueltas con el otro". La cultura es esa "magma común" donde nos co-implicamos al otro a través de nuestras con-versaciones. La cultura es el tramado de "redes conversacionales" donde nos co-implicamos a los otros, a todos los otros obviamente. Es en esas "redes conversacionales" donde aprendemos a sentir las emociones que diariamente sentimos. Emociones que son el plan para dar sentido y coherencia a todas nuestras acciones, es asi como las emociones "ordenan" nuestra experiencia.
El lenguaje posee siempre otra dimensión que el simple intercambio simbólico. Conversar no sólo es compartir mundos simbólicos, es también una coordinación biológica con el otro. Esa coordinación es un verdadero "enganche neural" ("sinapsis cibernética" le llaman algunos neurocientístas). Esa dimensión de coordinación (con) sensual (de sentir) habitualmente no es considerada, ni por las Ciencias del Lenguaje, ni por nosotros mismos en la experiencia de nuestra comunicación cotidiana.
Este particular y sutil vínculo entre lenguaje y emoción -no evidente en la pragmática de los lenguajes (idiomas) occidentales- opaca en nuestra cultura, una posibilidad ética y estética para nuestra propia vida. Siglos de cultura patriarcal han marcado nuestros modos conversacionales de un modo tal que sus estructuras internas favorecen la emergencia de ciertas emociones, dificultando otras. Surgen emociones muy patriarcales por lo demás; competencia, apropiación, dominio, sumisión y poder, imposición, sentido rígido de la identidad, etc. Se dificultan otras más "participantes", sensualidad del compartir, amor, aceptación del otro en su diversidad, etc.