Sin embargo, la oscuridad, al menos como nosotros la imaginamos, no parece estar presente en el mundo de los ciegos. Una joven, ciega congénita, imagina personas rubias o morenas por el sonido de sus voces.
Sin embargo, la oscuridad, al menos como nosotros la imaginamos, no parece estar presente en el mundo de los ciegos. Una joven, ciega congénita, imagina personas rubias o morenas por el sonido de sus voces. Otra, ciega desde niña, sostiene que llamar oscuro a su mundo no es apropiado: ella ve "nada", dice. Es una sensación, dice, imposible de explicar.
Diderot y otros filósofos procurarán resolver la cuestión del pasaje de la sensación al juicio investigando las reacciones de un ciego que recuperase la vista. Ya a principios del siglo XVIII, William Molyneux había propuesto la siguiente cuestión: supongamos un ciego de nacimiento a quien se le haya enseñado a distinguir, por el tacto, un cubo y una esfera del mismo metal e igual volumen, de modo que al tocarlos pudiera decir cuál es el cubo y cuál la esfera. Si ese ciego llegase a ver ¿podría diferenciarlos sin tocarlos? John Locke sostuvo, como el mismo Molyneux, que el ciego no los distinguiría porque no sabe que aquello que afecta su tacto de tal o cual manera debe impresionar a sus ojos de tal o cual modo. En contraposición, Condillac intentó demostrar que, si el ciego de nacimiento logra ver, discernirá cuerpos y figuras; si su juicio vacila se deberá a razones metafísicas.
Planteo a una joven ciega de nacimiento la hipótesis de Molyneux. Me sorprende su categórica respuesta: "¡No!". Ella sería incapaz de distinguir un cubo y una esfera por la vista. "¿Por qué?", le pregunto. "Porque no sé qué es ver."
Según Diderot, ambas posiciones tienen parte de razón: hace falta tiempo para que el ojo se vuelva experto.
Hay distintos ejemplos con respecto a la construcción del espacio en ciegos congénitos. Históricamente célebre es un caso del cirujano William Cheselden, en el siglo XVIII: el paciente, luego de ser operado de cataratas, no distinguió por mucho tiempo tamaños, distancias, situaciones, ni siquiera figuras; anduvo, digamos, a ciegas durante dos meses. Todos los pacientes descritos en la literatura sobre el tema encontraron, tras la operación, dificultades para percibir el espacio y la distancia que se prolongaron meses o años. Oliver Sacks (Un antropólogo en Marte, ed. Anagrama) presenta varios testimonios. Tres pacientes, nacidos ciegos, fueron operados aproximadamente a los 50 años. Uno de ellos, al poco tiempo, fue llevado por su neurólogo al Museo de la Ciencia de Londres para que viera una magnífica colección. Ante una pieza exhibida en una vitrina de cristal, fue incapaz de decir de qué se trataba: le pidieron al guardia del museo que abriera la vitrina y se le permitió al paciente tocar la pieza; la recorrió ávidamente con los dedos, cerrando los ojos. Entonces retrocedió un poco, abrió los ojos y dijo: "Ahora que la he tocado, puedo verla".