“En el primer nivel de verdad encontramos, pues, aquellas simples manifestaciones de lo real cuya forma más depurada y precisa es concepto. Como el proceso de conceptualización es discursivo, no garantiza de antemano la verdad” (Nicol, 2003, 80).
¿Cómo es el camino de la verdad científica en la sociedad?
INTRODUCCIÓN
A primera vista, la palabra "verdad" se antoja de significado sencillo y hasta obvio. El Diccionario de la Real Academia la define como "Conformidad de las cosas con el concepto que de ellas se forma la mente . Conformidad de lo que se dice con lo que se piensa o siente..." Se trata entonces de una forma de relación entre dos términos, que cuando coinciden se califica de "verdadera" y cuando no lo hacen se conoce como "falsa". Además, uno de los dos términos es objetivo ("las cosas" o "lo que se dice") y el otro es subjetivo y está relacionado con el pensamiento y/o las emociones. De acuerdo con la definición lingüística de la palabra "verdad", la definición filosófica del concepto de "verdad" propuesta por Alfred Tarski (1933) con el nombre de "concepto semántico de la verdad", pero que hoy se conoce como la teoría de "la correspondencia con los hechos" de la verdad. En otras palabras, la propiedad designada como "verdad" es la medida en que las proposiciones corresponden a la realidad a la que se refieren.
En vista de lo anterior, parecería aceptable que la polaridad "verdadero- falso" sólo es relevante a las proposiciones cuyo contenido forma parte de la naturaleza, de la realidad empíricamente verificable.
Pero ¿cómo la pregunta como se llega a las verdades científicas que sean reconocidas por todos, es decir por la sociedad?
LA CONCEPCIÓN SOCIAL DE LA VERDAD CIENTÍFICA
Actualmente, el prestigio de la ciencia como garantía de la verdad en lo que se dice es muy grande.
A las proposiciones de carácter científico se les confiere una doble virtud: no sólo son verdadera sino que además lo son de manera permanente e irrefutable. En la misma tesitura, se acepta que la ciencia no admite titubeos o incertidumbres: lo que ya ha sido demostrado científicamente como verdadero es clara y completamente cierto, mientras que lo que aún no ha recibido tal carácter permanece en la profunda oscuridad de lo desconocido. Por lo tanto, puede decirse que, en la opinión del público en general, las verdades científicas son ciertas, permanentes y completas.
“La comunidad esta implicada en el acto, en apariencia solitaria, de pensar significativamente lo real. Esta comunidad de una evidencia básica, constituida por aquello de que se está hablando es condición de posibilidad no sólo de la opinión que resulte verdadera, sino inclusive de la que resulte falsa” (Nicol, 2003, 80).
En cambio, en los medios formados por profesionales de la ciencia, los investigadores aceptan que la verdad científica es solamente probable, transitoria e incompleta.
La permanencia de la verdad científica es otro aspecto en el que difieren la opinión popular y el concepto profesional. El público en general tiene una posición ambivalente al respecto: por un lado, quiere pensar que "ahí afuera" existe una especie de montaña formada por un material purísimo llamado Verdad y que los científicos son como picapedreros que con más o menos esfuerzo logramos obtener fragmentos de distintos tamaños de este material, que conservará su valor y su pureza para siempre; por otro lado, se da cuenta que, a través de la historia, algunas verdades científicas han cedido su lugar a otras, frecuentemente parecidas pero ocasionalmente tan distintas que se diría que son opuestas (no hace demasiados años se aceptaba que las células diploides normales de la especie Homo sapiens tenían 48 cromosomas; en 1956 se demostró, no sin cierto bochorno internacional, que en realidad sólo poseemos 46 cromosomas). Para estos casos, que no son pocos, el público en general ha adoptado el concepto del "progreso", o sea que las verdades científicas pueden pasar de menos a más desarrolladas, siendo al mismo tiempo todas ellas ciertas.
“En el primer nivel de verdad encontramos, pues, aquellas simples manifestaciones de lo real cuya forma más depurada y precisa es concepto. Como el proceso de conceptualización es discursivo, no garantiza de antemano la verdad” (Nicol, 2003, 80).
En cambio, cualquier miembro activo de la comunidad científica que sostuviera la permanencia de la verdad en la ciencia tendría como recepción inicial una sonora y unánime carcajada, seguida (si su postura es persistente) por su marginación completa. Los profesionales de la ciencia saben que una de las propiedades esenciales de sus postulados es su transitoriedad, que los resultados de su trabajo se parecen mucho más a una escalera infinita que a las tablas de Moisés, que cuando postulan una nueva hipótesis para explicar un grupo de fenómenos lo hacen con la convicción de que probablemente es mejor que la vigente, pero que con seguridad, en última instancia, también está equivocada.
“La comunidad de la verdad depende de la comunidad del ser… Pero el ser, evidentemente no se hace común en la percepción, que es individual, sino en el logos” (Nicol, 2003, 81).
La razón de esta postura aparentemente irracional es que el conocimiento que tenemos de la naturaleza es incompleto; lo que sabemos no es perfecto pero es perfectible, no de un golpe sino poco a poco, con mucho trabajo y cayendo una y otra vez en falsas ideas de haber agotado la cuestión, de haberla comprendido en su totalidad. La verdad en la ciencia no sólo no es absoluta, sino que tampoco es permanente.
La propiedad designada como "verdad" es la medida en que las proposiciones corresponden a la realidad a la que se refieren, en vista de lo anterior, parecería aceptable que la polaridad "verdadero- falso" sólo es relevante a las proposiciones cuyo contenido forma parte de la naturaleza, de la realidad empíricamente verificable. El punto que nos interesa subrayar es que de todo lo que los seres humanos nos decimos unos a otros cada día, sólo una pequeña fracción cae dentro de la jurisdicción de la polaridad verdadero-falso; el resto puede ser inspirado, patético, torpe, emotivo, optimista, profundo, inquisitivo y hasta fantástico, pero no tiene (ni puede tener) relación alguna con la verdad.