En una institución escolar hay concepciones y visiones permanentemente en puja por lo que es necesario dialogar en todo momento para llegar a acuerdos acerca de los mensajes que queremos transmitir. “Ser niño supone contar con un adulto… y que el adulto, a su vez, cuente con una respuesta confiable” (Kiel, Laura. “De sin límites a limitados”)
Cada sociedad en cada momento histórico que le toca vivir produce un “pacto social-cultural” que fundamenta y da sentido a aquello a lo que se le dice “no”. Cuando ese pacto funciona implica que los límites son reconocidos y aceptados por todos lo que hace fácil su transmisión. Cuando este período de estabilidad sufre ataques constantes y se debilita ya no hay consenso para justificar los “no” y la frontera entre lo permitido y lo no permitido se vuelve difusa y amplia.
Los años escolares suelen concebirse como pasaje para acceder a la sociedad de los adultos, tanto que muchos niños y adolescentes se ven restringidos casi exclusivamente al rol de alumnos. La maquinaria escolar tiende a establecer una exageración de ese rol observando, registrando, calificando y estigmatizando: "no puede", "no sabe", "no obedece", "es indisciplinado", "tiene mala conducta".
En una institución escolar hay concepciones y visiones permanentemente en puja por lo que es necesario dialogar en todo momento para llegar a acuerdos acerca de los mensajes que queremos transmitir. “Ser niño supone contar con un adulto… y que el adulto, a su vez, cuente con una respuesta confiable” (Kiel, Laura. “De sin límites a limitados”)
Lo que generalmente no se tiene en cuenta es que los límites no sólo prohíben sino que permiten. Los límites son una operación necesaria y fundante del ser humano cuya función es proveernos de un marco lógico para la convivencia y ellos tienen dos caras: la de la prohibición y la de la posibilidad. En general se presenta a las reglas como lo prohibido y esto le acarrea a los niños una gran dificultad: decodificar lo que se puede de lo que sí está prohibido. Los límites existen por una razón que va más allá del adulto que “los pone”. Nos marcan a todos por el hecho de estar inmersos en una cultura. Con la incorporación del lenguaje el ser humano se inserta en una legalidad que lo trasciende y se reconoce como parte y heredero de ese orden cultural. Antes la escuela resultaba eficaz como agente disciplinador pues los límites prohibían externamente, se imponían, se obedecían y esta concepción era coherente con el modo de ejercerlos. Hoy la obediencia ha dejado de ser una virtud o un fin en sí mismo, los niños y los adultos son otros y entonces es necesario concebir los límites de forma que justifiquen el “para que sí” y no el “porque no”.
Cuando en la escuela se generan las condiciones para que un niño aprenda a razonar estamos transmitiendo límites. Los “no” que conlleva la tarea del aprendizaje se justifican en sí mismos y se aceptan, así les mostramos a los alumnos que las cosas no son “porque es así” o “porque yo lo digo”.
Alexandra Draxler, experta de la UNESCO en materia de educación, prefiere no ver la indisciplina como una plaga o un fenómeno aislado, sino como “la contrapartida del enorme avance de los derechos de los individuos, de la democratización generalizada de la vida pública que se ha producido en los últimos veinticinco o treinta años. Antes había una selección previa, los problemas de la sociedad terminaban a las puertas de la escuela; los alumnos violentos se quedaban simplemente en la calle o eran expulsados y en las aulas reinaba una calma olímpica porque la represión era tan severa que los alumnos no se atrevían a transgredir las normas”.