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Las arrugas y las canas, esas son cosas vanas ....(Parte II)

La vulnerabilidad es un determinante que engloba muchas de las situaciones que son vividas en la vejez, tanto por el anciano como por su entorno; y son además vulnerables porque es una etapa de pérdidas y duelos, de una familia que se agranda pero en la que ya no son los protagonistas, de un espejo que les marca que el tiempo es inexorable.
El anciano en su momento.

El desafío para cada uno pasa por una cuestión de actitud personal: o el fiel de la balanza se inclina hacia el platillo del "no se puede", "no debo", "no quiero", muchas veces llevado por el peso de las minusvalías, déficit diversos, prejuicios sociales y culturales, y achaques reales y supuestos, o inclinarlo en una actitud por demás positiva hacia el otro platillo, en el que pesa la convicción de que cada etapa en la vida brinda oportunidades diferentes, que merecen ser vividas y disfrutadas.

La confusión en este sentido pasa porque la etapa anterior de su vida -la adultez-, estuvo signada de compromisos y obligaciones que en muchas ocasiones significaron la aceptación de fuertes presiones. Para quien esto le significó una carga excesiva, no puede esperarse otra cosa que vivir la vejez como la posibilidad de quitarse todos los compromisos, planes y obligaciones, y pasarse al otro extremo: no hacer nada..., lo que los transforma en personas muy vulnerables.

La actitud tiene directa relación con la autonomía. Así: 2/3 son independientes, requiriendo ayuda sólo para movilizarse lejos; 1/3 son frágiles y requieren ayuda para ciertas actividades o para movilizarse y de éstos una décima parte se hallan postrados o en estado terminal. En todos los casos las mujeres son mayoría. Y en países en desarrollo se calcula que actualmente el 75% de los ancianos viven en áreas urbanas.

Pero está claro que la actitud frente a la vida, la personalidad y los rasgos preexistentes influirán decisivamente para que alguien postrado intente mejorar su situación, y otro no vulnerable no encuentre sentido a la vida.

Un dato que para mí es clave, es que si frecuentemente nos aferramos a lo conocido, con más razón el anciano, ya que en su caso la percepción que su vejez no es ni remotamente parecida a lo que ellos vieron y vivieron de sus padres y abuelos, les genera una tremenda incertidumbre que -unida a un rol familiar distinto al que imaginó--, en muchos casos es causa primera de sus pesares. Diferente es la situación de las generaciones que lo suceden: sus hijos y nietos crecen y se desarrollan junto con los cambios, a los que por ese motivo perciben y se adaptan de modo muy distinto.

Los nuevos tiempos sociales

Para quienes asumen la vejez como un desafío, ello les motiva a descubrir nuevos roles en la vida y les impulsa a buscar nuevos medios para conservar su habitual rol y no perder su razón de ser en el mundo social que conocen. Otros en cambio tienen una actitud totalmente negativa. Toda persona tiene un comportamiento condicionado a diversos factores y su capacidad de adaptación va a depender de su salud, recursos económicos, el apoyo familiar o social, y de las políticas del Estado hacia ellos. Pero en un mundo que dentro de sus tremendos cambios incluye la excesiva competitividad, ¿no es iluso esperar que le faciliten todo servido?: no es acaso más factible que necesite hacer sentir que está vivo, que merece respeto y es digno?.

A los cambios demográficos que mencionamos se dan en medio de profundas transformaciones sociales y culturales (dejando de lado por ahora las económicas), entre las cuales realza el mito de la persona eternamente joven y de la cultura del descartable, que han trazado profundas grietas separando a válidos de inválidos, a jóvenes de cuarentones, y a cuarentones de ancianos, en una ruptura que nace de la cosificación del ser humano.

En estos nuevos tiempos, en el aspecto social es insoslayable la referencia a la familia.

Hasta no hace mucho tiempo, lo común era que toda la familia (padres, abuelos e hijos), vivía bajo el mismo techo, lo que proporcionaba un ambiente de crianza que duraba toda la vida, y en el que destacaban los sentimientos de cohesión y solidaridad entre sus miembros, junto al respeto y la defensa del anciano. En la actualidad este modelo tradicional está cambiando; el anciano no suele convivir bajo el mismo techo que sus hijos y nietos, porque:

1º .- El sentido de cohesión familiar y solidaridad se está transformando y da paso a la ruptura e independencia familiar.

2º .- Los cambios en la dinámica familiar, en los roles de los miembros y en las relaciones entre familiares.

3º .- Falta espacio en las viviendas, sobre todo en las grandes ciudades.

La vulnerabilidad es un determinante que engloba muchas de las situaciones que son vividas en la vejez, tanto por el anciano como por su entorno; y son además vulnerables porque es una etapa de pérdidas y duelos, de una familia que se agranda pero en la que ya no son los protagonistas, de un espejo que les marca que el tiempo es inexorable. La forma en que asimila los duelos, se explica por la resiliencia que cada uno tiene, entendiéndola como la capacidad de volver al estado previo en un período de tiempo más o menos corto después de la exposición al elemento estresor.

Hace pocas décadas, al abuelo o abuela ocupaba un rol casi venerable, patriarcal o matriarcal según el caso, constituyéndose en el nexo entre el pasado y el futuro, en los depositarios de la sabiduría popular y en los formadores de los valores de la juventud, donde era muy apreciada su experiencia y su ascendencia para definir temas claves en los que inexcusablemente se le consultaba: ésto daba un marco muy amplio y protagónico a su presencia y la llenaba de contenido. Agrego que no solo ha perdido ese rol decisorio y tan respetable, sino que ahora en muchos casos no tiene ningún rol, en una familia en la que ya ni siquiera podemos definir qué tipo de familia es la familia tipo.

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