El lenguaje de la designación no es más ni menos que una de las típicas estrategias coloniales para mantener intactactos los modos de ver y de representar a los otros y así seguir siendo, nosotros, impunes en esa designación e inmunes a la relación con la alteridad.
3. Sobre los eufemismos y los diferencialismos en la pedagogía: discapacidad, deficiencia, necesidades educativas especiales y otros nombres impuestos a los otros.
Es justamente en ese recambio de eufemismos donde más se advierten los reflejos del diferencialismo.
Parece que hay una necesidad constante de inventar alteridad y de hacerlo para exorcizar el supuesto maleficio que los “diferentes” nos crean en tanto son vistos, como señala Nuria Perez de Lara (2001), como una perturbación hacia nuestras propias identidades.
El lenguaje de la designación no es más ni menos que una de las típicas estrategias coloniales para mantener intactactos los modos de ver y de representar a los otros y así seguir siendo, nosotros, impunes en esa designación e inmunes a la relación con la alteridad.
La cuestión de los cambios de nombres no produce necesariamente ningún embate, ningún conflicto, ni inaugura nuevas miradas en nuestras propias ideas acerca de quién es el otro, de cuál es su experiencia, de qué tipo de relaciones construimos en torno de la alteridad y como la alteridad se relaciona consigo misma.
Por el contrario: perpetúa hasta el hartazgo el poder de nombrar, el poder de designar y la distancia con el otro.
Digamos, por un lado, que es un esfuerzo para matar la ambigüedad y la ambivalencia que la alteridad suele provocarnos.
Y por otro lado, que asume esa función ilusoria de que algo está cambiando.
Creo que a pesar de disponer de todos los términos mencionados, muy poco ha cambiado en torno de nuestra relación pedagógica con lo otro y con los otros.
De hecho no ha habido cambios radicales en los dispositivos técnicos y en los programas de formación que construyen discursos acerca de la alteridad, sea ésta denominada como “deficiente”, “con necesidades educativas especiales”, “discapacitadas”, “diversidad”, etc.
Hay en todas ellas la presencia de una reinvención de un otro que es siempre señalado como la fuente del mal, como el origen del problema.
Y, también, permanece incolúmne nuestra producción del otro para así sentirnos más confiantes y más seguros en el lado de lo normal.
Y creo necesario recordar aquí, además, que la expresión “políticamente correcto” fue pronunciada por primera vez por Stalin, para justificar sus purgas –y sus masacres- de todo aquello que no convergiera hacia aquello que podía considerarse como “normal político”.
En educación lo “políticamente correcto” ha servido para cuidarnos de las palabras, para resguardarnos de sus efectos.
Pero no para preguntarnos sobre aquello que dicen las palabras.
Y mucho menos para comprender desde qué altura y cuál boca pronuncia esas palabras.
Nietzsche tenía razón al decir que: “no todas las palabras convienen a todas las bocas”.