La psicóloga introducía cada tema con relatos vivenciales diferentes en cada reunión. La psicopedagoga los complementaba con lo que ella observaba desde el área de la educación, o los discutían.
COMO TRABAJAR CON ESTOS GRUPOS EN UNA CO-COORDINACION
La psicóloga introducía cada tema con relatos vivenciales diferentes en cada reunión. La psicopedagoga los complementaba con lo que ella observaba desde el área de la educación, o los discutían. De esta manera el diálogo entre ambas servía de pantalla proyectiva para que los padres pudieran visualizar sus propias problemáticas desde distintas perspectivas. Esta técnica de trabajo logró inducir también la participación grupal.
Las co-coordinadoras trabajábamos en esta etapa de crisis como
yo-organizadores: la memoria, la percepción, la comprensión del problema.
Utilizábamos temas disparadores, pues veíamos mucha depresión en la reunión grupal, mucha desorganización, y observábamos que era en la última media hora cuando los padres se decidían a hablar. Algunos temas disparadores eran:
- ¿Qué es un niño sordo?
- Diferencias entre un niño sordo y un niño oyente
- La puesta de límites
- Vínculos familiares con abuelos, tíos y primos
- ¿Quién se encarga de la rehabilitación?
- Me siento juzgado por la sociedad en el manejo de mi hijo
- No me gusta que me tengan lástima, etc.
Estos ítems actuaban como catalizadores para que los padres pudieran poner en palabras sus vivencias y sentimientos y que comprendieran que a todos les pasaba lo mismo. Al final de cada reunión se hacía una síntesis de lo elaborado con lo que se cerraba cada tema.
Acompañábamos a la familia para que pudiera transitar este período respetando su tiempo y ritmo, y enfatizando que ese momento debía vivirse y no negarse, pues sino quedaba encapsulado, no resolviéndose la crisis. El grupo actuaba de continente, apoyo, acompañante del dolor así compartido. Resultaba importante que los padres pudieran pasar de un estado de desorganización, donde primaba la melancolía en forma de reproches (se torturaban pensando que ellos eran los culpables de la sordera de su hijo, que eran personas de mala suerte), a un estado más estructurado de tristeza, a partir del cual pudieran empezar a aceptar y elaborar la sordera del hijo.
Los padres, en esta etapa de crisis, traían una gran carga emocional que proyectaban masivamente sobre el coordinador. Era necesario entonces que el otro coordinador sirviera de control frente a esta situación, y pudiera -con sus intervenciones- permitir objetivar la situación.
Pensamos que a pesar de tener sólo siete encuentros anuales, organizados con una periodicidad mensual, estos grupos resultaban terapéuticos. Si un padre podía expresar sus sentimientos ambivalentes hacia el niño, hacia la sociedad, hacia sí mismo y hacia la sordera, delante de otros padres, iba a tener un vínculo más sano con el afuera, pues era a partir de tratar y encarar estas problemáticas grupalmente que podría enfrentar todas las dificultades psico-sociales que acarrea la discapacidad auditiva. Encontramos que el poder confrontar sentimientos con otros padres los ayudaba a paliar la vivencia de “ser diferentes” y aliviar la culpa cuando los invadía la agresividad hacia su hijo. De esta manera podían comenzar a delimitar las características propias de la sordera de las características evolutivas normales. Pues se observaba una tendencia a atribuir a la discapacidad auditiva los problemas de conducta y evolutivos que podían tener con el niño (control de esfínteres, chupete, mamadera, dificultades alimenticias o de sueño, hiperactividad, caprichos, etc). Estas vivencias contribuían a que los padres perdieran confianza en sí mismos.
Consideramos que después de esta etapa inicial, era conveniente realizar seguimientos a lo largo de toda la escolaridad. La frecuencia de los mismos podría disminuir de siete reuniones anuales a tres.
Sugerimos retomar esta tarea en sexto y séptimo grado, cuando el pasaje a una escolaridad común resultara crítico, tanto para los adolescentes como para los padres.
COMO TRABAJAMOS CON TRES REUNIONES ANUALES EN LA ESCUELA PRIMARIA
Observamos, en estas tres reuniones, un vínculo de extrema competencia entre los padres de los chicos, pues algunos habían alcanzado la oralización proyectada, y otros tenían serios problemas en la adquisición del lenguaje, en el nivel de pensamiento y en la maduración emocional. Este grupo ya no era un grupo solidario, sino un grupo de padres competitivos. Había que romper ese tipo de comunicación y ayudar a estos padres a encontrar en sus hijos otras áreas positivas que no estuvieran ligadas con la oralización y la educación.
Las madres cuyos hijos respondían rápidamente al proceso de oralización, ejercían un liderazgo con características omnipotentes, fomentando la envidia y competencia del resto de los participantes, logrando paralizarlos.
Introdujimos también familiares y amigos de los chicos sordos, para que relataran las cualidades sociales que –en general- estos chicos tenían, dado que observábamos que a menor intelectualización, los chicos se movían emocionalmente mejor con los oyentes, mientras que los chicos super intelectualizados, competían con los oyentes, no logrando mantener buenas relaciones sociales. Era como si los oyentes pudieran aceptar mejor la sordera si los sordos les dejaban adoptar con ellos una actitud paternalista; en cambio, si competían con ellos, no establecían vínculos.
¿Y cuáles eran los temas que los padres deseaban tratar en estas reuniones?
- Pablito no aprende tan rápido como yo necesito, creo que mis expectativas sobre el ritmo de su rehabilitación son demasiado ambiciosas.
- La maestra dice que mi hijo no rinde en clase porque no trabajo lo suficiente en casa.
- Yo trabajo con mi hijo todos los días, cumpliendo con las indicaciones de la escuela y no veo los resultados ¿será efectiva la rehabilitación?
- Quiero que mi hijo siga una carrera universitaria ¿podrá lograrlo?
- Las maestras me dijeron que es dudoso que mi hijo tenga capacidad para poder terminar en la escuela a la que esta asistiendo, me siento muy deprimida y no se qué hacer...
- Mi hijo oyente está muy celoso de su hermano, o lo agrede o es indiferente y no lo deja jugar con sus amigos.
A raíz de esta última problemática, muy común en la mayoría de las familias, organicé un grupito de hermanos de sordos. Trabajé con ellos, ayudándome con técnicas lúdicas, material de juego y con la palabra, tres reuniones, donde los chicos explicitaban sus celos y su envidia por el hermano sordo. Tuve buenos resultados. Según los padres, los chicos lograron cambiar su conducta.
También en esta etapa tuvimos que trabajar la aceptación en cuanto a que cada chico sordo era diferente, pues aún teniendo las mismas pérdidas auditivas y el mismo CI, no alcanzarían –quizás- los mismos niveles de lenguaje, de comprensión, de lectura labial; además, que cada chico se socializaba de manera diferente con el mundo exterior, todo dependía del tipo de familia a la cual pertenecían. Observábamos también que los hijos de padres sordos gestuales, eran menos hiperkinéticos que los hijos de padres oyentes, y aparentemente tenían una mejor aceptación de su sordera, y menos problemas emocionales.*
Referencias
Esta ponencia fue presentada en el marco del Congreso Internacional sobre la atención a las personas sordas, realizado en la ciudad de La Habana, Cuba, Diciembre del 2000.
La Licenciada Dora Kweller es argentina, psicóloga recibida en la Universidad de Buenos Aires, terapeuta familiar de profesión y escritora de oficio. Cuenta con 30 años de trabajo en distintas instituciones y en consultorio privado tratando diversos tipos de familias en riesgo. Es autora, entre otros, del manual para padres e hijos EL PROCESO DE ENTENDER Y SER ENTENDIDO, Guía Para Padres de Chicos y Adolescentes Con Limitaciones Auditivas.
* Para más información sobre este tema y una tipología de los grupos familiares del discapacitado auditivo, consultar el capítulo IX “Familia del niños sordo” del manual El proceso de entender y ser entendido. Guía para padres de chicos y adolescentes con limitaciones auditivas.