Dentro del área del tratamiento psicopedagógico, pareciera que el juego es una herramienta obvia, sobre todo cuando nos referimos a niños. Pero en la práctica esto se traduce en modalidades diversas –y a veces adversas-. ¿Cuál es el juego posible dentro de lo terapéutico? ¿Los adultos no acceden al juego dentro de un tratamiento psicopedagógico? En un primer momento, el juego favorece el contacto con el terapeuta, la posibilidad de expresión (Boyd Webb, 1999). El juego es la vía de comunicación más directa con los niños (y, ¿por qué no con los adultos?). Si tenemos en cuenta la dificultad que pueden tener los niños para expresar sus conflictos (aunque no sea exclusivo de los niños), comenzar a trabajar desde la palabra, será un camino mucho más lento y penoso, y en algunos casos hasta imposible. En el espacio lúdico, se encuentran el terapeuta y el paciente, para comenzar a jugar, y a partir de allí, iniciar la construcción de un vínculo. Reid (2001) propone juegos de azar para un comienzo, dado que anulan las diferencias entre el adulto y el niño, aunque no haya una victoria sobre otro, por lo que también pueden dejar de ser interesantes para determinados pacientes, teniendo en cuenta que cuando la competencia es quitada, los participantes están menos motivados.
La terapia de juego no es simplemente la inclusión del juego en el contexto terapéutico. Ni tampoco es el aspecto terapéutico del juego que define una terapia de juego. Muchas personas logran crear un ambiente que maximice los aspectos terapéuticos del juego, sin que por ello sea una terapia de juego. Así como la sola utilización de palabras no implica una terapia, tampoco lo es el juego. La terapia de juego se distingue del juego terapéutico por tener una orientación teórica –sólida- que guía el pensar y actuar del terapeuta. La terapia a través del juego es la interacción entre un adulto entrenado y un niño que expresa sus sentimientos y dificultades a través de la comunicación simbólica del juego. Se parte de la base que el niño expresará y trabajará sus conflictos a través de la metáfora lúdica. El tratamiento a partir o a través del juego incluye más que el solo jugar con el niño. En el ambiente seguro del contexto terapéutico, el niño puede expresar sus sentimientos a través de la fantasía. Trabajando sobre ello, se puede ir modificando aspectos de la vida real. El juego por sí mismo, no es el que va a provocar los cambios en el contexto terapéutico, es la intervención del terapeuta y su utilización del juego, lo que es crítico (O’Connor, 1991).
En el trabajo psicopedagógico, la implementación del juego y del jugar tiene además objetivos específicos, relacionados con el aprendizaje y/o las dificultades de aprendizaje del paciente y/o su grupo. A partir de la implementación de los juegos estructurados e inestructurados, se podrá evaluar por un lado los procesos y estrategias de aprendizaje que el niño ha adquirido hasta aquí y el modo de implementarlos. Las posibilidades de anticipación, de adecuación a las reglas, las posibilidades combinatorias, niveles de desarrollo, noción de número, etc., son algunos aspectos posibles de evaluar a partir de diferentes juegos. Proponiendo juegos que lentamente provoquen nuevos desafíos en los esquemas de aprendizaje del niño, se podrá ir arribando a nuevas estructuras que permitan un avance en este área.
La implementación del juego en el contexto psicopedagógico, debe mantener las características esenciales del jugar. El objetivo del juego no debe ser una tarea escolar “disfrazada” de características lúdicas. Si bien hay juegos más adecuados que otros para su inclusión en el contexto terapéutico, es fundamental la postura teórica del terapeuta / psicopedagogo, y la orientación que va guiando un juego en terapéutico. La orientación del terapeuta debe, sin embargo, mantener el juego del paciente, de manera que siga siendo el juego del niño y no el del terapeuta. El objetivo psicopedagógico está en que el niño pueda ir descubriendo los pasos a seguir, las posibilidades que pueda lograr a partir del juego, las estrategias más operativas para cada situación y llegar así a un aprendizaje autónomo y placentero.
Si bien es esencial respetar el juego y el jugar del paciente, es importante que el psicopedagogo pueda distinguir en qué momento deberá proponer él un juego o bien alguna modificación del mismo para promover nuevas posibilidades de aprendizaje. La intervención psicopedagógica deberá ser siempre desde dentro del juego. Intervenir desde fuera del juego, probablemente sea vivido por el jugador como una agresión o ataque a su juego, interrumpiendo el mismo. Como psicopedagogos, deberemos participar del juego asumiendo los personajes, funciones y roles que nos asignan nuestros pacientes, pero alertas al desarrollo del juego como para poder introducir las modificaciones necesarias de manera de provocar desequilibrios y nuevos equilibrios.
Así como en el juego en primer lugar se aprende a jugar (Flitner, 1986), y los aprendizajes están al servicio del mismo, la intervención psicopedagógica, en primer lugar deberá estar al servicio del juego. Los obstáculos que se nos presenten dentro del mismo juego, deberán resolverse en ese mismo espacio, sin salirse del rol, del terreno de juego, del tablero, etc. Para ello podremos recurrir a las reglas del juego escritas o preestablecidas con anterioridad, o tendremos que buscar otras estrategias para poder continuar el juego (Öfele, 2002,c). Uno de los primeros objetivos dentro del tratamiento psicopedagógico es habilitar, posibilitar un campo de juego, sostenido por nosotros como profesionales, permitiendo así que el o los pacientes, descubran un espacio seguro donde poder expresarse y desplegar todo su potencial. Cuando este primer objetivo no se puede llevar a cabo por algún motivo, deberemos revisar los obstáculos que se nos presentan: si son del juego mismo que no está adecuado a las necesidades –evolutivas, cognitivas, emocionales, etc.- del paciente, si las dificultades están en el psicopedagogo que no puede jugar, etc.
La inclusión del juego en el marco del tratamiento psicopedagógico se basará en primer lugar en nuestra fundamentación teórica que nos dará el sustento necesario para la práctica profesional. Por otro lado será importante diferenciar el diagnóstico enmarcando la etapa evolutiva, las posibilidades cognitivas, motrices, neurológicas, y también el entorno cultural de cada paciente, para diferenciar el juego posible en cada caso y no sobreexigir ni subestimar las posibilidades lúdicas.
Un aspecto importante, no siempre atendido, es el entorno cultural, tanto del o de los paciente/s como del terapeuta. Determinados aspectos del proceso terapéutico, están en mayor o menor grado culturalmente determinados (O’Connor, 1991). En algunos casos el psicopedagogo proviene de otro entorno cultural, lo que, si no se tiene en cuenta, puede provocar conflictos sobre todo en la comunicación. En el terreno de juego esto se traduce en códigos diferentes, que remiten a situaciones desconocidas por el terapeuta, y que pueden llevar a lecturas equivocadas, como también a promover cambios que no serán tolerados en el ámbito cultural de dicha familia.
No hay un tipo de juego determinado que pueda indicarse para cada situación. El juego es un fenómeno demasiado complejo en sí mismo, a lo que se suma la complejidad del jugar de cada paciente y terapeuta. Cada uno llega con su propia historia y posibilidad lúdica, desplegándolas en un espacio en común. A partir de allí se crea un nuevo jugar que deberá promover la creatividad y nuevas vías de aprendizaje, no sólo para el paciente, sino también para el psicopedagogo en su desarrollo profesional. Las posibilidades del paciente –aunque también las del terapeuta-, serán el indicador más preciso para incluir juegos de uno o de otro tipo. En algunos casos serán juegos de mayor carácter simbólico, en otros juegos de estrategia, juegos corporales, juegos de construcción, etc. Es necesario, sin embargo, acompañar estos procesos con la observación del juego del paciente, develando sus patrones lúdicos, que remiten a su situación de aprendizaje: cómo comienza el juego, personajes que elige, personajes que asigna al psicopedagogo, estrategias que implementa, cómo finaliza el juego, etc. (Öfele, 2002,c).