Los niños juegan para vivir, y gozan al jugar. Al hacerlo, aprenden a “jugarse”, aunque no lo sepan. Jugar sólo es una abstracción, para quien observa un juego o lo convierte en objeto de estudio, lejano a la realidad de jugarlo.
El juego aparece ligado al placer y a la evolución del ser humano, haciéndose presente desde etapas muy tempranas.
Pertenece al reino de las conductas naturales: no es necesario enseñar a un niño a jugar, para que el juego aparezca, se repita e instale, reiterándose, enriquecido con nuevas conquistas. Sí es cierto, que cuanto más favorables sean las condiciones del contexto al que ese niño pertenece, las conductas lúdicas se “jugarán” más libremente, favoreciendo esa incipiente personalidad y dando lugar a acciones cada vez más complejas.
Así, desde el principio de la vida hay un paralelismo innegable entre juego y adaptación dinámica al medio donde el niño se desarrolla.
Cerremos los ojos por un instante y pensemos en niños; o busquemos a nuestro alrededor, y observemos niños que crecen... ¿Qué vemos?
· El juego está presente en los ejercicios motores y descubrimientos: este bebé que halla su propia mano en el espacio visual cercano, y, realizando esfuerzos por coordinar los movimientos, la acerca hasta llevarla a la boca y succionar el pulgar, con el consiguiente placer que esta acción le produce…
· Esa muchachita de año y medio prueba trasvasar algún elemento usando un objeto que hace las veces de embudo, mientras observa infinidad de veces el resultado de su “experimento”…
· En los albores de la independencia: aquel incipiente deambulador descubre que puede desplazarse, aunque con dificultad, hasta los brazos que otra persona le tiende, apoyándolo en sus emprendimientos. Entonces va y vuelve, tambaleante y risueño, en medio de jocosas celebraciones. No sin vértigo, pero feliz con su estreno…
· En las interacciones: Romina y Yael, de 20 meses, bailan al compás de la música y sacuden sendas porras que la maestra del Jardín Maternal les ha ofrecido. La docente propicia la imitación, y ellos responden sin imaginar lo que ella se ha propuesto. De pronto, se encuentran frente a frente, se miran, mueven sus cuerpos y actúan como si estuvieran frente a un espejo, reconociéndose. El intercambio es breve, pero se repite con otros ocasionales compañeros de baile que se prestan a compartir el juego…
· En los intentos por comprender la realidad: Martín, de 2 años y medio, toma un objeto que usa como teléfono y hace “como si” hablara con alguien, a quien refiere una visita suya al Hospital, donde le aplicaron una vacuna…
· Quizás para reparar el guión de su corta y fragmentada historia familiar, Luján, de 3 años y medio, (hija de madre soltera, con hermanos más grandes y más chicos, todos de padres diferentes, con quienes habita en un Hogar que ampara madres solteras adolescentes ), aprovecha todos los momentos ofrecidos por la maestra de sala para jugar en el rincón de la casita, y elige siempre el mismo juego: acuna un bebé, y otro, y otro más, protegiéndolos en sus brazos de las exigencias de un mundo exterior inexistente en el juego, pero muy real para ella misma. Les habla, los cambia, les da de comer, los traslada de un lado a otro de esa casa – familia – propia, imaginada, acariciada y soñada, aún en los momentos de vigilia.
· En el aprendizaje de la convivencia: Mariana, Cecilia, Gonzalo y Lucas, de 6 años y medio inventaron un juego de cartas al que le pusieron reglas, de común acuerdo.
Uno de ellos desea ganar siempre, y no tolera perder. Como no logra su cometido, decide no participar más, molesto, rompiendo el juego, que fue ideado para que los cuatro jugaran.
Surge una discusión, mezcla de rabia porque el amigo se retira, e impotencia por la transgresión a la regla, seguida de una reflexión que parte del grupo: intentan hacerle comprender que, a veces se gana, y otras, se pierde. Pero dejar de jugar es faltar al compromiso de respetar el acuerdo…
Avancemos o retrocedamos en edad. Imaginemos cientos de otros ejemplos, que pueden estar al alcance de cualquier ocasional observador.
Si bien cada una de estas “anécdotas” se hallan vinculadas con aspectos evolutivos significativos que comprenden el desarrollo de la inteligencia, el desenvolvimiento motor y la capacidad de relacionarse con el mundo, y todas ellas son propias del período correspondiente, no obstante,
se juegan en la acción concreta como conductas lúdicas.
Es decir, en todas hay un factor común:
el juego como protagonista.
Parafraseando a A. Aberastury: “…los juegos del niño normal progresan constantemente hacia identificaciones cada vez más aproximadas a la realidad”. (1)
Toda la infancia, hasta la pubertad y la incipiente adolescencia, están sembradas de juego, del jugar, de búsqueda de placer y recreo. El sano crecimiento está acompañado de juego.