¿A QUÉ JUGAMOS?
El juego siempre es cosa seria para un niño. Motivo de preferencia ante cualquier serie de opciones, es algo tan placentero como intenso, comprometido y activo.
En el juego el niño se juega por completo: todo su ser está al servicio de la vivencia lúdica.
El juego es salud: terapéutico en sí mismo para quien lo juega. Generador de hipótesis, investigaciones múltiples y variadísimas de la realidad que descubre, producciones irreemplazables, irrepetibles y originales.
Experiencia gratificante, manifestación espontánea, expresión de emociones. Alegrías y tristezas se ven espejadas en él por períodos durante los cuales la realidad forma parte de la fantasía, y la intimidad del sí mismo se muestra impúdicamente.
Valor cultural innegable, fuente de riqueza social, emocional e intelectual, del individuo y de los grupos humanos.
El juego es una experiencia placentera. Análogamente, cuando la niñez transcurre, y se evoluciona hacia la adultez, las experiencias placenteras son vividas como juegos. Si bien el juego surge espontáneamente, como invitación al placer, ¿cómo no darse permiso de participar en actividades que resulten placenteras?
Si el juego es, entre otras cosas:
· Descubrimiento,
· Desarrollo de la inteligencia,
· Despliegue motor,
· Encuentro con los valores,
· Convivencia con otros,
· Manifestación de emociones,
· Motivo de permanente interés,
· Adaptación a la realidad,
· Apropiación de espacios y objetos,
· Frustración, y por tanto, crecimiento,
· Reflejo de la sociedad,
· Reaseguro de transmisión cultural,
· Propulsor de códigos y lenguajes,
· Modo natural de conocer y probar,
· Establecimiento de vínculos con personas, objetos, situaciones…
· APRENDIZAJE…
¿Por qué la educación formal tiende a desdibujarlo, reemplazarlo, olvidarlo, desvalorizarlo, descartando así su valor y menospreciándolo en su carácter de propiciador de aprendizajes significativos y duraderos?
¿Por qué,
juego y estrategia metodológica se hallan ausentes en la práctica pedagógica sistemática?
¿Es acaso necesario seguir justificando una relación pedagógica de esta índole?
Históricamente, Juego y Pedagogía han compartido el desenvolvimiento de la humanidad, conformando una innegable tradición en la educación de las jóvenes generaciones durante siglos.
Grandes teóricos reconocidos a nivel mundial han desarrollado fundantes teorías destinadas a comprender el espíritu del hombre a partir del estudio del juego y el jugar. Se han creado metodologías lúdicas, exitosamente probadas y comprobadas a través del uso de materiales simples y concretos, capaces de acompañar el crecimiento y el desarrollo de la inteligencia.
La construcción de la moral autónoma del niño como logro de la práctica de juegos con pares ha sido una revelación innegable de este siglo que pasó.
La posibilidad de hacer y ser parte de la cultura como resultado del espacio vinculante entre mamá y bebé que juegan a un juego de ilusión – desilusión, ha realizado valiosos aportes a la teoría psicoanalítica, enriqueciendo la comprensión de esa maravillosa díada.
Aun los más detractores del psicoanálisis han considerado como válidas las premisas de Freud acerca del desarrollo psicosexual del hombre, comprobando el paralelismo entre etapas evolutivas, zonas erógenas y juegos característicos de la edad.
Sin embargo, “Juego y Pedagogía” no han logrado obtener un merecido reconocimiento en los proyectos de la educación contemporánea, careciendo de una solvente articulación entre la teoría (livianamente considerada), y la praxis (desconocida como vivencia).
Si jugáramos a personificarlos, quizás parecerían una pareja unida desde la naturaleza, que intenta ser separada por temor al ridículo, al descontrol, a la creatividad, a la falta de seriedad, tal vez por carecer de confianza en la mismísima naturaleza humana, tan reñida hoy con los requerimientos de nuestra cultura, que se desencuentra a veces con la calidad de vida.
¿Por qué, en lugar de pensar en ella como una falsa antinomia, no permitimos que se unan, comprendiendo y descifrando la paradoja, jugando con la analogía?
¿GANAMOS O PERDEMOS?
El progreso ha cambiado valores, costumbres, objetivos y necesidades individuales y comunitarias. Ha modificado roles, planes y programas de acción. El consumo se ha convertido en el protagonista de estos últimos decenios. Los medios de comunicación masiva nos dicen qué hacer, cuándo, con quién y dónde. La cultura de la imagen nos convierte en espectadores no protagonistas, apelando directamente a las emociones.
Esto nos deja – aparentemente – con pocas posibilidades de crear y recrear situaciones inteligentes, duraderas, significativas y placenteras a la vez, cargadas de recursos nacidos gracias a la “inversión” de ser niño a la edad de serlo, luego púber, adolescente, joven y, al fin, adulto…
La tecnología nos ha tendido lentamente su mano para que le permitiéramos ingresar a nuestro mundo, y hoy en día, ya está aquí, apropiada de nuestras comunicaciones; espacios laborales, profesionales, familiares y personales se nutren e impregnan cada día más de las computadoras como herramientas indispensables. La revolución tecnológica ha continuado a la revolución industrial. Lo nuevo, que aparece en principio como desconocido, puede generar temor, rechazo, y hasta descrédito, en detrimento de lo seguro y ya transitado.
El lenguaje es la forma inventada por el hombre para comunicarse con otros transmitiendo mensajes que son descifrados y contestados, generándose redes de comunicación de diferentes tipos. El juego es tan antiguo como el lenguaje: las personas de todos los tiempos han jugado, juegan y continuarán haciéndolo, para expresarse, disfrutar, sentirse vivos.
El lenguaje utilizado por las computadoras, máximo exponente de la tecnología de este tiempo, está basado en el juego y el aprendizaje:
“¿Por qué comenzar a enseñar las ideas de las computadoras haciendo dibujos y hablando de “tortugas”?.
Las razones son psicopedagógicas. Un primer paso hacia la comprensión de un concepto se relaciona con la posibilidad de integrarlo con nociones anteriores (principio de continuidad), con la realidad de hacer (principio de poder) y con el entorno social en que nos movemos (principio de resonancia cultural). Papert, en su libro, explica claramente estas razones, y presenta a la tortuga como un objeto transicional u ‘objeto-con-el-cual-pensar’”. (2)
Tomar lo nuevo, recuperar lo conocido, calificarlo, integrar, conociendo y comprendiendo los fundamentos, forman parte del tránsito de una etapa a otra, siguiendo los principios que configuran el aprendizaje.
El progreso puede convertirse en enemigo del ser humano, pero nuestro mayor enemigo íntimo es el miedo. Convertir lo nuevo en desafío a conquistar siempre implica buscar entre lo que sabemos, sin desechar aquello de lo que estamos constituidos esencialmente.
Los niños juegan para vivir, y gozan al jugar. Al hacerlo, aprenden a “jugarse”, aunque no lo sepan. Jugar sólo es una abstracción, para quien observa un juego o lo convierte en objeto de estudio, lejano a la realidad de jugarlo.
Jugar es acción, es hacer, y es un hacer saludable, indispensable para vivir, pensar, crecer y desarrollarse.
El juego es vivencia. El aprendizaje, también. Jugar es cosa seria. Aprender, puede ser un placer…desafiante.
“Muy a menudo, el esfuerzo que los hombres ponen en actividades que parecen ser completamente inútiles, resulta ser extremadamente importante por caminos que nadie habría podido prever. El juego ha sido siempre la fuente de la cultura.”
Ítalo Calvino (escritor italiano)
Referencias
(1) Aberastury, Arminda.: “El niño y sus juegos” Editorial Paidós, R. Argentina.
(2) Papert, Seymour: “Desafío a la mente” Ediciones Galápago, Dist. Emecé, Bs. As., 1.981, en Reggini, Horacio: “Alas para la mente” Ediciones Galápago, Bs. As., R:A: 3ra. Edición, 1.984.