El término trastorno del lenguaje semántico-pragmático ha alcanzado gran popularidad entre los terapeutas del habla y del lenguaje durante los últimos años, pero su uso como un concepto de diagnóstico está siendo cuestionado cada vez más. Es quizás el momento de examinar la evolución de este término y considerar si puede representar un caso de mal diagnóstico, en lugar de una categoría de trastorno del desarrollo del lenguaje.
Hace ya más de una década ha pasado desde que Rapin y Allen (1983) incluyen en su marco nosológico de los trastornos del desarrollo del lenguaje que de "síndrome semántico-pragmático".
El término "trastorno del lenguaje semántico-pragmático" ha alcanzado gran popularidad entre los terapeutas del habla y del lenguaje durante los últimos diez años más o menos, pero su uso como un concepto de diagnóstico está siendo cuestionado cada vez más (Gagnon et al, 1997).
Es quizás el momento de examinar la evolución de este término y considerar si puede representar un caso de mal diagnóstico, en lugar de una categoría de trastorno del desarrollo del lenguaje.
Rapin Y Allen (1983) fueron los primeros en utilizar el término "síndrome semántico-pragmático" al clasificar los trastornos del lenguaje en el desarrollo de un marco de "médico rehabilitatorio", que describe diversos "síndromes".
Estos incluyen: la agnosia auditiva verbal; trastorno por déficit semántico-pragmático; dispraxia verbal; fonológico-sintáctico trastorno; y el déficit léxico-sintáctica. Rapin y Allen no consideraron sus síndromes de ser exhaustiva.
A pesar de su uso inicial de un marco médico rehabilitatorio, que agrupan sus temas de acuerdo a la característica más sobresaliente de su lenguaje expresivo. El comportamiento interactivo, y la aparente comprensión del lenguaje.
Sus síndromes se definen a continuación, mediante la determinación de que se deterioran las características del lenguaje, intacta, o variable dentro de los subgrupos.
Bishop y Rosenbloom (1987) usaron el término de Rapin y Allen, pero lo modificaron a "trastorno semántico-pragmático", evitando el término "síndrome", ya que consideran estos problemas específicos con el uso del lenguaje y el contenido a ser un conjunto de comportamientos libremente asociados que daban sombra en autismo en un extremo y la normalidad en el otro.
Ellos describen la historia y los síntomas de la condición de su propia experiencia, pero advirtieron que la literatura en el momento se limitaba a la descripción clínica y fue necesario que la investigación para identificar los criterios que definen objetivos.
Bishop y Rosenbloom sintieron que la mayoría de los niños de este tipo nunca serían llamados autista, pero que su capacidad para hacer frente a la escuela normal, dependían en gran medida de la magnitud de la anormalidad social asociado.
Reconocieron que Wing (1981) había descrito un patrón similar de trastorno en su cuenta de síndrome de Asperger, concluyendo que, mientras que los déficits sociales y lingüísticos tienden a co-ocurrir, podrían ser disociados.
También en 1987, Rapin informó un estudio de los niños con autismo o trastornos del desarrollo del lenguaje que clasifican los participantes en primer lugar por el tipo de trastorno del lenguaje observado y en segundo lugar por el hecho de que el niño cumpla los criterios para un diagnóstico de autismo.
En un artículo sobre los límites entre el autismo, el síndrome de Asperger y el trastorno semántico-pragmático, Obispo (1989) citan las conclusiones de Rapin en apoyo de la idea de que el autismo y el trastorno del desarrollo del lenguaje no eran mutuamente excluyentes y que el mejor enfoque es el de un continuo.
El Modelo continuo propuesto por Obispo tenía dos dimensiones: en primer lugar el de la comunicación verbal significativa y en segundo lugar la de los intereses y las relaciones sociales. Obispo fue capaz de contrastar el patrón de los síntomas entre los trastornos.
De este modo los niños con comunicación relativamente normal, pero las relaciones sociales anormales tendrían síndrome de Asperger; los niños con relaciones sociales relativamente normales, pero la comunicación verbal anormal tendrían trastorno semántico-pragmático; y aquellos con habilidades anormales para cada criterio habría niños con autismo.
Happé (1994) elogió a Obispo por su enfoque, pero advirtió que se presuponía que existiera ninguna relación necesaria entre la competencia social y comunicativa, mientras que no hubo, de hecho, una buena razón para creer que las habilidades sociales y comunicativas puedan confiar en los mismos mecanismos cognitivos.