Los pacientes que presentan ciertas discapacidades cognitivas presentan una limitación evidente y observable en su capacidad de desempeño en las actividades de la vida diaria (AVD). En este sentido, el individuo puede destacarse en distintas áreas ocupacionales, obviamente que esto debe entenderse en términos de terapia ocupacional. Como destaca Moruno (2006) se han identificado varias áreas: AVD básicas, AVD instrumentales, educación, trabajo, juego, ocio y participación social
La disfunción cognitiva
La teoría de este modelo, se centra fundamentalmente en como las personas que presentan inhabilidades cognitivas, se ven limitados para procesar la información, consecuentemente no pueden desempeñar las actividades de la vida diaria de manera acorde. No obstante esto, la limitación que el paciente presente será un indicio para determinar en que nivel cognitivo se encuentra.
Según esta autora, la discapacidad cognitiva se ve producida por una condición médica que restringe el funcionamiento cerebral, resultando observable cuando algo anormal ocurre y por lo tanto puede ser detectado.
En otras palabras, cuando el individuo no puede procesar la información para realizar una actividad. Dependiendo del tipo de tareas que se esté llevando a cabo, si la ejecución de la actividad puede resultar peligrosa, se requerirá de la intervención del terapeuta para asistir en la protección y seguridad del individuo. Estas limitaciones pueden observarse y medirse, para luego determinar en que nivel cognitivo funciona; básicamente permite determinar las capacidades remanentes, ayudando posteriormente a la persona, adaptando el entorno a su discapacidad y modificando las actividades para que tengan menor exigencia cognitiva.
Como este modelo esta relacionado con las limitaciones para el aprendizaje, si este se encontrara restringido o bloqueado por un proceso patológico, la capacidad del individuo para ejecutar actividades de manera segura y normal estará diminuida, no obstante esto en necesario aclarar que recién en el nivel 5 el paciente esta en condiciones de aprender haciendo.
Esta autora, ha desarrollado seis niveles cognitivos que se encuentran íntimamente relacionados con los diferentes estados de la conciencia, estos parten desde el nivel 1 ó el mas bajo, hasta el nivel 6 de conducta o el mas seguro, es decir que estos niveles miden desde las conductas inconscientes hasta la consciente, en otras palabras desde los movimientos reflejos y automatismos hasta las acciones planificadas. No obstante esto, puede darse el caso de que se interpreten 7 niveles, dado que ciertos autores han realizado publicaciones dando a entender que el nivel 0 es otro nivel, siendo correcta esta afirmación en tanto se entienda que el nivel 0 está relacionado con aquel paciente en estado de coma.
Como una generalidad, los niveles cognitivos de Allen comprendidos entre 1 y 2, se relacionan con patologías tales como Accidente Cerebro Vascular recientes, demencia severa, y daños cerebrales agudos como ciertos traumatismos craneales, mientras que los niveles cognitivos 3, 4 y 5 se relacionan con hemiplejías moderadas producto de un ACV, demencia leve y moderada, y desordenes mentales graves.
Estos niveles cognitivos miden la capacidad intelectual del individuo, facilita la interpretación de la discapacidad del paciente y proporciona acciones para que este pueda aprender a adaptarse a una discapacidad y aceptar las misma, la que deberá realizarse durante la ejecución de distintas actividades, previo plan terapéutico.
En este sentido Claudia Allen manifiesta que este sistema es un medio de aprendizaje abierto, vinculado a través de la formación de asociaciones sensitivomotoras, mediante la utilización de los modelos sensitivomotores almacenados, la intervención de nuevos modelos sensitivomotores y la especulación sobre las posibles acciones motrices.
Precisamente los seis niveles describen estos modelos sensitivomotores, a su vez estos niveles como se mencionó anteriormente se subdividen en modos, en el que cada uno de ellos, es un patrón de conducta o pauta para la resolución de problemas, lo que le proporcionará al terapeuta el indicador acerca de la actividad que puede y no puede ejecutar el individuo [i].
El autocuidado y la cognición
Los pacientes que presentan ciertas discapacidades cognitivas presentan una limitación evidente y observable en su capacidad de desempeño en las actividades de la vida diaria (AVD). En este sentido, el individuo puede destacarse en distintas áreas ocupacionales, obviamente que esto debe entenderse en términos de terapia ocupacional. Como destaca Moruno (2006) se han identificado varias áreas: AVD básicas, AVD instrumentales, educación, trabajo, juego, ocio y participación social[ii].
Como se ha mencionado anteriormente, una discapacidad cognitiva puede entenderse como un deterioro del intelecto el cual se evidencia a través de la pérdida de las habilidades para el adecuado desempeño de las diferentes rutinas, roles, pérdida de hábitos adecuados relacionados con el aspecto personal y la higiene, pérdida de autonomía, y por consiguiente un mayor grado de dependencia[iii].
En ciertos pacientes que presentan estos déficits cognitivos, pueden observarse disfunciones tales como falta total de planificación en sus tareas, dificultades en la comprensión de las instrucciones, dificultades en la percepción del esquema corporal, mantenimiento de la atención ante tareas que exigen cierto esfuerzo, dificultando además los procesos de aprendizaje, por lo que dichos aspectos deben ser tenidos en cuenta previo al abordaje.
En este contexto, los terapeutas ocupacionales deben orientar abordajes que tiendan a mejorar la calidad de vida del paciente, lograr una ligera mejoría en su grado de autonomía y a minimizar los efectos provocados por el grado de disfunción que presentan, complementando al abordaje, mediante una rehabilitación adaptada a sus capacidades y limitaciones, o bien a través de adaptaciones ambientales que incluyan asesoramiento a los familiares.
Las rutinas
Tanto la disfunción física como la disfunción mental, provocan en el paciente pérdida de los roles y de las ocupaciones, afectando además a las rutinas diarias.
Como una generalidad, en las personas que no presentan ninguna dificultad, las actividades de la vida diaria (AVD) están compuestas por rutinas, las que reflejan roles, necesidades ocupacionales, motivaciones, responsabilidades y hábitos. Cuando estos últimos se ven interrumpidos, las rutinas pueden no estar, observándose en este caso una disminución de los roles.
En este sentido, podemos entender a una persona en su contexto, cuando se aferra fuertemente a las rutinas establecidas, en el cual su vida esta compuesta por responsabilidades sociales, laborales y familiares. Sin embargo, podemos también conocer en su contexto a una persona que se ha jubilado recientemente y continúa su vida en base a rutinas relacionadas con su vida anterior, es decir levantándose a la misma hora o acostándose a la misma hora, e inclusive desayunar en el mismo bar con amigos.
Tanto un ejemplo como el otro mencionados anteriormente, nos lleva a dar cuenta de que las personas que cambian sus rutinas de manera abrupta, conservan temporalmente ciertos patrones de comportamiento ocupacional aún en ausencia de roles y motivaciones, en el cual la rutina pasa a ser un factor dominante convirtiéndose además en un motivador.
No obstante esto, cuando las rutinas se encuentran afectadas debido a una perdida funcional o del rol, pueden presentar serias dificultades. Destacando que, las pérdidas de aquellos roles que controlan los períodos temporales provocan una falta de motivación para desarrollar los papeles que aun se mantienen.
En consecuencia, los pacientes que desempeñan roles y rutinas basados en necesidades y objetivos, realizados con habilidades que aun siguen conservando, pueden necesitar la intervención de un terapeuta ocupacional para restaurar o mantener el significado y equilibrio[iv].