Pensamos que somos especie de magos que pueden vislumbrar lo que va a ser de tal niño, de tal alumna, si no se siguen nuestras recomendaciones, cuando lo más sorprendente es la manera en que los niños y adolescentes salen adelante “a pesar de todo”.
Sobre el límite en el consultorio
Como terapeutas tenemos un punto de vista sobre lo que es mejor para nuestros clientes. Creemos conocer sus necesidades y lo que es bueno para ellos, a veces llegamos a creer que gracias a nosotros, ellos, nuestros clientes, tienen una vida mejor. Sin embargo, resulta con mucha frecuencia que ellos tienen su propia medida, su propia opinión acerca de hasta dónde quieren explorar, para modificar su situación actual. Es decir, hay un límite en nuestra capacidad persuasiva, hay una especie de línea que no puede atravesarse, pues equivaldría a no respetar la responsabilidad que cada cliente tiene con lo que quiere hacer de su vida.
Suele suceder que el problema por el que se acude a consulta quede rápidamente disminuido, o bien relativizado. Lo anterior ocurre por ejemplo cuando se establece una ágil relación de confianza con el terapeuta, quien con su actitud aceptante puede generar cierta paz en el cliente. Este puede dar pasos, avanzar en la forma como asume su situación, puede visualizarla bajo una óptica diferente, lo cual lo tranquiliza. La consecuencia podría ser que después de tres o cuatro consultas, el paciente decida que está mejor y que puede prescindir del proceso terapéutico, y proceder de esa manera, suspendiéndolo. El terapeuta por su parte, puede estar convencido de que todavía hay un camino que recorrer, que esa “nueva actitud”, que en realidad equivale a un nuevo enfoque, una nueva forma de mirarse y de mirar lo que le ocurre, puede explorar niveles más profundos, que probablemente prevengan nuevas manifestaciones, nuevos “brotes” de la situación problemática inicial. Y sin embargo no puede hacer mucho por convencer al cliente de proseguir con esa indagación, con esa profundización. La decisión es tomada por el cliente, no por el terapeuta. Aquí se presenta un límite muy claro: nuestra percepción, nuestra manera de enfocar los problemas, o de enfocar la vida, no es universal, sino el resultado de un proceso muy personal, donde puede haber muchos elementos de preparación profesional, pero donde sobretodo hay un fondo de experiencia personal que permea nuestra visión de las cosas. Nuestra verdad como terapeutas, es diferente a la verdad de nuestros clientes. Y aunque se comparta un espacio y un tiempo entre estos dos mundos, terapeuta y cliente, existen barreras, límites de comunicación, límites de comprensión de la situación del otro, y diferencias sobre lo que se considera bienestar.
Sobre el límite en educación
Como educadores, ya sea en casa, como padres de familia, o en la escuela, como maestros o personal que labora en una institución educativa, nos enfrentamos a una situación muy particular: De nosotros depende que se dé un desarrollo adecuado de nuestros hijos y alumnos, y al mismo tiempo no. Es decir, solemos pensar que en nuestras manos está que nuestros hijos crezcan sanos y fuertes, que aprendan a relacionarse con los demás, que se interesen por diferentes temas científicos, humanísticos o artísticos, pensamos que de nosotros depende que sepan defenderse, que sepan enfrentar sus miedos, que puedan desarrollar al máximo las habilidades que les permitirán vivir en el mundo de hoy y del mañana… pensamos ilusoriamente que todo eso depende de nosotros, maestros y padres. Pensamos que un consejo a tiempo, de parte de algún profesional de la escuela, puede evitar que un alumno siga sufriendo en casa, o bien que podemos prevenir futuros problemas emocionales… Pensamos que somos especie de magos que pueden vislumbrar lo que va a ser de tal niño, de tal alumna, si no se siguen nuestras recomendaciones, cuando lo más sorprendente es la manera en que los niños y adolescentes salen adelante “a pesar de todo”. Independientemente de cuánto hicimos por ellos, o cuánto dejamos de hacer, nuestros hijos, nuestros alumnos, se las arreglan para brincar los retos que su mundo les presenta, “como pueden”, ni más ni menos.