Las funciones aprendidas son el resultado de una integración de las formas orgánicas entre sí, adicionada a la imagen de mundo de la propia cultura. En el proceso de adaptación, tanto individual como social, el ser humano depende de las emociones, que, a su vez, necesitan de regulación en términos de tolerabilidad y flexibilidad.
El saber hacer corporal está en la base de la cognición y la acción de todos los seres humanos. Al igual que con los comportamientos motores, las representaciones mentales requieren la coordinación, la imagen y la acción han de estar en sintonía. La intensa actividad del cuerpo da lugar al pensamiento y a la expresión verbal. El saber hacer se amplía hasta saber lo que hace. Todo esto permite al niño a representar de forma más fiel, con los materiales más adecuados, lo que imagina. La propuesta de una acción corporal consciente transforma el material en conceptual. La motricidad y la cognición van juntas (MOLINARI, SENS, 2003). Este juego de construcción más cercana a la realidad es una transición entre el juego simbólico y el juego social (Freire, 1997).
Socialmente, el niño quiere "ganar", tener algunos lucro o beneficiarse de sus acciones, por lo tanto, ataca de frente, persiste en sus objetivos, a fin de ganar. Sobre la base de sus papeles futuros, los muchachos siguen el modelo "fálico intrusivo", y las niñas tratan de "no dejar escapar", haciéndose atractivas y cautivantes. El aprendizaje del niño es invasivo, usando palabras agresivas para invadir los oídos y la mente, domina el espacio con una locomoción vigorosa, entra en lo desconocido por la curiosidad. Por lo tanto, sale del egocentrismo por lo interés en las nuevas situaciones y actividades, desarrollando así de acuerdo con Erikson (1976), los requisitos de la iniciativa, o elegir sus metas y tratar de alcanzarlas.
El conflicto que debe ser superado en esta fase es que mismo con la sensación de orgullo en el campo de su aparato locomotor y de ser casi tan capaz como el padre o la madre, el niño percibe su inmadurez en el área genital. Si bien los chicos tienen los órganos que se asemejan a los de los adultos, en las niñas no están desarrollados los senos como una mujer adulta, se refugiando en la fantasía lúdica con sus muñecas. Cuando el grupo social puede transmitir a la niña su valor y su especificidad, ella se da cuenta de que no sólo la intrusión del aparato locomotor, mental y social, que es similar a los niños, que define su papel en la sociedad, además es capaz de notar la singularidad característica de cada sexo, incluso si las funciones culturales utilizan las diferencias como un contrapunto. Desarrolla así los "modos básicos" de "incepção" femenino y "inclusión" materna, de lo contrario es "irritante, exigente, dependiente y agarradiza. Los deseos "edípicos" para sustituir al padre o la madre y ser mejor que ellos en sus papeles, que ocupan la imaginación de los niños y niñas, respectivamente, en esta fase, genera un profundo sentimiento de culpa, que debe ser enfrentado como el tercer conflicto nuclear el ego: " iniciativa x culpa." La empatía motiva la conducta moral, puesto que está en la base de la culpa, haciendo la modulación de reacciones de ira y agresividad (ORTIZ, 1999).
En esa diferenciación sexual, fuertemente influenciada por la experiencia, el temperamento y la cultura, la niña es más sensorial y desarrolla su praxia fina, mientras que los niños exploran la praxia global (Fonseca, 1988). Como el niño biológica y culturalmente no está en condiciones de ejercer el papel sexual que los adultos tienen en la sociedad, transfiere toda su iniciativa y curiosidad por lo que quiere ganar, para conocer el mundo y hacer las cosas, porque no puede "hacer personas". Así pasa a elegir las metas y perseverar en el logro de ellas. Así, la intrusión masculina se pone al servicio de la producción, y la inclusión femenina de la procreación.
La socialización, continúa Erikson (1976), servirán de guía a estos " interés libidinales iníciales" por medio de los cuidados con el niño, en las formas aceptadas por la cultura, organizándoles por la conciencia y por la tradición. Los "instintos innatos" son en la verdad impulsos que deben ser reunidos y organizados en un proceso educativo durante la infancia para ganar sentido de la tradición y de la cultura de cada pueblo (López et al., 1999).
Los seres humanos, a diferencia de los animales, no necesitan para sobrevivir de un entorno predecible para adaptar sus respuestas instintivas, sino que depende de una educación en las tradiciones que oriente y dé conciencia sin oprimir, es decir, sea al mismo tiempo firme y flexible para adaptarse a la realidad histórica. Durante la infancia, los niños, como seres dotados de órganos, pueden incorporar otras cosas o otros seres, puede retenerlos o soltarles, o incluso entrar en ellos. Estos métodos de aproximación física reflejan las modalidades de la vida social (Erikson, 1976). Esto ocurre en el espacio y en el tiempo de su cultura (Aries, 1986; Kishimoto, 1993).
Las funciones aprendidas son el resultado de una integración de las formas orgánicas entre sí, adicionada a la imagen de mundo de la propia cultura. En el proceso de adaptación, tanto individual como social, el ser humano depende de las emociones, que, a su vez, necesitan de regulación en términos de tolerabilidad y flexibilidad. Esta regulación que tiene sus bases en la primera infancia, no se da por la homeostasis, pero se genera en las relaciones interpersonales (LOPEZ, ORTIZ, 1999).