Cabe destacar una vez más, que la conducta de una persona estará no sólo guiada por preceptos legales o por los conocimientos que adquiere con el estudio de una determinada disciplina, sino también por sus creencias y valores.
Según Habermas (1988), la bioética es una construcción interdisciplinaria, donde todos somos interlocutores válidos. Por ello, las ciencias de la vida están profundamente relacionadas con la cultura y siempre que el hombre deba decidir en torno a lo humano, sus decisiones, opciones y conductas estarán permeadas por sus principios éticos. Así como la ética no cae del cielo (Valls, op. cit), la bioética tampoco lo hace. De allí que sea una disciplina que sirve como puente entre dos culturas: la de las ciencias y la de las humanidades (Potter, 1971).
Si la ética es el estudio del carácter humano ideal, de las morales, de las acciones y de los fines, los valores éticos como tales no pueden separarse de los hechos biológicos. Por ello la bioética no es algo extra-ético, aislado o definido por valores nuevos, sino que surge de la necesidad creada por un momento sociohistórico donde el avance de la ciencia hizo necesaria la organización social para definir la actividad de los involucrados en la investigación, en la defensa de los derechos humanos y en el cuidado del medio ambiente.
Esta disciplina posee unos principios éticos fundamentales, a saber:
- el respeto de las personas (autonomía)
- beneficencia (no maleficencia)
- justicia
Estos tres fundamentos proveen un marco analítico para resolver problemas éticos que se originen en la investigación con sujetos humanos y con la toma de decisiones en contextos como: la manipulación genética de embriones, las técnicas de fertilización asistida, la experimentación con embriones o con fetos y la selección de procedimientos o tratamientos médicos (por ejemplo los implantes cocleares, el uso de células madres, la evaluación de nuevos fármacos), diseño de técnicas educativas o psicológicas en las escuelas dirigidas a sujetos con discapacidad.
Cabe destacar una vez más, que la conducta de una persona estará no sólo guiada por preceptos legales o por los conocimientos que adquiere con el estudio de una determinada disciplina, sino también por sus creencias y valores. Por esto creo que el pensar que se puede separar lo ético de lo religioso y concebir una bioética exclusivamente seglar o laica, es un argumento que no nos arropa a todos, pues seamos cristianos, judíos, musulmanes o de cualquier otra religión, nuestras creencias religiosas son parte de ese marco ético o bioético que, en definitiva, orienta y marca nuestra opinión y acción en el plano social e individual.
Al ejercer nuestras funciones como proveedores de salud, debemos tener claro que los demás pueden asumir una posición diferente a la nuestra. Esto nos obliga a ser respetuosos, en especial, cuando tratamos con personas que no comparten nuestras creencias, pero el profesional cristiano tiene el derecho a conducir su acción desde lo que le dicte su conciencia. De allí que en ocasiones, desde lo bioético, y en aras de poder garantizar la autonomía del paciente, sea necesario retirarnos y dejar la atención de algún caso en manos de otros integrantes del equipo.
Es por esta razón, que el abordaje de la discapacidad debe darse en una perspectiva inclusiva y compleja que amerita una cuidadosa formación durante los años de estudio universitario, teniendo en cuenta que los principios arriba mencionados (respeto de las personas, beneficencia y justicia) se asumen desde ópticas diversas, pero los fundamentos éticos provenientes de las enseñanzas de la palabra de Dios, son un elemento imprescindible dentro del análisis que hacemos los creyentes al buscar una salida a un dilema o problema que enfrentemos en el contexto de nuestra actuación profesional, como ciudadanos, padres, amigos o compañeros. En otras palabras, desde lo que nos manda nuestra conciencia como norma para conducir nuestras acciones en cualquier situación, teniendo en cuenta además que a menudo nuestras ideas no contarán con el apoyo de otros, por lo que el rechazo y la incomprensión de nuestros colegas, compañeros o clientes pueden estar presentes en el quehacer profesional cotidiano.