Un recorrido por las afecciones que sufren los docentes como consecuencia de sus prácticas cotidianas en el ejercicio de su profesión.
1.- Introducción
Toda persona sabe lo que es una enfermedad, bien sea por propia experiencia o por experiencia ajena, sin embargo el concepto de salud aunque a primera vista parece sencillo de entender no es tan fácil de definir. Durante mucho tiempo se vino considerando el concepto de salud como ausencia de enfermedad o de invalidez, pero esta definición no resulta del todo válida ya que exige trazar una línea divisoria entre lo que se considera saludable y lo que se etiqueta como enfermo, y esto no es siempre posible.
La definición que en 1946 dio la Organización Mundial de la Salud sobre el concepto de “salud” es la siguiente: El estado de completo bienestar físico, mental y social y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades.
Más tarde, en 1976, el X Congreso de Médicos y Psicólogos de Lengua Catalana matizó la definición de forma siguiente: La salud del ser humano es aquella manera de vivir que es autónoma, solidaria y gozosa.
Ambas definiciones han sido catalogadas de utópicas, cosa que no puede negarse. Sin embargo cuando la utopía no es una simple evasión, y este no es el caso, tiene la función de motivar y orientar los cambios en las formas de vida personales y sociales para hacerlas cada vez más saludables.
Se puede objetar también que la idea de una persona disfrutando plenamente de bienestar físico, psíquico y social puede ser irreal si no se tiene en cuenta que estas dimensiones del bienestar humano no son estáticas sino que se hallan en permanente evolución.
Existe una matización interesante acerca del concepto de salud-enfermedad. Una persona afectada de una dolencia determinada sufre un padecimiento y una limitación en consonancia con esa dolencia. Sin embargo, especialmente en el caso de algunas de carácter crónico, las personas afectadas pueden hallar un equilibrio entre las limitaciones a las que se ven sometidas y las posibilidades de desarrollar actividades que, en muchos casos, pueden acercarlas a la “normalidad”. Podemos hablar así de personas enfermas desde el punto de vista biológico y a la vez sanas desde el punto de vista de su adaptación social.
La salud y la enfermedad no deben entonces considerarse en términos absolutos sino relativos. Tampoco son fenómenos estáticos sino dinámicos, tanto desde el punto de vista individual como social ya que se hallan en permanente evolución.
Los diferentes estudios que en todas las ciencias se han llevado a cabo acerca de las relaciones entre el individuo y su medio han dado lugar a nuevos enfoques explicativos de la regulación del bienestar físico y psíquico de las personas. Las teorías que se utilizan para buscar las causas de las enfermedades han ido cambiando con el tiempo.
La noción actual de salud integra los niveles individual, social y ambiental. Hoy en día se tienen muy en cuanta los factores de riesgo en relación con las condiciones socioambientales: la higiene, el tipo de vivienda, la alimentación, el trabajo, así como otros factores característicos de nuestra sociedad actual: el desempleo, el stress, la pobreza, la contaminación, el ruido, etc.
El medio socioambiental y los cambios que en él se experimentan, ya sean estos bruscos o paulatinos, son interiorizados por las personas de tal manera que pueden llegar a configurar algunos aspectos importantes de su estilo de vida, su carácter, sus preferencias, etc. Sin embargo, el medio socioambiental no es un factor determinante del desarrollo de las personas. Desde una perspectiva evolutiva e interaccionista se considera que toda persona dispone de sus propios mecanismos cognoscitivos y sociales con los actúa sobre el medio.
Las personas, por consiguiente, son entes activos que no sólo se hallan influidas por su ambiente sino que ellas mismas, de forma individual y colectiva, van configurando un ambiente propio que, a su vez, les influye. De aquí la importancia de la inclusión de la Educación para la Salud en la formación docente como hace referencia la Conferencia Europea celebrada en Dublín en febrero de 1990.
El slogan “La prevención es el mejor remedio” debe hacerse realidad en las aulas y en las escuelas. No se trata de ampliar contenidos conceptuales sino de que todos desplieguen actitudes saludables relacionadas con ellos mismos y el mundo que los rodea, tratando de mitigar el mensaje, no siempre coherente, de televisión, publicidad, cine, etc., para evitar que afecten el equilibrio de “aprender a vivir”.
La escuela debe ser promotora de salud. Si bien esta meta es ambiciosa, sus resultados son valiosos para la comunidad toda. La escuela debe asumir la responsabilidad de brindar a los integrantes de la Comunidad Educativa los medios para que paulatinamente alcancen su autonomía. No se tratará de información sino de formación de la persona racional, consciente, libre, responsable, con la capacidad de decidir, elegir y querer. Para que esto sea posible hay que empezar por los maestros porque sólo un docente sano puede transmitir la idea y concepción de salud a los alumnos y sus familias.
Desde esta concepción del proceso salud-enfermedad como un fenómeno dinámico histórica y socialmente determinado, nos ubicamos en la escuela y desde el maestro para encontrar allí os nexos causales de sus enfermedades con el proceso de trabajo.
En cada lugar de trabajo las personas enfrentan condiciones específicas. La capacidad para procesarlas depende simultáneamente de los recursos y soportes a los que puede recurrir como colectivo de trabajo y al conjunto de defensas y reservas con que cuentan individualmente para vivir esa realidad, Al llegar el maestro al estado de fatiga residual o bien a la instancia en que se produce una desorganización severa de su salud mental o se instala alguna patología orgánica, se produce el ausentismo, la salida del trabajo, la incapacidad e incluso el abandono de las tareas.
En el trabajo docente hemos considerado tres elementos constitutivos: el lugar de trabajo, la complejidad de la tarea y la responsabilidad y la suma de presiones de esta.. Ellos hacen que las enfermedades más frecuentes entre los maestros sean los problemas de la voz, la visión, las dolencias osteomusculares, el stress y el sufrimiento psíquico. Todas las cargas laborales actúan simultáneamente sobre la corporeidad y la psiquis del trabajador generando un proceso particular de desgaste, y si ellas no son compensadas debidamente por el salario, el descanso, la satisfacción y la gratificación en la tarea y, más aún, si estos elementos no están unidos a un acceso adecuado a bienes y servicios y a una justa valoración social del trabajo realizado los maestros se alejan del polo de la salud y se potencian los síntomas que desembocan en la enfermedad.