Rogers, C. plantea que la mayor barrera que se opone a la intercomunicación es nuestra tendencia natural a juzgar, evaluar, aprobar (o desaprobar) los juicios de otras personas (Almenares, M., 1993)
Varios autores coinciden en clasificar las barreras en dos grandes grupos o niveles: las primeras, a nivel sociológico, tienen su base en causas sociales objetivas, por la pertenencia de los participantes a distintos grupos sociales, lo que origina concepciones filosóficas, ideológicas, religiosas, culturales, distintas que provocan la falta de una concepción única de la situación de comunicación. Las segundas, a nivel psicológico, surgen como consecuencia de las particularidades psicológicas de los que se comunican (carácter, temperamento, intereses, dominio de las habilidades comunicativas) o a causa de las particularidades psicológicas que se han formado entre los miembros (hostilidad, desconfianza, rivalidad) que pueden haber surgido no sólo por la combinación de las características personológicas de cada uno sino también por factores circunstanciales que los han ubicado en posiciones contradictorias o rivalizantes según la situación en que se encuentran (guerras, lucha de contrarios por un objeto o sujeto en la que la ganancia de uno signifique la pérdida del otro) (Darcout, A., 1993). Otros autores las clasifican en: materiales, cognoscitivas y socio-psicológicas. Las materiales se dan cuando la comunicación es global, masiva o va dirigida, al menos a un número considerable de personas; ocurren ante la carencia objetiva de recursos o bienes de comunicación y son definitorias en la transmisión de los mensajes (medios masivos de comunicación: televisión, radio, prensa; micrófonos, altoparlante). Pero estas barreras son fácilmente detectables y por tanto su eliminación no constituye un problema insoluble. Las cognoscitivas son más complejas y se refieren al nivel de conocimientos que tiene el que escucha sobre lo que pretendemos comunicar. Finalmente las socio-psicológicas, son las más difíciles de vencer y están determinadas por el esquema referencial del sujeto; algunas ideas no resultan válidas o se oponen directa o indirectamente a lo que tiene aceptado el que recibe la información por lo que estas ideas bloquean cualquier nivel comunicativo.
Rogers, C. plantea que la mayor barrera que se opone a la intercomunicación es nuestra tendencia natural a juzgar, evaluar, aprobar (o desaprobar) los juicios de otras personas (Almenares, M., 1993). La clasificación más ampliamente difundida es la que establece:
A: Barreras físicas: Inferencias de la comunicación que se presentan en el ambiente en que dicha comunicación tiene lugar. Una típica barrera física es la distracción por un tipo de ruido que obstruye significativamente la voz del mensaje, otros pueden ser las que median entre las personas (distancias, paredes, objetos que dificulten el contacto visual).
B. Barreras semánticas: Estas surgen de las limitaciones en los símbolos con los que nos comunicamos generalmente los símbolos tienen como variedad escoger entre muchos, en ocasiones elegimos el significado equivocado y se produce la mala comunicación.
C. Barreras personales: Son inferencias de la comunicación que surgen de las emociones humanas, los valores y los malos hábitos de escucha. Se presentan comúnmente en las situaciones de trabajo. Todos hemos experimentado la forma en que nuestros sentimientos personales pueden limitar nuestra comunicación con otras personas, estas situaciones ocurren en el trabajo, tanto como en nuestra vida privada.
Para hacer una definición acertada de este fenómeno, denominaría estrategia restrictiva de la comunicación a la forma consciente de dirigir y conducir el acto comunicativo en sentido negativo, entorpeciendo y obstaculizando el proceso de entendimiento mutuo y la búsqueda de soluciones conjuntas entre las partes de la comunicación. Estas versan sobre posiciones no cooperativas en las que predomina la orientación en sí mismo por encima de la tarea y del otro, y cuyos fines se dirigen a prevalecer en la relación a toda costa.
Hay personas egocéntricas que tienden a hablar solo de sí mismas, por lo cual les es imposible comprender al otro, ni siquiera le deja expresarse. Otros, por el contrario, permanecen tan callados que se mantienen al margen de la comunicación.
Utilizar el humorismo con demasiada frecuencia, puede hacer que el interlocutor considere que desvaloriza lo que él le está diciendo, generando malestar y constituyendo una verdadera barrera comunicativa.
También actitudes de superioridad, cargadas de mímicas y otras señales extraverbales, impide que los participantes del proceso se sientan en igualdad colaborativa y que puedan intercambiar en beneficio del otro.
La prisa, la falta de atención, de consideración, hacen que la persona preste escaso interés para el que habla, restándole importancia e interés a lo que expresa. Evidentemente, no es efectivo el proceso de comunicación en ninguno de estos casos.
Asimismo, no puedo dejar de mencionar las actitudes rígidas como grandes barreras en la comunicación, debido a que las opiniones propias, en este caso, serían las únicas justas e indiscutibles, impidiendo y obstaculizando el intercambio, la comprensión; en fin, la interacción.
Partiendo de la idea de que no solo es importante poseer habilidades comunicativas, sino conocer cuáles son las barreras debido al frecuente uso que hacemos de ellas, sus consecuencias que verdaderamente impiden lograr intercambios positivos, desarrolladores para las personas implicadas en el proceso; y que, además, son repetidas una y otra vez automatizándose en nuestra conducta diaria. Por lo que, le sugiero en este momento, que reflexione en las ideas aquí expuestas, y que se ejercite en función de lograr ser un buen comunicador, en beneficio suyo y de aquellos que le rodean en su vida cotidiana.
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