En el período en el cual los niños creen que todas las cosas tienen un fin y que todo está hecho por el hombre y para el hombre, preguntan: “¿Por qué?”, “¿Quién?”, “¿Cómo?”... Preguntas que no siempre son fáciles de responder.
En el período de la “palabra-frase”, en que las palabras aisladas expresan, ante todo, un estado afectivo, el niño utiliza la misma palabra de forma sobreextendida o ampliada, en virtud de que comienza identificando el significado de la palabra con sólo algunos rasgos de carácter general, como quien llama “perro” a todo animal que tiene cuatro patas y “auto” a todo objeto que tiene cuatro ruedas.
El niño, antes de aprender el lenguaje, forma conceptos en torno a las peculiaridades funcionales de los objetos que le rodean. Estas características incluyen el sentido de utilidad de cada objeto (muñecas sirven para jugar, ropas para vestirse) y las acciones que realizan (los animales se mueven, las personas hablan). El niño, sobre la base de su propia experiencia, establece un núcleo de significado de carácter funcional, al que le concede un término lingüístico. Sin duda, los primeros rasgos que los niños parecen tener en cuenta son fundamentalmente de carácter preceptivo, puesto que las sobreextensiones parecen basarse en el movimiento, forma, tamaño, sonido, sabor y textura. Este hecho no indica que los niños sean incapaces de distinguir perceptivamente los objetos a los que se refiere sino simplemente que no respetan las taxonomías de los adultos cuando comienzan a aprender el significado de las palabras.
El niño entre los 2 y 3 años concentra todo su interés en la adquisición de un léxico cada vez más amplio, una “herramienta prodigiosa” que le permite representar y designar los objetos de su entorno, con alrededor de 1.100 vocablos adquiridos en este período de su desarrollo lingüístico. A la acumulación y ampliación de este caudal léxico contribuyen directamente los primeros intentos que lleva a cabo él mismo para ordenar y estructurar su lenguaje. A diferencia del período de la “palabra-frase”, puede ya expresar un juicio o una observación, y abre las puertas poco a poco al relato expositivo. Articula oraciones en un estilo telegráfico efectivo, compuesto por dos o más palabras, para expresar y controlar sus necesidades corporales. En sus oraciones aparece un sustantivo, un pronombre, un verbo, un objeto, y puede completar con un artículo o complemento. Sin embargo, no domina aún el lenguaje. Sólo una o dos frases de cada cincuenta pueden considerarse oraciones completas.
En la etapa del “realismo mágico” (4-6 años), los niños gustan de los cuentos de hadas. Descubren la connotación semántica de las palabras. Sus oraciones son extensas, aunque simples. Presentan preposiciones y declinaciones para precisar las personas, el lugar, el género y el número. Es normal que en este período, conocido también como la “edad interrogativa”, el niño empiece a acosar a sus padres con preguntas referidas a los objetos: “¿Quéseso?” (Qué es eso). Después con preguntas acerca de los elementos que tienen vida propia: personas, animales, vegetales, etc.
Período de las preguntas filosóficas
A partir de los 4 años formulan preguntas en procura de obtener información. Es muy probable que el niño de 5 ó 6 años se haga preguntas filosóficas (sin saberlo), o haga comentarios de carácter filosófico como cualquier adolescente, pues muchas de estas preguntas ingenuas forman parte de la naturaleza de la filosofía; preguntas que los adultos, incluso los colegiales, intentan explicar cuando abren su primer manual de filosofía; preguntas que pueden ser complejas para los adultos, pero naturales para los niños. Valga citar un ejemplo: una niña de 9 años le pregunta a su padre: “¿Existe Dios? El padre le contesta: “No estoy muy seguro”. Entonces la niña replica: “Tiene que existir, porque tiene nombre”, como recordando que todo lo que tiene un significado tiene un significante.
En el período en el cual los niños creen que todas las cosas tienen un fin y que todo está hecho por el hombre y para el hombre, preguntan: “¿Por qué?”, “¿Quién?”, “¿Cómo?”... Preguntas que no siempre son fáciles de responder. Y, aunque cada niño tiene su propia explicación para cada cosa, hacen preguntas que requieren una explicación física (¿Por qué brilla el sol?, ¿Por qué llueve?); otras una explicación biológica (¿Qué hace que crezca mi hermano?, ¿Por qué envejece uno?); otras una explicación psicológica (¿Por qué estás triste?, ¿Cómo se siente un enfermo?).
Como los niños no discriminan las preguntas del mismo modo que los adultos, pueden lanzar preguntas espontáneas sobre los fenómenos naturales: los volcanes, el viento, la lluvia; preguntas sobre cómo era papá o mamá cuando eran pequeños o, simplemente, “¿Cómo entra el bebé en el vientre de mamá?”.