Existe un acuerdo general entre los especialistas del lenguaje de que, salvo excepciones, es posible que un niño (a) hable bien hacia los tres años de edad.
Para que se produzca esta situación han de darse varias condiciones: normalidad de los órganos lingüísticos, tanto receptivo (capacidad auditiva o visual y cortical), como productivos (capacidad de ideación y capacidad articulatoria). También la exposición del (de la) niño (a) a un contexto socializador y lingüístico adecuado, así como el desarrollo de un entorno comunicativo que suponga un continuo estímulo de los adultos hacia el niño generando las respuestas adecuadas. Lo que implica tener desde el nacimiento estructuras neuromotrices sensoriales -mentales normales y conservarlas a lo largo de su desarrollo.
Factores auditivos
Es indispensable una buena audición para una buena recepción del mensaje hablado.
La ausencia de aparición del balbuceo y del lenguaje a una edad determinada deberá sistemáticamente hacer presumir dificultad auditiva importante.
Factores visuales
Ver bien es fundamental para la organización de la comunicación. Las miradas recíprocas desencadenan y mantienen la comunicación. Las expresiones del rostro y los gestos acompañan naturalmente al lenguaje.
Factores neurológicos y cognitivos
Una integridad neurológica y las suficientes capacidades intelectuales son indispensables para el desarrollo del lenguaje. Las habilidades cognitivas y las competencias lingüísticas están estrechamente ligadas.
Factores ligados a las interacciones padres – hijos
El niño se comunica de muchas formas (mímica, sonrisas, voz, lloros). Esta aptitud es particularmente importante en la medida en que prefigura la función social del lenguaje. Desde las primeras semanas de vida, la madre considera a su bebé como un verdadero interlocutor al que atribuye intenciones de comunicación. Los gritos, la vocalización, la mímica y los movimientos no verbales son interpretados por la madre como que tienen sentido. La madre es muy receptiva a todos estos comportamientos y responde de manera verbal y/o mimo-gestual. Esto tiene por efecto reforzar algunas actitudes del bebé, actitudes que, retomadas por la madre, son insertadas en una “conversación” donde el bebé experimenta alternativamente los tiempos de palabra y de escucha.
Desde los primeros meses, el niño y la niña multiplican experiencias perceptivas a través de lo que ven, de lo que entienden, de lo que tocan, de lo que huelen y de lo que prueban. Sus padres, al comentar sus experiencias, le ayudan a organizar su entorno, su relación con las personas, los objetos y las acciones. Conforme el niño (a) se vuelve más hábil en el plano motor, van surgiendo los nuevos comportamientos interactivos y mentales.
Entre los comportamientos no verbales manifestados por los bebés, está la puntería (apuntar con el dedo) aparece a la edad de los 9 meses. Hacia los 12 meses, este comportamiento ha adquirido una función social de comunicación. El niño apunta con el dedo con la intención de atraer la atención de la madre sobre ciertos elementos del entorno. La madre responde nombrando al objeto o el acontecimiento apuntado con el dedo por el bebé (“sí, es el perro”). Este procedimiento que permite a la madre y al niño estar “en sincronía” es la base de todo diálogo futuro ya que, para que este se desarrolle eficazmente, ambos interlocutores deben atraer su atención en un objeto o un acontecimiento común para poder “hablar” sobre ello juntos, es lo que denominamos atención conjunta.
Siguiendo el desarrollo, el niño está en disposición de experimentar comportamientos sociales cada vez más amplios o sofisticados sobre los planos motores, de relación y cognitivos. Los procesos de adaptación de la madre a los comportamientos del bebé, que son totalmente inconscientes, permiten de esta forma, en todas las etapas del desarrollo, un ajuste progresivo.
El papel de la madre en esta fase es esencial. Precisamente es en su capacidad de dejarse guiar por el bebé donde reside la comunicación prelingüística. Esta constituye un marco propicio para el desarrollo del lenguaje ya que es en este contexto privilegiado de diálogo y de placer compartido que las primeras vocalizaciones serán interpretadas por la madre y adquirirán sentido.
Las interacciones precoces son un pre-requisito para el desarrollo del lenguaje, pero no son suficientes para guiar al niño hacia la asimilación de un sistema lingüístico. El desarrollo del lenguaje supone la integridad de las capacidades sensoriales y cognitivas del lactante. Las primeras palabras aparecen entre los 12 y los 18 meses y hacia los 24 meses, la mayoría de los niños empiezan a combinar dos palabras para formar sus primeras frases.