La modificación del nombre TEL a TDL, como otra serie de cambios en sus criterios diagnósticos han generado algunas inquietudes y desacuerdos entre los especialistas de la salud, así como en la población general relacionada con esta condición; p.ej., padres o maestros. En este trabajo, sin embargo, el enfoque se centrará en las sugerencias realizadas por los expertos que participaron en el proyecto CATALISE (Bishop y cols., 2016).
El Trastorno del Desarrollo de Lenguaje (TDL, en adelante) es el término propuesto por los especialistas del proyecto CATALISE (Bishop, Snowling, Thompson, Greenhalgh, CATALISE consortium, 2016), este viene a reemplazar al anteriormente denominado Trastorno Específico del Lenguaje (TEL). El TDL se caracteriza por dificultades para la adquisición del lenguaje propio sin razones evidentes que lo justifiquen (Raising Awareness of Developmental Language Disorders, 2019). Estas dificultades no están asociadas a una condición biomédica conocida, además, se deberá cumplir con una serie de criterios establecidos para su apropiado diagnóstico. Para determinar la presencia de TDL generalmente se recomienda realizar la evaluación después de los cuatro años de edad.
Tanto la modificación del nombre TEL a TDL, como otra serie de cambios en sus criterios diagnósticos han generado algunas inquietudes y desacuerdos entre los especialistas de la salud, así como en la población general relacionada con esta condición; p.ej., padres o maestros. En este trabajo, sin embargo, el enfoque se centrará en las sugerencias realizadas por los expertos que participaron en el proyecto CATALISE (Bishop y cols., 2016) para la identificación temprana de alteraciones del lenguaje que requieren de evaluación y/o intervención más específica, esta información está basada en la sección de declaraciones para la derivación de niños pequeños a servicios de evaluación, dentro del citado documento.
Tener un consenso sobre cuáles son los indicadores tempranos que pueden sugerir la presencia de un Retraso Inicial de Lenguaje (RIL, en adelante) que continuará afectando al niño durante sus años preescolares o escolares, representa todavía un desafío, aunque existe mayor concienciación y abundantes investigaciones al respecto (Rescorla y Dale, 2013). En este sentido, Rescorla (1989) evaluó y dio seguimiento a un grupo de niños con RIL (late talkers identificados entre 18-31 meses de edad), estos no presentaban otra alteración adicional, su dificultad radicó en un vocabulario expresivo menor a 50 palabras y en la ausencia de frases de dos o más palabras. Los resultados de la evaluación realizada cuando tenían 17 años de edad (los niños que fueron identificados con RIL) evidenciaron un desempeño dentro del rango promedio en habilidades de lenguaje y académicas, pero por debajo del desempeño de los niños sin historia de RIL (Rescorla, 2009).
Otras investigaciones sobre el RIL han proporcionado resultados a favor de un continuo en las dificultades (Miniscalco, Nygren, Hagberg, Kadesjo y Gillberg, 2006), mientras que otras afirman recuperación al alrededor de los 5 años con desempeños en tareas lingüísticas equiparables a sus pares sin historia de RIL (Rescorla, 2015; Paul 1991). Algunos expertos sugieren que los niños diagnosticados con TDL debieron presentar RIL cuando eran más pequeños y de haber sido detectados en tiempo, habrían recibido la atención oportuna (Aguado, 2009; Capone, 2018), sin embargo, se ha demostrado la dificultad de diagnosticar TDL antes de los cuatro años (Duff, Nation, Plunkett & Bishop, 2015). La literatura actual se debate entre estas paradojas, mientras tanto la falta de consenso se hace más evidente entre los propios especialistas de este campo.
Siguiendo las recomendaciones propuestas en investigaciones recientes, se ha demostrado que las trayectorias iniciales de lenguaje son diferentes y depende de variables que muchas veces no son tomadas en cuenta cuando se realizan estudios con niños pequeños. En primer lugar se deben diferenciar dos grupos generales de niños con RIL; a) niños con retraso inicial de lenguaje que no está asociado a un trastorno del neurodesarrollo o condición médica conocida y b) los niños cuyo retraso inicial de lenguaje es secundario o comórbido a otro trastorno o condición médica (Síndrome de Down, Trastorno del Espectro Autista, Síndrome genético, etc.).
En el primer grupo, de los niños con RIL no asociado a otra condición, se ha descrito una clasificación de tres grupos de acuerdo a Desmarais y cols. (2010 citada en Gallardo, 2018):
Subgrupo uno:
Obtuvieron desempeños más bajos y se caracterizaron por tener dificultades en vocabulario expresivo, comprensión, así como en la expresión y participación en la comunicación.
Subgrupo dos:
Su desempeño fue más alto que el grupo anterior, las dificultades fueron referentes al vocabulario expresivo, y la expresión y participación en la comunicación.
Subgrupo tres:
Su desempeño fue mejor que el de los dos grupos anteriores, se observaron las mejores habilidades de lenguaje, son niños con retraso expresivo del vocabulario con mejores resultados en comprensión y expresión, también obtuvieron mejor desempeño cognitivo que los grupos uno y dos.
Tomando en consideración el panorama anterior sobre el RIL, retraso detectable alrededor de los 24 meses, la pregunta generadora de muchas investigaciones es ¿Los niños con RIL continuarán teniendo problemas a largo plazo? En particular se ha vinculado al RIL con el posterior diagnóstico de TDL, es decir, se ha sugerido la existencia de una trayectoria desde un retraso inicial hacia alteraciones más específicas que afectarían al niño durante su vida (Pristol y cols., 2010; Capone, 2018). Una vez demostrado que solamente un porcentaje pequeño de niños con RIL continuarán teniendo dificultades en edad escolar, se planteó la siguiente cuestión ¿Cuáles son los niños con RIL que tendrán dificultades de largo plazo? (Rescorla, 2011), en otras palabras, la investigación se centró en identificar los indicadores tempranos (predictores) para ayudar a detectar a los niños con trayectorias en riesgo de desarrollar alteraciones de lenguaje persistentes.
La tarea de identificar predictores tempranos del lenguaje no ha sido fácil, tampoco el decidir quiénes son candidatos a evaluaciones más específicas y programas de intervención para minimizar el impacto de un TDL. A pesar de los obstáculos, hoy se cuenta con información que puede ayudar a los especialistas del campo de la Comunicación Humana (logopedia, fonoaudiología, terapia de lenguaje, Speech-Language Pathology) en la toma de decisiones, como es el caso de los resultados del proyecto CATALISE (Bishop y cols., 2016), a continuación se describen las consideraciones que se sugieren con relación a los niños pequeños que presentan dificultades en la comunicación, el lenguaje y el habla, según el proyecto mencionado:
En primer lugar recomiendan que debe existir preocupación por aspectos de la comunicación, el lenguaje o el habla, y esta ha de ser manifestada por las personas que están al cuidado del niño (se incluye los padres, cuidadores o el profesional de la salud pediátrica).
A pesar de la dificultad de identificar los niños con RIL (late talkers entre los 18-24 meses) que tendrán dificultades a largo plazo, la recomendación es que se refieran a evaluación aquellos niños que presentan poca comprensión del lenguaje, uso limitado de gestos y/o antecedentes familiares de trastorno del lenguaje. Además, deberán ser evaluados periódicamente para monitorear el desarrollo de estos aspectos.
Los niños que no presentan balbuceo, no responden al habla o los sonidos y no tienen o son mínimos los intentos de comunicación entre 1 y 2 años de edad, son candidatos a evaluación por parte del especialista de la Comunicación Humana para descartar la presencia de otras alteraciones del neurodesarrollo.
Algunos indicadores de desarrollo atípico de la comunicación, el lenguaje o el habla son la interacción mínima, no demostrar intención comunicativa, no decir palabras, reacción mínima al lenguaje oral, regresión o estancamiento del lenguaje, cualquier de estos que esté presente durante el 2 y 3 años de edad es un motivo para referir a evaluación por el experto de la Comunicación Humana.
Si el menor cuando mucho presenta frases de dos palabras, no entiende comandos simples o los familiares más cercanos no pueden entender mucho del habla del niño, es probable que presente indicadores atípicos de desarrollo de la comunicación, el lenguaje o el habla, por lo tanto, se recomienda la evaluación por el especialista de la Comunicación Humana.
Hasta este punto se pueden apreciar desacuerdos entre los especialistas tanto de la Comunicación Humana como del equipo multidisciplinario relacionado con la población pediátrica que presenta dificultades la comunicación, el lenguaje y el habla. Las discrepancias pueden obedecer a factores motivados desde el ámbito de la especialidad donde se aborde el problema (terapeuta de la comunicación humana, pediatra infantil, neuropsicología, neuropediatra, audiólogo, etc.), sin embargo, existe evidencia reciente que ha ayudado al establecimiento de declaraciones que pueden contribuir a la unificación de algunos criterios (Bishop y cols., 2016).
En el caso de la detección temprana las sugerencias son el estar atento a indicadores específicos de atipicidad en el desarrollo de la comunicación, el lenguaje y el habla, sin suponer necesariamente un posterior diagnóstico de TDL. Otro punto importante es que ya se encuentran publicadas y de libre acceso las recomendaciones para el adecuado manejo de los casos de niños pequeños, si bien estas no son obligatorias, representan la opinión consensuada y fundamentada de un grupo de expertos. Por último, recordar que el neurodesarrollo es un proceso dinámico y la evidencia ha demostrado mejoría e incluso remisión espontanea en algunos casos, sin dejar de lado el porcentaje de niños cuyo desarrollo lingüístico continuará manifestando alteraciones persistentes y de largo plazo.
Referencias
Bishop DVM, Snowling MJ, Thompson PA, Greenhalgh T, CATALISE consortium (2016) CATALISE: A Multinational and Multidisciplinary Delphi Consensus Study. Identifying Language Impairments in Children. PLoS ONE 11(7): e0158753. https://doi.org/10.1371/journal.pone.0158753
Raising Awareness of Developmental Language Disorders (2019). Developmental Language Disorders. Recuperado de https://radld.org/about/dld/
Rescorla L. A, Dale P. S. (2013). Late Talkers. Language development, interventions, and outcomes. Baltimore, MD: Paul H Brookes Publishing co
Rescorla L. A. (1989). The Language development survey: a screening tool for delayed language in toddlers. J Speech Hear Disord. 54: 587-599.
Rescorla L. A. (2009).Age 17 Language and Reading Outcomes in Late-Talking Toddlers: Support for a Dimensional Perspective on Language Delay. Journal of Speech, Language, and Hearing Research. Vol. 52: 16–30
Miniscalco C., Nygren G., Hagberg B., Kadesjo B. y Gillberg C. (2006). Neuropsychiatric and neurodevelopmental outcome of children at age 6 and 7 years who screened positive for language problems at 30 months. Developmental Medicine & Child Neurology. Vol. 48: 361–366
AnclaRescorla L. A. y Turner H. L. (2015). Morfología y sintaxis en hablantes tardíos a los 5 años. Journal of Speech, Language, and Hearing Research. Vol. 58 : 434–444
Paul, R. (1991). Profiles of toddlers with slow expressive language development.Topics in Language Disorders. 11.4.1-13.
Aguado G. El trastorno específico del lenguaje (TEL): un trastorno dinámico. Manuscrito enviado para publicación. 2009; Disponible en: munozy.org/files/9/Logopedia/TEL /documentos/A04-aguado-tel.pdf
Capone N. (2018). Late Talkers Why The Way-and-See Approach is Outdated. Pediatr Clin N Am.Vol. 65:13–29
Gallardo I. E. (2018).¿Todos los niños con Retraso Inicial del Lenguaje son iguales? Recuperado de https://claptij.blogspot.com/2018/03/todos-los-ninos-con-retraso-inici al-del.html
Rescorla L. (2011). Late talkers: do good predictors of outcome exist? Dev Disabil Res Rev.. Vol.17: 141-150.
Preston JL, Frost SJ, Mencl WE, Fulbright RK, Landi N, Grigorenko E et al. (2010). Early and late talkers: School-age language, literacy and neurolinguistic differences. Brian. Vol. 133: 2185-2195. doi:10.1093 /brain/awq163