La educación emocional se muestra como una necesidad patente en nuestra sociedad, aprender a gestionar las emociones es una necesidad que se revela desde la infancia y la regulación emocional es un requisito que ha de acompañarnos toda la vida para procurar el bienestar.
Familia y escuela, padres y profesores, desempeñan una influencia determinante en la vida del niño y se encuentran inmersos en una educación compartida en la que ambos tienen que intervenir en contextos diferentes aunque unidos por el mismo niño como eje central.
La escuela tradicional ha centrado su actividad en el desarrollo de los aspectos cognitivos dando prioridad al éxito académico y obviando la necesidad de una atención educativa dirigida hacia los aspectos emocionales como parte fundamental del desarrollo positivo.
La relevancia de las emociones en nuestras vidas es indiscutible por la influencia que ejercen en el bienestar de todas las personas, tanto a nivel individual como social, en este sentido, la educación emocional es una asignatura pendiente desde el momento en el que hay demandas emocionales que no están respondidas.
El fin de la educación emocional es la adquisición de competencias emocionales, entendidas éstas como el conjunto de conocimientos, capacidades, habilidades y actitudes necesarias para comprender, expresar y regular de forma apropiada los fenómenos emocionales (Bisquerra & Pérez, 2007).
La educación emocional se muestra como una necesidad patente en nuestra sociedad, aprender a gestionar las emociones es una necesidad que se revela desde la infancia y la regulación emocional es un requisito que ha de acompañarnos toda la vida para procurar el bienestar.
La persona emocionalmente competente estará en condiciones de favorecer un autocontrol con el que gestionar adecuadamente sus emociones ante los conflictos y manejarlas de un modo conveniente consiguiendo una mejor adaptación al contexto en el que ha de desenvolverse.
Durante las distintas etapas del desarrollo, en colegios e institutos, los conflictos relacionales surgen de manera inevitable planteando situaciones adversas si no se tienen las aptitudes necesarias para hacerles frente.
La regulación emocional no es una habilidad innata y es susceptible de aprendizaje, por lo que los centros de enseñanza representan un lugar idóneo para adquirir estas capacidades.
Dentro de la heterogeneidad del alumnado hay niños y adolescentes con condiciones de vida particulares, como puede ser el TDAH (Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad), y otras con rasgos similares, que van a condicionar su estilo de interacción, teniendo que afrontar una serie de dificultades en el plano afectivo y relacional derivadas de la sintomatología del trastorno que les convierte en una población especialmente vulnerable en el ámbito emocional, pudiendo presentar manifestaciones adversas que van a necesitar una especial consideración.
La educación emocional es una instrucción que de manera evidente y notoria beneficia a todos los individuos, con y sin TDAH, para guiarse a sí mismos y también resulta imprescindible en términos de interacción social.
Está necesidad manifiesta, ha promovido intervenciones desde los entornos escolares que buscan el desarrollo de las habilidades emocionales favoreciendo con ello una educación integral y fomentando las relaciones positivas.
Para llevar a cabo estos programas los docentes deben formarse desarrollando las habilidades personales necesarias en el terreno emocional y aprendiendo técnicas y metodologías que deberán trasladar a las aulas (Clouder et al., 2015).
Dado que la adquisición de competencias emocionales es un proceso que nos permitirán mejorar nuestra calidad de vida, es preciso considerar que las oportunidades de aprendizaje no se reducen de manera exclusiva al entorno académico, la importancia de la influencia que la familia puede ejercer en este tema es similar a la de la escuela ya que ambas entidades constituyen los contextos de aprendizaje y socialización esenciales para el niño (Bronfenbrenner, 1979) , por ello, tanto el entorno escolar como el familiar tienen el potencial de generar las oportunidades necesarias para que el niño pueda aprender a gestionar su experiencia emocional en términos de bienestar.
Los padres constituyen un apoyo fundamental para el niño y no siempre cuentan con las soluciones más acertadas.
La educación en el entorno familiar puede convertirse en una importante fuente de estrés generando un ambiente tóxico en el hogar.
Un bajo nivel de bienestar parental se relaciona con conductas parentales más negativas que tendrán repercusiones en el comportamiento del niño en el presente y a largo plazo (Nelson, Kushlev, & Lyubomirsky, 2014) En cambio, un estilo educativo positivo, que refuerce las conductas adecuadas combinando la disciplina con la capacidad de los padres para implicarse y responder a las demandas y necesidades de su hijo a través del afecto, junto a una comunicación en términos positivos, contribuirán a un mejor funcionamiento del niño (Santurde & Barrio, 2014) .
Algunas situaciones de tensión en el hogar llevan a los padres y madres a expresar a sus hijos sus emociones de forma explosiva, generando modelos educativos inadecuados para el aprendizaje de la autorregulación emocional en los hijos.
Si los padres adquieren habilidades de comunicación con las que expresar mejor sus emociones, estarán en mejores condiciones para mostrar un modelo de comportamiento adecuado que sus hijos, sin duda, asimilaran y reproducirán en sus conductas dentro y fuera del hogar (Martínez, Pérez, & Álvarez, 2007) Con esta finalidad, desarrollar un amplio repertorio de estrategias que puedan guiar su actuación no solo beneficiará a los hijos sino que mejorará la calidad de vida de los padres.
Familia y escuela, padres y profesores, desempeñan una influencia determinante en la vida del niño y se encuentran inmersos en una educación compartida en la que ambos tienen que intervenir en contextos diferentes aunque unidos por el mismo niño como eje central.
Numerosos estudios avalan los beneficios de una relación armónica entre la familia y la escuela (Christenson & Reschly, 2010).
La escuela y el hogar representan los dos sistemas de apoyo más importantes para el niño, la influencia determinante que ambos contextos tienen sobre el proceso evolutivo de los niños reclama una cooperación positiva de ambas instituciones para favorecer el desarrollo óptimo de las competencias necesarias.
De esta manera, para cumplir con el importante papel de preparar a los niños para la vida se hace necesaria la aportación de los apoyos necesarios y el establecimiento de una estrecha colaboración entre la familia y el profesorado como factor fundamental para el éxito (Gallego, Canal, Esteban, Guerra, & Toribio, 2012).
En este propósito se generarán entornos de interacción confortables en el que todos ganamos por igual, no sólo el niño.
Promover la educación emocional en las mejores condiciones requiere una coordinación por parte de toda la comunidad educativa y que los enseñantes se preparen previamente a nivel personal antes de transmitir a los menores aquello en lo que se proponen instruir, teniendo en cuenta que deberán basar su formación en recursos contrastados empíricamente.
En este proyecto es preciso considerar que la educación emocional no es materia exclusiva de la etapa escolar, ni tampoco una formación temporal con fecha de evaluación, es una actitud ante la vida, una preparación necesaria que deberá acompañarnos durante todo el ciclo vital.
Contenido extraído del libro “Educación emocional con y sin TDAH” , Editorial EOS, Junio 2015.