De las dimensiones del autoconcepto, la adecuación de la conducta es la dimensión que predice de una mejor manera en sentido negativo el consumo de alcohol, tabaco, de cannabis y de alimentos insanos, tanto en varones y mujeres adolescentes (Pastor et al., 2006).
Para Eric Erikson (1983) el desarrollo de la identidad personal, en donde se involucra la formación del concepto de sí mismo, es un proceso pausado y escalar, que se inicia en la concepción. Este proceso implica un conocimiento de sí mismo, de forma que la persona es consciente, pero la parte más natural e intima de éste es irreconocible para él; y solo se va a ir descubriendo a través del tiempo, con el devenir de los ciclos vitales (citado en Moreno y Griffa, 2008).
Los diversos mensajes que recibe el adolescente son frecuentes para iniciar una sed de vivencias, de vibraciones, un ansia de ser agitado e impactado. Se suele amparar la vehemencia, la falta de realidad afectiva y el exalto de las pasiones. El otro interesa como un productor de estados de humor y de ánimo, no como persona. En conclusión, estos mensajes culturales hacen difícil el descubrimiento del sentido extenso de las cosas y de las personas (Griffa y Moreno, 2008).
De las dimensiones del autoconcepto, la adecuación de la conducta es la dimensión que predice de una mejor manera en sentido negativo el consumo de alcohol, tabaco, de cannabis y de alimentos insanos, tanto en varones y mujeres adolescentes (Pastor et al., 2006).
Se considera que el ámbito en donde se inicia el consumo de bebidas alcohólicas tiene relación con las amistades, en situaciones y espacios familiares, en alguna casa, en el colegio, la plaza. Luego se traslada a lugares “públicos” de diversión, por ejemplo las discotecas, peñas, etc. (Fernández D`Adam, 2003).
Las sustancias habitualmente más consumidas en la Argentina son el alcohol, el tabaco, la marihuana y la cocaína. Dentro de estos, el alcohol es la más consumida por los jóvenes Latinoamericanos: 75% Chile, en Costa Rica y Argentina un 65% y Brasil 23% (Serfaty, Andrade, Masautis, 2008).
Otros autores (Butters, 2002; Mc Gee, Williams, Poulton y Moffitt, 2000, Musitu et al., 2001) han comprobado que un clima familiar conflictivo y pobres relaciones familiares como escaso apoyo, baja cohesión o vinculación, rechazo y falta de comunicación percibidos en el entorno familiar, predicen el consumo de alcohol, hachís y tabaco (citado en Jiménez, Musitu y Murgui, 2006).