En distintas experiencias con niños y niñas, se puede observar que no presentan patologías de especificidad lingüística pero, en cambio, podemos registrar cierto “empobrecimiento simbólico” que compromete los diversos modos de representar la realidad.
Los niños y las niñas que pertenecen a contextos de precariedad y marginalidad, suelen ser puestos en el banquillo de los acusados, en el ojo de la tormenta, bajo el gran “microscopio” de las diversas disciplinas que se ocupan de estudiar e investigar a la infancia. Así, son expuestos a saberes y discursos varios que suponen conocer acerca de la niñez y los avatares que pueden suscitarse en el devenir histórico social de un niño.
Cuando hablamos de lo social, podemos pensar en un grupo humano que funciona de una determinada manera, en tanto, condiciones internas y externas que lo determinan y definen como tal. Así, podemos intentar definir a lo social, como ese aspecto externo al sujeto que lo contiene y enmarca, al mismo tiempo, que lo condiciona respecto de su devenir, de su desarrollo integral y singular, determinando sus potencialidades biológicas, psicológicas, afectivas, emocionales, lingüísticas, cognitivas (entre otras) disponibles para el proceso de construcción de aprendizajes múltiples y diversos.
Resulta interesante la conceptualización que Guattari y Rolnik proponen respecto de la cultura. Estos autores afirman que “el concepto de cultura es profundamente reaccionario. Es una manera de separar actividades semióticas (actividades de orientación en el mundo social y cósmico) en una serie de esferas, a las que son remitidos los hombres. Una vez que son aisladas, tales actividades son estandarizadas, instituidas potencial o realmente y capitalizadas por el modo de semiotización dominante; es decir, son escindidas de sus realidades políticas” [1].
En este sentido, la cultura dominante supone deficitaria a aquellas otras que se encuentran por fuera, sosteniendo que al hallarse “al margen” implica ubicarse por fuera de lo esperable, pudiendo ser pensado esto como patológico, anormal, es decir por fuera de la norma que establece el poder que a aquella se le otorga. Por lo cual, los niños que no pertenecen a dicha cultura dominante correrán con los mismos riesgos de ser etiquetados y excluidos, una vez más.
Por el contrario, este texto tiene por objeto resaltar que las diferencias culturales y sociales nos distinguen y condicionan nuestro devenir simbólico pero no por ello, justifican esa absurda hipótesis que afirma que los “pobres” y los “marginales” no cuentan con herramientas simbólicas para vérselas con la realidad. Su situación es tan compleja como las respuestas que logremos hallar; de todos modos, es preciso atreverse a correr ese riesgo para evitar adjudicarles más faltas, carencias y rótulos que los que ya les han tocado “en fortuna”. De lo contrario, la violencia real y simbólica a la que se enfrentan a diario sería incrementada por nuevas miradas tendientes a señalar lo distinto como patológico o anómalo.
En distintas experiencias con niños y niñas, se puede observar que no presentan patologías de especificidad lingüística pero, en cambio, podemos registrar cierto “empobrecimiento simbólico” que compromete los diversos modos de representar la realidad. Así, aquellos sistemas de representación explicitados por Jerome Bruner, el sistema icónico (dibujo), el sistema enactivo (juego) y el sistema simbólico (lenguaje y escritura) dan cuenta de dicho empobrecimiento.
¿Por qué hablamos de “empobrecimiento simbólico” y no de pobreza simbólica? Existe una considerable diferencia entre ambas expresiones. La primera remite a “Hacer que alguien venga al estado de pobreza, hacer que decaiga o venga a menos”[2]. Mientras que la palabra pobreza alude a “la cualidad de pobre, a la falta o escasez”[3]. Por lo cual, estas diferencias que pueden parecer sutiles pese a no serlo tanto, muestran que estos niños cuentan con una gran riqueza simbólica pero que la misma se encuentra adormecida, en la medida en que no han contado con espacios que les hayan permitido explotar todas sus potencialidades. En este sentido, no se trataría de sujetos que carecen de recursos simbólicos, por el contrario, se encuentran presentes pero para que ellos puedan ponerlos en funcionamiento, es preciso reavivarlos.
Referencias
[1] Guattari. F y Rolnik. Suely. Micropolítica. Cartografías del deseo.--Tinta Limón Ediciones. España; 2004. Pág. 27.
[2] Diccionario de la Real Academia Española. 20º Edición. - - http://www.rae.es/rae.html
[3] Ibídem. Diccionario de la Real Academia Española.