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La teoría del límite y sus aplicaciones terapéuticas. (Parte II)

Nos cuesta mucho trabajo darnos cuenta de que las relaciones humanas son muy poco controlables, y mucho de nuestra vida se nos va en tratar de reparar lo irreparable: en el terreno de la relación interpersonal, siempre somos incolmables.

Todos son límites existenciales, límites padecidos por nosotros, personas, y frente a los cuales podemos decidir reaccionar de muchas formas que pueden resumirse en dos: o intentamos repararlos, o intentamos aceptarlos.
 
La dificultad radica precisamente aquí, cuando no sabemos qué es reparable y qué es aceptable. Es decir, cuando la línea de lo que podemos planear, prevenir, controlar, se va desdibujando, y pensamos que todo se puede lograr, que todo tiene remedio, si se planifica, se previene y se controla. El problema empieza cuando pensamos que todo es mejorable, y por lo tanto la mejora no tiene límite, y se convierte en insaciable: Lo que estamos haciendo siempre puede estar mejor. Y sobre todo, el problema empieza a generarse cuando se piensa que no hay razón por la cual las cosas salgan mal, o que no tiene porqué haber errores, si todo ha sido perfectamente calculado.
 
Con las cosas tangibles se puede visualizar mucho más fácilmente dónde estuvo el error, dónde estuvo la distracción, y probablemente en futuras ocasiones se podrá prevenir. Sin embargo donde nos confundimos con mucha facilidad es en cuestiones menos palpables, es el caso de las relaciones humanas.
 
Tendemos a pensar que la forma como nos relacionamos con los demás también se puede controlar. Caemos en la ingenuidad de pensar que podemos manipular la impresión que causamos en los demás, o que lo que tenemos que decirle a una persona es de fundamental importancia para su vida, sin lo cual puede tomar un rumbo desastroso. Podemos pensar que cuando hablamos con alguien con sinceridad, la otra persona lo va a recibir con gran apertura, o que basta con nuestra buena intención de arreglar un mal entendido para que la otra parte se abra al diálogo. Con muchísima frecuencia se da el caso de que pensamos que nuestra forma de ver las cosas es universal, o al menos la mejor. A veces no calculamos que nuestras palabras, aunque bien intencionadas, pueden lastimar a la otra persona. Llegamos a pensar que si las cosas son para bien, se darán sin que nadie salga lastimado.
 
Nos cuesta mucho trabajo darnos cuenta de que las relaciones humanas son muy poco controlables, y mucho de nuestra vida se nos va en tratar de reparar lo irreparable: en el terreno de la relación interpersonal, siempre somos incolmables. El otro siempre nos queda debiendo algo.
 

El límite está presente en nuestras vidas, pero con mucha frecuencia vivimos ignorándolo, como si pasara junto a nosotros y nos volteáramos para no verlo. Ignorar nuestros límites existenciales puede llevar a una serie de trastornos y de situaciones complejas. A continuación quisiera desarrollar lo que he podido observar que sucede cuando no tomamos en cuenta nuestros límites, en algunas áreas de mi experiencia profesional.

 

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