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Las escuelas de sordos entre la espada y la pared. (Parte III)

No valen porque en ningún caso el hipoacúsico alcanza un dominio pleno de la lengua oral, y por lo tanto no será por su intermedio que logrará un óptimo desarrollo del lenguaje e intelectual.

3.- La lengua de señas, imprescindible para el desarrollo del lenguaje y de la inteligencia
 
En el caso de los sordos las cosas son enormemente más complejas porque la única  “adaptación” que necesitan estos niños para cursar una escolaridad provechosa es la configuración de un entorno lingüístico de señas. Esto significa, ni más ni menos, disponer de una escuela que brinde su enseñanza en lengua de señas, sin lo cual estos niños no podrían en modo alguno optimizar sus aprendizajes. Se trata de  un derecho inalienable, reconocido a nivel mundial por todos los organismos educativos: el derecho de todo niño a recibir la enseñanza básica en su lengua nativa. En esto se fundamenta el modelo bilingüe y bicultural para la educación de los sordos.
 
Un entorno lingüístico de señas no puede de ninguna manera configurarse en un aula en la que convivan sordos y oyentes, menos aún cuando el niño “inclusionado” es el único sordo en un colectivo de oyentes. Más allá de las apariencias, el resultado es el aislamiento del niño, la total soledad en medio del grupo. En el caso de los sordos, la única “adaptación curricular” (o al menos de lejos la principal, imprescindible), sería ofrecer un ambiente en el que se utilice una lengua en la que ellos puedan tener competencia plena, y esa no es otra que la lengua de señas.
 
Todo niño normalmente oyente, para concretar las potencialidades lingüísticas y cognitivas propias de todo ser humano, para lograr un óptimo nivel de desarrollo intelectual y del lenguaje, debe estar inmerso en un ambiente en el que se utiliza sin restricciones de ningún tipo una lengua natural, interactuando con usuarios competentes de esa lengua. En tales condiciones, todo niño normalmente oyente adquiere competencia plena en su lengua nativa, competencia que le permitirá comunicarse con sus semejantes y enriquecer su pensamiento.
 
Para que ocurra igual en el caso de un niño sordo, que también nace con el potencial lingüístico y cognitivo de todo ser humano, éste deberá estar inmerso desde la más temprana edad en un ambiente similar, con la única diferencia de que la lengua natural en este caso no es una lengua oral sino una lengua de señas. Lo más importante del asunto es que si no tiene acceso a una lengua plena, indefectiblemente tendrá limitaciones tanto en su capacidad de lenguaje como en su capacidad intelectual. Por eso es que aquí no valen las supuestas ventajas o desventajas de poseer restos auditivos, de ser catalogado como hipoacúsico y no como sordo. No valen porque en ningún caso el hipoacúsico alcanza un dominio pleno de la lengua oral, y por lo tanto no será por su intermedio que logrará un óptimo desarrollo del lenguaje e intelectual. El hipoacúsico, al igual que el sordo, sólo puede dominar plenamente una lengua: la lengua de señas, y lograr con ella lo que todo ser humano tiene derecho a lograr.  
 
De acuerdo con lo antedicho, es absolutamente inaceptable por irreal, impensable, irrealizable, contraproducente, nocivo o inútil en el mejor de los casos, plantear que los niños sordos deben estar en un aula con oyentes. Y esto nada tiene que ver con la presencia o no de un intérprete que, obviamente, no puede cumplir con la función del docente, que sólo paliaría parcial y distorsionadamente las dificultades que confronta el niño sordo en un aula con oyentes, y que bajo ninguna circunstancia garantiza no un mejor, sino ni siquiera un mínimo aprendizaje. Y tampoco tiene nada que ver con una hipotética interacción con oyentes: no les haría falta, ya que en más del 90% de los casos los niños sordos son hijos de padres oyentes, tienen hermanos oyentes, familiares y vecinos oyentes con quienes departirán indefectiblemente una parte significativa de la jornada.  
 
Pero sí tiene que ver claramente, como ya vimos, con la optimización del desarrollo intelectual y del lenguaje de los niños sordos. Y sí tiene que ver con la única posibilidad real de que los niños sordos hijos de padres oyentes, se encuentren con sus pares y construyan los cimientos de una identidad definida y saludable. Y esto es particularmente válido en la época actual, cuando la comunidad de los sordos está mostrando la tendencia a disminuir las ocasiones de reuniones de sus miembros, al haberse incrementado enormemente la comunicación entre ellos a través de Internet, del correo electrónico y de los teléfonos celulares. La escuela de sordos estaría llamada a mantener abierto un espacio de encuentro, para compartir y para intercambiar, a la hora en que es más necesaria que nunca la unión y la solidaridad de los sordos

 

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