Hay canciones que se quedan en la memoria. Unas que cuando empiezan a sonar reviven un momento en el tiempo o una emoción. Lo que sucede en ese instante corresponde a un juego de actividades neuronales de las que ni siquiera hay consciencia, y son esas mismas actividades cerebrales las que potencializan el poder de la música como una herramienta en procesos clínicos.
“No cura, pero si puede hacer que una condición sea más llevadera”, afirma César Alafh Ceballos, pedagogo musical de la Universidad Pedagógica de Bogotá y director de la Fundación Colombiana Música Para Todos.
Esa institución se ha dedicado a combinar los sonidos de la voz humana y de los instrumentos para ponerlos al servicio de la salud para apoyar procesos y conocer los efectos que tiene en casos clínicos. De eso trata precisamente la musicoterapia.
De acuerdo con la Asociación Internacional de Musicoterapia, este proceso consiste en “la utilización de la música y/o de sus elementos (sonido, ritmo, melodía y armonía), por un musicoterapeuta calificado, con un paciente o grupo, en un proceso destinado a facilitar y promover comunicación, aprendizaje, movilización, expresión, organización u otros objetivos terapéuticos relevantes, a fin de asistir a sus necesidades físicas, psíquicas, sociales y cognitivas”.
Así, se usa sin una distinción específica de género o ritmo porque cada caso es distinto y se pueden tratar pacientes con diagnósticos tan diferentes como cáncer, demencia senil, autismo o alzhéimer. Dependiendo de cada caso, un equipo de profesionales compuesto por musicoterapeutas, neurólogos o psicólogos orienta las terapias, bien sea para escuchar una canción, para moverse con ella o incluso para crearla.
“La práctica de un instrumento implica utilizar la mayor cantidad de recursos neuronales disponibles para integrar la información que esté asociada con los mecanismos sensoriales”, asegura Catalina Arango, especialista en arteterapia de la Facultad de Medicina de la Universidad de Grenoble, en Francia.
Suenan los ejemplos
Arango ha trabajado con pacientes que padecen alzhéimer y ha visto resultados. “Algunos que no hablaban, decían incoherencias o no se acordaban de nada, de pronto cambiaron al escuchar una canción o una melodía cercana a una historia”.
Catalina añade que a través de la música, las personas activan esos procesos y logran “aprender algo pequeño al reconocer una melodía que habían escuchado antes, porque ahí está trabajando la memoria”, dice Arango. También la atención, la percepción, el lenguaje y el habla.
Los efectos son notorios en la parte emocional, añade. Algunos pacientes de alzheimer sonríen y les cambia la expresión. Puede funcionar con personas que no necesariamente tienen una discapacidad. Ha sucedido en casos de niños que tienen problemas de atención. Bajo la metodología de la musicoterapia hay ejercicios que lo enfocan.
“La práctica de un instrumento implica utilizar la mayor cantidad de recursos neuronales disponibles para integrar toda la información que esté asociada con los mecanismos sensoriales: auditivo, visual, motriz, postural, táctil y lingüístico”, explica Arango.
Mientras tanto, el pedagogo añade que “la música es una de las cosas que activa completamente la electricidad cerebral. Por eso es tan importante en la estimulación, el aprendizaje, el desarrollo cognitivo y la rehabilitación”.
El equipo que realiza la terapia es el que indica cuál es el tratamiento que la persona necesita, pero no necesariamente la música es la única solución. Están abiertas posibilidades como la danza y las artes plásticas.
Colombiano
7/08/2018