Cuando uno tiene cierta presencia pública y dice lo que piensa sin tapujos pueden ocurrir, esencialmente, dos cosas: que aparezca un grupo de potenciales seguidores que valoren la coherencia y la valentía del sujeto en cuestión, o que surja una legión de detractores que se rasgue las vestiduras por las aseveraciones formuladas. Normalmente, ocurren ambas cosas en paralelo: sólo hace falta echar un vistazo a las redes sociales para darse cuenta de esta realidad. El psicólogo Rafael Santandreu conoce bien el fenómeno. Provocador por naturaleza y acostumbrado a desenvolverse con bastante soltura en la controversia, este autor de enorme éxito despierta filias y fobias (no sabemos si por igual) cada vez que salta a la primera línea de la actualidad. Pero no por ello deja de expresar lo que se le pasa por la cabeza, ni mucho menos. Una buena muestra es su último libro, Nada es tan terrible.
En este libro, y también en los anteriores, usted pone mucho el acento en el concepto de la renuncia para ser felices. ¿Tan importante es?
Sí. En realidad, todo el problema de la neurosis y la infelicidad humana se podría resolver de un plumazo si activáramos el decrecimiento y nos fuéramos a vivir como lo hacen las tribus de la Amazonia. Porque el problema de la neurosis y la infelicidad viene dado por la abundancia. De hecho, en los países del Tercer Mundo no existe la neurosis, por lo que son más felices. Eso sí, tienen otros problemas.
Y todo ello por la abundancia.
La abundancia es un arma de doble filo: por un lado es buena, porque te da oportunidades, pero por otro lado es una maldición. Tenemos el defecto de fábrica de convertir los deseos en necesidades absolutas, en obligaciones: ‘Si no consigo ser actor de Hollywood soy un fracasado’. Tener hijos, pareja, un piso en propiedad, ser extrovertido, tener muchos amigos… todo esto son obligaciones para nosotros. Precisamente la renuncia es el antídoto a este problema. La única manera de estar cuerdo en un mundo de abundancia es activar la renuncia.
Pero usted habla de una renuncia mental.
Por supuesto, no es una renuncia de facto, material. Es solo que si hace falta renunciar a algo, pues no tendré ningún problema en hacerlo. De hecho, esta renuncia hay que hacerla constantemente, por ejemplo en el trabajo: si me despidieran, yo podría ser feliz. Si no haces esta renuncia, no serás libre e irás con miedo al trabajo, como a tanta gente le pasa. Lo mismo ocurre con la pareja. Yo puedo estar muy feliz con mi pareja, pero si me dejara, podría ser feliz, de lo contrario, te puedes volver en un dependiente déspota y celoso. También sucede lo mismo con la salud.
Ese tema es más peliagudo…
El ejemplo más claro es el hipocondríaco, que está enfermo precisamente por su intolerancia a la enfermedad, es curioso.
Usted habla en el libro de la importancia de ser un buen creador de significados. ¿A qué se refiere?
Cualquier circunstancia de presunta adversidad que puedas tener en tu vida, en realidad es una oportunidad para hacer algo distinto. Por ejemplo, si te deja tu mujer esta noche y a partir de mañana eres soltero, se te abre la posibilidad de gozar de tu vida de soltero de una manera brutal, es otro escenario, otro marco, con otros significados vitales. Si tú eres muy bueno en crear significados, siempre serás feliz.
Pero cuando nos sucede algo así se nos rompen los esquemas.
Una de las razones por las cuales hay más que nunca en la historia de la humanidad más insatisfacción vital es porque la sociedad de mercado nos ha introducido que la comodidad es fundamental para el bienestar, cuando es absolutamente falso. Además, la comodidad absoluta no existe, es imposible que todo salga perfecto. La incomodidad es inherente a la vida, pero no tiene por qué ser malo, incluso es bueno. Parte de mi trabajo es concienciar a la gente: ‘No quieras tanta comodidad, un poco solo, y emociónate con la vida incómoda’. Incluso es bueno aplicarse dosis de incomodidad.
Usted incluso va más allá y asegura que el dolor y las adversidades no son importantes para la alegría interior.
Ver el dolor y el sufrimiento de otra manera es uno de los hallazgos más importantes de mi investigación como psicólogo. Es muy importante para el crecimiento de una persona dejar de verlos como algo tan malo. Incluso, una parte del dolor y el sufrimiento es buena.
¿En qué sentido?
Porque el sufrimiento te ofrece tres grandes posibilidades. La primera, te acerca a los demás, porque el momento de máxima apertura del ser humano es cuando está totalmente destrozado. Te abres al otro, porque necesitas más el amor del otro, y el otro de ti. Se dan unas comuniones brutales. Por ejemplo, si tú haces de voluntario en el Hospital Sant Joan de Déu y entras en contacto con una familia que tiene un hijo muy enfermo. La amistad que se forja en ese ámbito es imposible encontrarla en otro ámbito de la vida humana. Se crean unos vínculos eternos, mágicos.
La segunda…
Ajusta tu escala de valores. En España, como en todo el mundo, hay muchos adictos, como mínimo cuatro millones de alcohólicos. Un adicto es una persona que, más tarde o más temprano, tocará fondo. Si lo supera, empezará a valorar las cosas importantes de la vida. También ocurre con personas que han sufrido y superado un cáncer importante, pasan a ser individuos con más capacidad para la felicidad.
Queda la tercera.
Te libera. Cuando tú sufres pero lo afrontas con los ojos abiertos, aprovechando lo bueno que pueda tener, te libera, si lo llevas bien claro. Llega un momento en el que el dolor te importa muy poco. Pasas a ser una persona muy fuerte: ¿qué te puede molestar a partir de ahora? Hay que intentar encontrarle la parte buena al dolor, que la tiene: produce el crecimiento personal más importante que puede tener alguien. Es algo que si no se experimenta, es difícil de entender.
Usted defiende que la queja es la gran enemiga de la felicidad.
Mucha gente no lo entiende. La queja siempre es un error. Si tú quieres cambiar el mundo, como querían los indignados de la Puerta del Sol de Madrid, me parece muy bien, pero hazlo desde la paz interior, desde la apreciación de las cosas que sí funcionan, así lo harás desde la alegría y con los análisis correctos. En cambio, si lo haces desde la queja, que es una forma de neurosis, lo harás desde la rabia, desde los análisis de blanco o negro… Hay que tener en cuenta que el Universo no es perfecto, y nunca lo será, y sería un coñazo si lo fuera.
El Universo es imperfecto, asegura. Y por ende nosotros también. Entiendo que así lo ve usted cuando afirma que todos tenemos algo de maravilloso pero también algo de locura…
Absolutamente. Es algo que me lo discuten mucho, pero hay multitud de ejemplos. Para empezar, solo hace falta comparar la Alemania de 1936 y la de ahora. Muchos la ven como un país avanzado, ecologista, moderno, con una gran educación… pero hace muy poco fue el país más odioso de la historia de la Humanidad. Pero son el mismo tipo de personas, no nos engañemos.
¿La moraleja es que todos poseemos una parte oscura?
Tú y yo podemos ser lo peor, pero también lo mejor. ¿Y de qué depende? De que entremos en la órbita de la generosidad del amor o entremos en la órbita del egoísmo y la agresividad, y el ser humano está dotado para ambas cosas. Esta mirada es muy importante, porque resuelves mejor las situaciones en las que te cruzas con el mal, porque lo entiendes mejor. No hay unas fuerzas del mal y otras del bien, todo está mezclado.
Pero entiendo que en ningún caso usted justifica ciertas acciones deplorables…
Yo no digo que tengamos que estar al lado de las personas que están locas, todo lo contrario, hay que encerrarlas porque hacen daño. Pero este encierro, y esto es muy importante, no tiene que ser un castigo, sino una acción para mantenernos al margen de su locura. Si tú tienes un marido que se comporta como un cabrón, ¡sepárate!, ¡denúnciale!, pero no quieras castigarlo. Lo que hay que hacer es, primero, apartarlo, y segundo intentar curarle, si se puede, y si no deberá continuar apartado. Pero no sirve de nada castigarle. La reparación sí que aporta algo, el castigo no.
Más allá del concepto del castigo, usted reflexiona también en el libro sobre los pensamientos, afirmando que el 95% no tienen sentido.
Le damos demasiado crédito a todo lo que pasa por nuestra mente, cuando está más que demostrado que el 95% de lo que pensamos durante el día es basura. Es como cuando dormimos, cuando la mente se pone a manejar materiales: es un entreno de nuestro cerebro, no tiene sentido. Sólo deberíamos prestar atención a un 5% de pensamientos que sí tienen una intencionalidad y una lógica. El resto, los tienes que dejar pasar.
Dejar pasar…
El flujo natural de estos pensamientos es marcharse. En cambio, lo que hacemos es interrumpirlo con la obsesión de resolver lo que nos atormenta, porque intentamos resolver aquella cuestión de una manera lógica, cuando es una cuestión que no tiene que ser resuelta.
Y si consigues dejarlos marchar…
Te transformas en otra persona. Empiezas a experimentar muchos momentos de paz interior natural, como la que tienen los niños pequeños. Los niños no le dan credibilidad a lo que pasa por su mente, en absoluto. Ellos pueden pasar de tener un berrinche brutal con un amigo en el parque a, tres minutos después, reír, dormirse o lo que quieras… y es el mismo cerebro en realidad, la diferencia es que ellos no le dan crédito a lo que les pasa por su mente.
¿Y qué origina estos pensamientos intrusivos?
Queremos que el futuro sea lo más predecible posible: ‘que no me vuelva a pasar de nuevo aquella situación desagradable’, ‘que no vaya a más’… cuando en realidad nuestro futuro es bastante imprevisible, por lo tanto ¡déjalo estar! Nos enganchamos a estos pensamientos porque queremos predecir demasiado nuestra estabilidad, y es como la comodidad: demasiada seguridad y estabilidad es malo.
La Vanguardia
10/04/2018