Francisco Rodríguez Criado describe la salida del hospital junto a su mujer y su bebé recién nacido como una escena de Charles Dickens. Dos horas después del nacimiento de su hijo, les informaron de que tenía síndrome de Down; el parto fue por cesárea y, tras 48 horas, su mujer fue operada por una hemorragia interna; no podían llevar al bebé en su carrito porque tardó en llegarles un mes más de lo previsto; era Nochebuena y llovía a cántaros. "Fue complicado, unas Navidades amargas y te preguntas por qué al resto del mundo le va bien y todos los males se ceban contigo", reflexionaba entonces.
Lo que en principio se planteaba como un parto normal acabó de una forma inesperada para la pareja porque las pruebas a las que se sometió la madre no detectaron el síndrome de Down del bebé, que se llama Francisco, ni una cardiopatía que le llevaría a pasar por el quirófano con cinco meses para someterse a una operación a corazón abierto. Por todo ello, a Rodríguez Criado el nacimiento de su hijo le provocó "sensaciones contrapuestas": alegría y dolor. "La paternidad normal me duró un par de horas. Yo no sabía lo que era la Trisomía del 21 y me lo tuvieron que explicar. Al principio, la gente me felicitaba y a mí me parecía irónico porque tú por dentro piensas que estás siendo castigado. No era capaz de bajar solo al nido cuando mi hijo estaba con respiración asistida en la incubadora. Pero poco a poco la balanza se fue equilibrando. Fui consciente de que es un niño precioso, buenísimo y empecé a ser el padre que el niño necesitaba", relata.
"Somos más fuertes de lo que creemos y si te ocurre algo, al final sacas la parte positiva porque vivir es una lucha por la supervivencia física y emocional"
En ese proceso de asimilar lo sucedido, Rodríguez Criado, escritor y profesor de talleres literarios, recuerda dos momentos claves. El primero cuando una anestesista del hospital, que tiene una hija con síndrome de Down, habló con ellos de su propia experiencia. "Fue una conversación de hora y pico y yo no paraba de llorar, pero estaba viendo la luz", recuerda. Y el segundo, cuando empezó a escribir un blog para contar lo que le iba sucediendo: "Compartía la pena a través del blog e iba recibiendo mensajes positivos de centenares de personas de España y también de fuera. No tardé en salir del túnel y, aunque todavía pienso qué pena el síndrome de Down, lo llevo perfectamente. He comprobado que somos más fuertes de los que creemos y si te ocurre algo, al final sacas la parte positiva porque vivir es una lucha por la supervivencia física y emocional", señala.
"Escritura terapéutica"
Para Rodríguez Criado, alimentar su blog fue un proceso de "escritura terapéutica" porque le ayudó a aclarar las emociones, a racionalizar lo sucedido y a "comprender que no era tan grave". El resultado ha quedado plasmado en 'El diario Down' (Ediciones Tolstoievski), una "carta larga" para su hijo que le salvó, "un libro sobre el sufrimiento, sobre todo al comienzo, en el que luego aparece la luz". "Me encantaría que mi hijo lo leyera y que se ría de tener un padre tan tonto", afirma.
Asegura que el síndrome de Down le ha enseñado a ser "más humano" y a ver la vida de otra manera "porque todos los padres cuando tienen un hijo esperan que sea el más guapo, el más fuerte", proyectan una serie de ideales que "a veces son vacuos". "Cuando nace un miembro de la familia con discapacidad, lo primero que hacemos, sobre todo los padres, es pensar que no nos merecemos esto. Las madres son más fuertes. Con el paso del tiempo te das cuenta de que la paternidad no consiste en competir para que sea el más guapo, he aprendido a no hacerlo", señala. Con respecto a la madre de Francisco, a la que llama "madre coraje", dice que fue "fuerte desde el principio". "Esa distinción que hacía yo sobre la discapacidad, ella no la entiende así. Es su hijo y ya está".
Ahora Francisco tiene veintiséis meses y goza de un perfecto estado de salud. Y, además, cuenta con un miembro más en su familia, su hermano Mario, de diez meses. "El pequeño casi camina y el otro repta, cada cual con sus singularidades son mis hijos y los quiero igual. He aprendido a no rechazar al débil", indica. Aunque reconoce que el síndrome de Down no es "de color de rosa" y que los padres tienen que estar pendientes y llevar más a los niños al médico, reitera que no le hace más feliz un hijo que el otro. "Francisco tiene síndrome de Down, ¿y qué? Les quiero igual a los dos", explica para después enumerar lo que más le gusta de él: "La armonía y la paz que te da, es un niño delicioso, tranquilo y empático. Me gusta reflexionar sobre cómo al principio tenía miedo de ir al nido y ahora si tengo que estar sin él, me muero".
El confidencial
10/04/2016
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