«Rebeldes, revoltosos, inaguantables, agresivos, problemáticos, vagos». Y, así, múltiples «etiquetas peyorativas» que se aplican a los niños afectados por un trastorno por déficit de atención con o sin hiperactividad o TDAH.
El especialista en neurología Javier Cabanyes las recordó ayer, en el transcurso de unas jornadas organizadas en Oviedo por la Asociación de Niños Hiperactivos del Principado de Asturias (Anhipa) y encaminadas a sensibilizar a los profesionales de la sanidad y de la educación sobre una patología que afecta a entre «el 3% y el 5% de los niños, aunque estos datos no son del todo fiables, ya que todavía hay muchos casos sin diagnosticar y algunos estudios elevan esta cifra hasta el 10%», apuntó el doctor.
«Un niño por aula seguro que nos lo encontramos e, incluso, dos, porque, para el maestro que tiene tres, es ya un auténtico terremoto», bromeó con las estadísticas. En cuanto a la incidencia por sexos, es menor en las niñas que en los niños, aunque, en todo caso, «tienen unas cualidades muy interesantes».
Mientras, la presidenta de Anhipa, Ana Díez, explicó que la asociación «ha asesorado, desde enero, a más de 130 familias afectadas y a más de 1.200 personas en cuatro años».
A juicio de Cabanyes, una de las mayores limitaciones de los especialistas que se enfrentan a esta patología de origen neurobiológico con un componente genético es «la ausencia de marcadores que indiquen claramente qué es hiperactividad», lo que lleva a los especialistas a realizar un diagnóstico basado en síntomas que, en ocasiones, «esconden otros problemas que no son fáciles de diferenciar».
El TDAH presenta tres subtipos: el tipo en el que predomina el déficit de atención, aquel en el que predominan la impulsividad y el exceso de actividad motora y el tipo en el que se combinan los dos anteriores. «No todos los niños tienen un exceso de actividad motora e impulsividad», aunque, en ocasiones, «se mete todo en un mismo cajón de sastre, pero las causas pueden no ser las mismas, y, desde luego, las consecuencias tampoco lo son», explicó.
Por su parte, el pediatra del Hospital de Cabueñes Benito Otero apuntó que «algunos padres todavía se sienten culpables y, además, son culpabilizados por parte de la sociedad», insistió en la importancia del diagnóstico precoz y recordó que el trastorno «por el que muchos niños aún son castigados y condenados al fracaso escolar» persiste en la adolescencia e, incluso, en la etapa adulta, y que, en muchos casos, lleva asociados problemas de conducta, ansiedad o depresión que determinan la convivencia familiar.
Fuente:La Nueva España
24/06/2004