CUANDO hace unas pocas semanas tuvo un importante eco mediático el acto violento cometido por un enfermo mental, se destacó la patología psíquica del agresor como si la violencia tuviera relación biunívoca con la enfermedad mental, o como si las personas cuerdas y sanas no fueran capaces de cometer tropelías y de ejercer violencia. Es un pensamiento extendido en la sociedad frecuentemente reflejado en los medios, porque el desconocimiento mantiene los tabúes sobre estas patologías.
Tradicionalmente, la dolencia mental ha estado rodeada de incomprensión, miedo y estigma. A pesar de que en estos últimos años los avances en las terapias farmacológicas están permitiendo que muchos de los pacientes con esta enfermedad lleven una vida normalizada la mayor parte del tiempo, la discriminación que arrastra la patología mental impide que quienes la padecen puedan integrarse, como fuera lo deseable, en actividades sociales y laborales. Ésta es, en opinión del psiquiatra José Juan Uriarte, la asignatura pendiente de la asistencia en salud mental. "Las ideas falsas sobre la salud mental puede tener efectos devastadores sobre los individuos, familias y comunidades", sostiene el responsable del Área de Trastorno Mental Grave de la red de salud mental en Bizkaia de Osakidetza.
Porque la percepción social de la enfermedad psíquica está sesgada por el desconocimiento y la desinformación. El silencio que rodea a cualquier problema de salud mental forma parte del problema, y sólo se rompe cuando un paciente es noticia por algún suceso luctuoso que suele publicarse en los medios con profusión de detalles... "Mata a su madre...", "...padecía esquizofrenia...", "Agrede a un ertzaina en un ataque de locura...". "Se le fue la cabeza...".
La realidad es que un 1% de la población adulta padecerá una enfermedad mental a lo largo de su vida, "y eso son muchas personas". Sólo en Bizkaia, alrededor de 10.000, cifra que casi se duplica en todo el País Vasco. "De ellos, un tercio seguirá una evolución crónica con una afectación de cierta importancia. Es una población elevada; no hay familia que no tenga a alguien más o menos cercano que no esté afectado por un problema mental de cierta gravedad", dice Uriarte.
prejuicios y estigmas La estigmatización es casi siempre inconsciente, fundamentada en erróneas concepciones sociales. Estereotipos asumidos y compartidos de forma acrítica. "En último término, el origen de la discriminación es el prejuicio. Por ejemplo, a los enfermos con esquizofrenia se les tiende a etiquetar como pacientes violentos e impredecibles que no podrán llevar una vida normalizada fuera de una institución: un prejuicio erróneo. Pueden ser nuestros vecinos, los compañeros de trabajo, un novio...., porque en porcentajes elevados, si toman bien la medicación, pueden llevar una vida normalizada. Otros pacientes sí tendrán importantes problemas, pero lo que hay que hacer es ayudarles, darles los resortes necesarios a ellos y a sus familias para no apartarles de la sociedad".
Los primeros episodios suelen hacer acto de presencia tras pasar la adolescencia y primera juventud. "Empiezan a cambiar, a aislarse. En otros aparecen bruscamente. Todos pensamos que podemos tener un infarto o un accidente, pero no un hijo o una hija con una psicosis. Se te cae el mundo y te preguntas: ¿Esto qué es?", reflexiona.
¿Puede una persona, después de habérsele desatado una enfermedad mental grave, volver a trabajar, a estudiar? "Sí. Muchos tienen puestos importantes, familia propia..., pero, por lo general, ante la incomprensión social por la dolencia, lo ocultan", explica el experto de Osakidetza.
Una parte esencial del estigma y la discriminación surge de la atribución al enfermo mental de una propensión a la violencia. La identificación entre paciente psiquiátrico y conducta imprevisible es básica en el mantenimiento del estigma y las actitudes negativas de la población. Desmantelar esto es tarea complicada. "Criminalizar la enfermedad mental hace que se defina como locura y ésta se asimile a la violencia. Además, la medicalización de la violencia implica que las conductas perversas, maliciosas, la maldad en general, no se vean sino como una enfermedad, en este caso, como una forma de locura", añade el siquiatra.
La idea de que la violencia es una consecuencia obligada de la enfermedad mental está tan extendida en nuestra sociedad que es una de las causas del rechazo social que se muestra hacia las personas afectadas y hacia algunos servicios comunitarios que las atienden. "Los vecinos se sienten incómodos con estas personas, evitan cruzarse con ellas y desearían que en el edificio no hubiera gente así. Por eso, no es extraño que pacientes, e incluso sus familias, oculten el padecimiento".
la violencia ¿Son los enfermos mentales violentos? ¿Tienen mayor riesgo de comportarse de forma violenta que la población general? "El porcentaje de pacientes violentos es anecdótico", sentencia Uriarte. "Vivimos en tiempos de lo políticamente correcto, donde todo el mundo presume de solidario, menos cuando le toca al lado... Sí, pero aquí no. No hay más que ver el rechazo vecinal ante determinados centros de día, en relación a hospitales mentales... La idea de meter a todos estos enfermos en el mismo saco está muy extendida. Esa imagen de que los esquizofrénicos son gente que hace el payaso, que se comporta de forma violenta e imprevisible es ajena a la verdad. Otra cosa es que los pacientes, cuando van mal, puedan tener una serie de actuaciones y resulten imprevisibles. Las personas hacemos cosas con una aparente razón. Y la razón de lo que puede hacer una persona, en un momento dado, con una enfermedad mental puede ser no aparente. Puede estar influenciado por sus alucinaciones y se producen situaciones que saltan a los medios de comunicación. Pero la mayoría de las personas que protagonizan actos graves son personas que han abandonado el tratamiento. En última instancia, el problema no es que los enfermos con dolencias mentales graves creen violencia, sino que la sufren", sentencia.
Lo relevante no es que un esquizofrénico estudie o trabaje. La noticia es que una médica residente asesinó en el hospital a varios pacientes y compañeros, que un enfermo mental mordió a un niño, etc... Estas historias claro que tienen relevancia periodística. Pero como sólo se reflejan los aspectos negativos, la visión social que se tiene de estas personas se reduce a la relación entre acto violento y enfermedad mental. "La idea que ha calado es que los enfermos mentales son una amenaza y tendrían que estar apartados en manicomios. El mensaje que se vende es: ¿Cómo estas personas podían estar en la calle?".
Las autoridades sanitarias, y también las políticas, identifican el estigma y la discriminación como parte sustancial del problema de estos pacientes a la hora de afrontar su recuperación. "Sin embargo, los políticos venden a la población el riesgo cero para todo, y eso es imposible, absurdo. Si fuera cierto, tendrían que prohibir los coches. La solución no está en pensar que los enfermos psíquicos no pueden estar entre nosotros, sino que debemos facilitarles el acceso a los tratamientos, a los recursos, ayudarles a prevenir posibles acciones violentas, teniendo en cuenta que nada es prevenible al cien por cien".
"Cualquiera de nosotros puede comportarse violentamente sin tener una enfermedad mental. Porque otro de los aspectos fundamentales del estigma es atribuir un problema mental a cualquier persona que comete un acto violento. De un agresor de género se dice que debe de estar mal de la cabeza. La idea de que todos seríamos buenos si no se nos fuera la cabeza es del todo incierta. La inmensa mayoría de la gente que comete actos violentos, incluso extremos, no tiene ninguna enfermedad mental. Pero parece que nos tranquiliza el pensar que sí tiene una dolencia mental... Se prefiere pensar que todas las personas somos buenas, que no podemos cometer ningún acto violento a no ser que te vuelvas loco. Esa equiparación entre loco y acto violento afianza el binomio de problema mental y violencia", concluye.
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27/09/2010