Generalmente, en las consultas escucho lo siguiente: en primer lugar aparece el anhelo, la esperanza de que su hijo llegue a hablar, que pueda hacer una vida normal, y que pueda concurrir a una escuela común.
Diagnóstico: el montante de la angustia
Mi relación con personas afectadas por una discapacidad auditiva comenzó en el año 1983, cuando ingresé a trabajar en la Escuela Especial Nº 503, en el servicio de sordos e hipoacúsicos.- Su metodología de trabajo era netamente oralista, y dentro de ese marco realicé mi formación y experiencia.- Luego, hacia 1990, se instaura la modalidad bilingüista de comunicación con el niño sordo.-
El acceso a los principios de validación psicolingüísticos basados en la observación de que el lenguaje gestual presenta una estructura gramatical tan compleja como la de la lengua hablada, me permite comprender con claridad cuál es la vía posible para facilitar la instauración de la función simbólica en los niños privados de audición.- Aclaro, mi labor sigue siendo oralista, y tomo lo gestual como recurso de sostén.-
Voy a intentar comentar mi experiencia en niños marcados en lo real del cuerpo por la pérdida auditiva como un modo de dar cuenta desde dónde he ido pensando mi praxis en lo que denomino “el campo de la sordera”.- Primera gran paradoja para alguien que se ha formado para actuar en “el campo de la palabra”.-
El sistema de admisión del grupo al que pertenezco establece que cada nuevo paciente debe concurrir a terapia- diagnóstica de audiología, neurología, pedagogía, psicología, y fonoaudiología para someterse a un proceso de evaluación que permita, en base a los datos obtenidos, organizar el plan de trabajo de cada caso en particular.-
Todos los profesionales intervinientes nos reunimos para intercambiar nuestras observaciones y aportes; en esta primera etapa, trabajamos desde la interdisciplina.-
Este modo de interacción es permanente.- Las reuniones sirven como espacio de reflexión y estudio generado a partir de las interpelaciones y los interrogantes que surgen de la práctica cotidiana.-
Si bien todos los niños portadores de una alteración del lenguaje nos enfrentan a la problemática de la estructuración del aparato psíquico, el niño sordo me cuestiona desde siempre acerca de la factibilidad del trabajo desde mi enfoque disciplinario.- A veces, la sensación de impotencia en grande.- La falta de escucha en el niño me deja carente de palabras .- ¿Cómo explicarle el para qué y por qué nos reunimos a trabajar?, ¿Cómo explicarle el encuadre de nuestro trabajo?.- Comencé a abordar la tarea sostenida por los planteos de Maud Mannoní en su libro “El retrasado y su madre”.- Si bien el problema es otro, existe algo en común: un daño orgánico que ubica al niño como objeto de cuidado y no como sujeto de deseos.-
Visto de este modo, entonces, el primer paso consiste en mantener entrevistas con los padres.- El objetivo NO es que acepten lo inaceptable, la sordera de su hijo.- Lo que trato de detectar en cada caso es qué lugar ocupa el niño en el fantasma materno, qué ocurre con la función paterna, qué representa en esos padres el significante “sordo”. Todo esto opera como preventivo, sobre todo en lo que se refiere a la no apoderación del niño para objeto de cuidado.-
Generalmente, en las consultas escucho lo siguiente: en primer lugar aparece el anhelo, la esperanza de que su hijo llegue a hablar, que pueda hacer una vida normal, y que pueda concurrir a una escuela común.- Piensan que a su hijo todo le resultará más difícil y le insumirá más tiempo que al niño oyente, pero admiten que su hijo lo logrará, pues así se lo han planteado en alguna forma los médicos.- La mayoría de los padres refieren lo que se movilizó en ellos al recibir el diagnóstico de sordera para su hijo.- Aparecen sentimientos de culpa y vivencia del castigo ( qué hice yo para que me pase esto), vivencia de muerte (no podemos seguir de luto toda la vida porque él tenga que usar audífonos), la fantasía de reparar el daño orgánico ( a lo mejor con los audífonos oye bien y se cura), el cambio en su persona y en relación al niño (no lo disfruto, desde que sé que es sordo no soy la misma persona que antes), la sensación de desintegración familiar (mi marido está deprimido y no puede trabajar, yo me hago cargo del nene y no le llevo el apunte a mis otros hijos).-