Cuando los niños son concientes de su propia persona, su educación puede ser un reto desconcertante y complejo. ¿Cómo educan los padres a los niños de hoy? Algunos repiten los patrones que sus propios padres les aplicaron; otros adoptan prácticas muy diferentes a las que utilizaron con ellos.
La disciplina es un proyecto de enseñanza a largo plazo, es una expresión de amor y una gran responsabilidad La disciplina no es sinónimo de castigo; la palabra procede del latín y tiene el sentido de “conocimiento” o “instrucción”; también puede equipararse con socialización, el proceso mediante el cual los niños adquieren hábitos, destrezas, valores y motivos para ser capaces de convertirse en medios productivos y cumplidores de la ley en sociedad.
Como lo han demostrado Baunrind (1972-1975) y posteriores investigadores, los estilos de parentalidad tienen un peso en la personalidad del niño en crecimiento.
Los padres emplean diversos métodos de crianza según la situación, el niño, su conducta en el momento y la cultura. Idealmente, los padres delimitan la autonomía del pequeño e instilan valores y autocontrol al tiempo que se cuidan de no mirar su curiosidad, iniciativa y aptitudes. Para lograr esta hazaña deben equilibrar los aspectos de control y calidez, ya que estos factores influyen en la agresividad y la conducta social, el autoconcepto, la internalización de valores morales y el desarrollo de la competencia social del niño (Becker, 1964; Maccoby, 1984).
La disciplina no es sinónimo de castigo; la palabra procede del latín y tiene el sentido de “conocimiento” o “instrucción”; también puede equipararse con socialización, el proceso mediante el cual los niños adquieren hábitos, destrezas, valores y motivos para ser capaces de convertirse en medios productivos y cumplidores de la ley en sociedad.
Esencialmente la disciplina es una forma de aprender del niño y una manera de enseñar de los padres las conductas más productivas y satisfactorias para él y para las personas que los rodean. Disciplinar al niño quiere decir fijar límites a su conducta y establecer reglas de convivencia.
La disciplina es un proyecto de enseñanza a largo plazo. Durante los años que van desde la infancia hasta la adolescencia, el niño necesita la autoridad el amor y el ejemplo de sus padres para orientarse en su camino hacia la autonomía.
La disciplina es una expresión de amor porque supone un gran trabajo y control personal mantener la serenidad para guiar al niño y resolver los conflictos sin agredirlo o faltarle al respeto. Es también una gran responsabilidad por que le niño todavía es incapaz de controlar sus impulsos, y carece de un criterio suficientemente desarrollado para decidir y responder por las consecuencias de sus actos en gran parte de las situaciones que se le presentan.
Los límites le dan confianza para actuar y para relacionarse socialmente pues le permiten conocer lo que los demás aceptan y lo que no. Por eso, es necesario explicarle las normas y sus razones de manera breve y sencilla y comprobar si nos ha entendido bien. El niño debe saber exactamente que es lo que esperamos de él. Para eso, tenemos que ser constantes y congruentes. Si aplicamos la disciplina de acuerdo a los cambios de nuestro estado de ánimo, a veces le permitimos hacer ciertas cosas pero otras no, el niño sufrirá una gran inseguridad y mostrara rechazo y confusión.
El niño suele aceptar las reglas si son claras, justas y razonables. Si son arbitrarias, si sólo son ocurrencias o caprichos nuestros, le causan enojo, rebeldía y le hacen perdernos el respeto. No es sostenible hacer que obedezca “por que soy tu padre” o “por que eres pequeño”.
Si estamos enseñando al niño a ser independiente y responsable, tenemos que darle oportunidad de decidir, dentro de ciertos márgenes cuando y como hacer las cosas: “cuando termine el programa”, “cuando la manecilla larga del reloj llegue al número 3”; “las papas si, las zanahorias no”. Así el niño sentirá que respetamos su tiempo y su autonomía.
Los límites y las reglas deben indicar al niño no sólo lo que no puede hacer, sino sobre todo lo que sí puede hacer.
Los errores que se cometen más frecuentemente a la hora de disciplinar son:
Los niños necesitan saber las consecuencias de sus actos, incluyendo como se sientan los demás. Deben tener también la oportunidad de explicar sus actos a los padres o maestros. Tales intercambios colaboran en el desarrollo del sentido de la responsabilidad por la conducta propia. A largo plazo, el entendimiento que tiene de la situación determina la conducta autorregulada.
Si nos doblegamos a los caprichos de los niños, ellos no tienen que responsabilizarse de su conducta ni considerar los sentimientos o necesidades de los demás, no podrán aprender a ponerse de acuerdo ni ha llegar a tratos justos; no sabrán como relacionarse y se sentirán incapaces. Ceder a los reclamos, gritos, llantos o ruegos del niño y cambiar nuestras decisiones para satisfacer sus deseos lo tendrá contento por un rato, pero en el fondo nos perderá el respeto y no se sentirá ni cuidado ni protegido. El pequeño no sólo admite nuestra autoridad sino que la busca y la provoca. Cuando no encuentra límites, se vuelve cada vez más desafiante: necesita probar hasta donde le permitimos llegar.
Se debe tener siempre presente que el al disciplinar debe encontrarse un equilibrio entre la personalidad del niño y el estilo de parentalidad que envuelve a la familia; ya que cada niño es único e incluso en la misma familia no podemos aplicar la misma disciplina a niños diferentes.
Es importante comprender el momento por el que esta pasando el niño y observar todas las características de su comportamiento en determinado momento y situación.
Referencias
CRAIG, G.,J. (1997). Desarrollo Psicológico.México:Prentice Hall.
PAPALIA, D., E.; Wendkos, S. Psicología del Desarrollo. 7ª. Edición. México:Mc Graw Hill