Cuando somos pequeños necesitamos mucha atención, ¡pero no cualquier tipo de atención!, una atención de escucha sincera, de corazón abierto y de mirada empática y compasiva (poniéndome en el lugar del otro), para que realmente el adulto logre ver en nuestra mirada lo que el corazón quiere decir, pero nuestras palabras no logran expresar.
Quiero iniciar este texto o encuentro entre tú y yo, reconociendo que no soy madre y que por el momento les hablaré desde lo que he conocido, explorado y aprendido en mi experiencia con la primera infancia que se ha dado básicamente en lo profesional y como tía de una hermosa niña de 4 años, llamada Laura.
Cuando somos pequeños necesitamos mucha atención, ¡pero no cualquier tipo de atención!, una atención de escucha sincera, de corazón abierto y de mirada empática y compasiva (poniéndome en el lugar del otro), para que realmente el adulto logre ver en nuestra mirada lo que el corazón quiere decir, pero nuestras palabras no logran expresar.
Necesitamos que nos escuchen más y nos digan menos lo que creen que somos, lo que esperan que seamos, o lo que consideran es lo “bueno” y lo “malo”. Es importante que se nos permita decidir, escoger y comprender el mundo a nuestra manera, ofreciéndonos toda la información posible, pero conociéndonos sin esquemas preestablecidos.
Cuando era pequeña me hubiese gustado que mis padres y personas significativas se hubieran dedicado más a conocerme realmente en esencia, ¿qué deseaba?, ¿qué pensaba?, a qué le temía, qué me motivaba o que quería vivir, a quién quería o a quién no, qué me gustaba jugar y qué soñaba.
Mis padres en su hermosa manera de educarme, que en su momento fue la mejor y agradezco infinitamente, se dedicaron a otras cuestiones no menos importantes de cuidado, protección, e información. Me decían: esto es correcto, esto no, tú eres, tú no eres, el mundo es así; en muchas ocasiones hablaban de mí y decían cosas pretendiendo que yo no entendiera, pero si lo hacía. Yo me llenaba de todas esas ideas, conceptos, miedos y perspectivas e iba construyendo una identidad fuera de mi esencia original, sin saber qué estaba haciendo bien o mal, llenándome de miedos, temores y ansiedades, sin saber qué debía o podía expresar y que no, y qué de lo que hacía o pensaba era lo correcto, así que guardaba silencio y me llenaba de mis subjetivaciones, creyendo todo lo que pasaba por mi mente, construyendo un mundo paralelo entre lo que soy y lo que otros pretendían que yo fuera.
En mi situación actual, luego de observar toda mi historia y permearla de mis conocimientos, me doy cuenta que como adultos ejercemos gran poder sobre los niños y las niñas y que nos dedicamos más a trasmitirles supuestas verdades absolutas que a conocerlos y compréndelos realmente, para permitirles desde su singularidad la posibilidad de conocer el mundo, y a partir de ésto ser seres autocríticos, conocedores de sus emociones y de los otros, que pueden y saben expresarlas, construyendo sus propios conocimientos y percepciones de la vida, con la confianza de que pueden lograr lo que quieran y que todo siempre estará bien, porque tú siempre estarás ahí para escucharlo, sin juzgar y darle la mano para seguir el camino.
¿Conoces realmente a tu hijo, lo que desea, piensa, juega, qué lo motiva y qué quisiera de ti?, conocerlo va más allá de saber qué le gusta y que no, es comprenderlo, es saber por lo que está pasando, es acompañarlo y escucharlo, es observarlo con consciencia, es darnos cuenta lo que realmente reflejan sus ojos ante alguna situación o momento trascendental de su vida, y es estar ahí desde la conexión empática de ponerse en su lugar, y permitirle construir su propia historia e identidad.
¿Cuáles son sus particularidades?, ¿cómo aprende?, ¿cuáles son las manifestaciones que emplea para comunicar necesidades de apoyo, deseos y emociones?, ¿qué, cómo y dónde juega?, ¿con qué juega?, ¿qué quiere tocar y explorar?, ¿cuáles son sus sentimientos y emociones?, ¿cómo los expresa? y ¿cómo lo gestiona?; es permitirle momentos de diálogo y aprendizaje mutuo, ¿qué hace?, ¿cómo lo hace?, ¿para qué lo hace?, ¿cómo aprende?, ¿qué siente?, ¿cómo interactúa?, ¿cómo crea?, ¿cómo descubre?, ¿cómo se mueve?, ¿cómo explora?, ¿cómo experimenta? y ¿cómo se interroga?.
Sin poder en esta oportunidad profundizar en el tema, quisiera como les dije, desde mi experiencia profesional y personal, invitarlos a regalarse unos minutos para pensar en lo anterior y reflexionar si saben todas las respuestas a las preguntas anteriormente mencionadas, y reconocer desde el corazón si conocen las respuestas y por ende a sus hijos o hijas, no por lo que observan en los tiempos de cuidado, cotidianidad y recreación que le han proporcionado, sino desde la intimidad de su ser y la conexión con sus emociones, las únicas que permiten desde la escucha y la observación consciente realmente conocer al otro y a partir de allí, dejarlo ser, vivir y construir su propia identidad.