Propiciar la expresión mediante esta técnica produce efectos por sí mismos en los pacientes –en los diversos dispositivos- cumpliendo el propósito de proveer un canal para la manifestación de lo que requiere revelación y aún no ha encontrado la vía posible.
Martha Y. Fernández, en su pequeño y maravilloso libro “Títeres en la clínica o el regreso de la Preciosa” (Editorial Lugar, Bs. As., 1995) se vale de los aportes de Winnicott para fundamentar: “La función de mediador y facilitador que cumple el títere hace que produzca efectos por más breve y sencilla que sea su utilización. Se trata de una zona intermedia entre lo subjetivo y lo percibido en forma objetiva, ofrece un espacio de descanso, un lugar donde la realidad puede ser la realidad psíquica y la fantasía adquiere valor. Se afloja la tensión entre la realidad interna y la externa. En la adultez, esta zona intermedia se vehiculiza principalmente a través de las diversas actividades artísticas. Es así que el títere puede describirse como este objeto encontrado / construido, ubicado en el lugar intermedio entre la realidad exterior y la realidad psíquica, mediador del vínculo. En tanto que puede instalar el espacio de la fantasía, permite acceder a la realidad exterior de modo menos abrupto y articula en un campo de posibilidad, lo interno y lo externo”.
¿Para qué son tan útiles en terapia?
Además de las bondades de las técnicas artístico-expresivas, los títeres suman otras virtudes debidas a su analogía con el ser humano mediadas por el volumen (tridimensional), la representación del cuerpo humano, la puesta en juego de la voz (propia de cada personaje y distorsionada por quien modula) y el movimiento. Así también, invitan al despliegue de determinada personalidad, verbalización de sus deseos, interacción con otros roles, patrones vinculares, frustraciones y demás vivencias vitales. Todas estas vicisitudes, que aparecen por proyección inmediata, vivida con espontaneidad y libertad, ponen en evidencia ante quien los oye: escucharse a sí mismo hablar. Es a través de un objeto, que sorprende y trae esa clase de certeza acerca de sí mismo que es ineludible (como dicen los pacientes en sus diversos modos) “no puedo negar que el títere dijo/hizo algo de lo cual soy responsable”.
Los roles de los títeres recrean en quien los ve (y aún más importante: en quien los utiliza en el modo en el que aquí abordamos) las respectivas identificaciones que invitan, a través de la vestimenta, el expresión del rostro (emocionalidad), actitud corporal, y objetos que portan (el cetro de un rey, el bastón de un anciano, la varita mágica de un mago) la propia vida, el propio modo de andar en ella. De manera que esta misma funcionalidad es útil para hacer ejecutar a sus representados, los modos posibles detrás de los cuales vamos al dirigirnos con los pacientes hacia los cambios de actitudes, pensamientos y posicionamientos necesarios para que la terapia resulte eficaz.
Propiciar la expresión mediante esta técnica produce efectos por sí mismos en los pacientes –en los diversos dispositivos- cumpliendo el propósito de proveer un canal para la manifestación de lo que requiere revelación y aún no ha encontrado la vía posible.
De eso se trata en gran medida la esencia del trabajo con Arteterapia; facilitar la expresión simbólica más allá de las posibilidades y/o limitaciones de las palabras.