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Pocos dirían que Fernando Cuesta, un médico de familia en Asturias es tartamudo. Fernando es capaz de mantener una conversación fluida, en la que resulta difícil encontrar señales de su tartamudez, salvo para quien conozca su dificultad. Su caso no es peculiar. Como los corredores de fondo, ha logrado con el entrenamiento del lenguaje una seguridad al conversar que borda a diario con sus pacientes. Pero no siempre fue así. Sus equilibrios con la palabra han pasado por muchas fases. Primero tuvo que aceptarse, saber que su problema era tan digno como otros, y después buscar trucos para librar una batalla diaria con su dificultad. «El comunicarme a diario con la gente me ha dado un entrenamiento comunicativo que me permite hablar con fluidez, aunque sé que puede aparecer un bloqueo en cualquier momento y volver el tartamudeo sin previo aviso», cuenta.
Su consulta en el centro de salud nada tiene que ver con las disfunciones del lenguaje, pero, como otros médicos que sufren o viven de cerca esta dificultad, ha encontrado un hueco para ayudar a otros. Lo hace en Gatastur, un grupo de autoayuda, y en su propio «blog» en internet. En este «blog» uno de los temas que más interés ha despertado en los últimos meses es la aparición de un fármaco prometedor, que podría convertirse en un tratamiento eficaz contra la tartamudez.
En el nuevo medicamento («pagoclone») tienen puestas sus esperanzas muchos tartamudos. Aunque se sabe que no será ninguna panacea. Los resultados de los primeros ensayos son más que optimistas y ahora se necesita ponerlo a prueba con más voluntarios para saber si realmente es un medicamento seguro y eficaz. Si lo consigue se convertiría en el primer tratamiento médico aprobado específicamente contra la tartamudez.
Las esperanzas, en un fármaco
El fármaco no fue creado originalmente para tratar disfunciones del habla, sino contra la ansiedad y los ataques de pánico. Cuando se ensayaba, había un pequeño grupo de voluntarios que además eran tartamudos. Al tomar el medicamento, su tartamudez disminuyó de forma muy importante y fue la señal que el laboratorio necesitó para orientar sus ensayos clínicos a las personas tartamudas.
Los estudios realizados han demostrado que es un medicamento seguro y bien tolerado, un punto importante por tratarse de un fármaco que debería tomarse de forma continuada. En el estudio «Express», el 55% de los 132 pacientes mejoraron. «Sabemos que no curará, pero promete ser un tratamiento paliativo», dice el psiquiatra Gerard Maguire de la Universidad de California, uno de los impulsores del ensayo clínico.
El interés de Maguire en la tartamudez no es casual. Maguire como la mayoría de los que se dedican a investigar en este campo, también es tartamudo. El interés de investigadores y médicos afectados son una de las razones de que la tartamudez se afronte ahora desde un punto de vista médico. Y, probablemente, el motivo por el que ha pasado de ser considerado solo una cuestión emocional a un problema más complejo en el que conviven motivos personales, alteraciones neurológicas y genéticas. Ahora se investiga la tartamudez y se hace con modernas técnicas de imagen que escrutinan el cerebro, estudios de ADN y otras tecnologías avanzadas.
Cerebros diferentes
Las primeras pruebas de que el cerebro del tartamudo no es igual al de las personas que hablan con fluidez aparecen en 1996. Investigadores alemanes también demostraron hace cuatro años, con imágenes de resonancia magnética, que las personas tartamudas presentan «desconexiones» en una región del cerebro asociada con el lenguaje.
El psicólogo José Antonio García Higuera defiende el componente emocional. «Cada caso es diferente. Los factores genéticos existen, pero no en todos los casos, también los neurológicos y siempre hay un problema emocional. Por eso, los tratamientos de logopedia fallan tan a menudo, porque no tienen en cuenta ese componente emocional», explica García Higuera, experto en este campo y autor de un método para hablar con fluidez, sincronizando el habla con la respiración.
García Higuera apuesta por una teoría multifactorial para explicar esta dificultad. Según esta propuesta, en algunos casos se recibe por herencia una debilidad fisiológica que facilita el descontrol del aparato fonador, y que podría plasmarse en un funcionamiento diferente del cerebro o posiblemente en ambos. «Ese descontrol fisiológico aparece en situaciones de ansiedad. Si las dificultades para hablar se ven acompañadas de burlas durante su desarrollo, los bloqueos se harán más frecuentes y el simple temor a que aparezca, producirá el tartamudeo, causando un círculo vicioso que perpetúa el problema», explica.
Los expertos recomiendan estar alerta ante los problemas del lenguaje de los niños. Aunque sin angustiarse. En la mayoría de los casos, el tartamudeo comienza entre los 2 y los 6 años. La mayoría, dejan de arrastrar y repetir las sílabas, sin ninguna ayuda.
ABC.es
30/10/2006