Con una tasa de éxito del 2%, según datos de la patronal americana Phrma, el desarrollo de nuevos fármacos para la enfermedad de Alzheimer se caracteriza por ser un proceso caro, largo y complejo para las compañías farmacéuticas. "Se considera una enfermedad de alto riesgo por el número de fracasos, pero con un mercado potencial enorme de ganancia económica para las compañías. El anunciar que vas a invertir en Alzheimer provoca una subida en Bolsa", explica Raquel Sánchez-Valle, jefa del Servicio de Neurología del Hospital Clínic de Barcelona. La enfermedad de Alzheimer tiene una serie de peculiaridades que llevan a que la industria farmacéutica no termine de dar con la tecla para hacer llegar al mercado un fármaco que consiga detener la enfermedad. En primer lugar, la inversión que han realizado las farmacéuticas en este área terapéutica es mucho menor a la realizada en otros ámbitos, como el de las enfermedades oncológicas o el del VIH (virus de la inmunodeficiencia humana).
Bien se sabe que el tiempo medio para desarrollar un fármaco se caracteriza por ser un proceso largo, que puede llegar a prolongarse hasta diez años. Sin embargo, el desarrollo de fármacos para las enfermedades neurodegenerativas, donde se incluye el Alzheimer, puede alcanzar los 24 años. "Ahora se está necesitando un mínimo de 18 meses para fármacos que pretenden modificar la enfermedad, ya que, al ser una enfermedad lentamente progresiva, se considera que en menos de 18 meses no se puede ver un cambio en la evolución de la enfermedad", afirma la experta. Este largo proceso de desarrollo conduce a que el coste del desarrollo de estos fármacos sea mucho mayor en comparación con otras áreas terapéuticas.
Además de las dificultades mencionadas anteriormente, a nivel biológico también aparecen ciertas peculiaridades. En este orden de cosas, el primer problema que se encuentran las compañías que deciden apostar por este campo terapéutico es que las neuronas no se regeneran. Esta situación conduce a la necesidad de contar con tratamientos que sean lo suficientemente precoces para parar el proceso de la enfermedad. Sin salir de esta línea, la membrana que protege al cerebro también se suma a a la lista. En este sentido, esta barrera hace que los fármacos penetren peor y, por consiguiente, al no llegar al cerebro, muchos no pueden actuar. Según Sánchez-Valle, "si no llega la dosis adecuada al cerebro del paciente, el fármaco no va a conseguir tener ningún efecto clínico".
Economista
8/01/2023