Por Evelyn Vega Aguilera
El mutismo selectivo es una afección que impide la comunicación verbal. Al bailar niños y niñas encuentran otras maneras de expresarse, alternativas a la comunicación oral que permiten avances en este trastorno psicosocial.
En marzo de 2019, entre las niñas que se incorporaron a las clases que imparto junto a mi madre en la escuela de danza ISGA Ballet, de José C. Paz (Gran Buenos Aires), llegó Sol[1] para realizar ‘Iniciación a la Danza y Danza Jazz¡. Sus papás nos contaron que la niña de 5 años bailaba frecuentemente en su casa y que además, su psicóloga les había recomendado que realizara otra actividad que le despertara interés para explorar otros ámbitos de sociabilización.
La mamá nos explicó que Sol tiene mutismo selectivo y que por eso probablemente no hable en ninguna clase y que ni siquiera exprese que necesita ir al baño. Esta afección es un síntoma que se presenta por determinado período de tiempo y que puede ser provocado por trastornos de ansiedad: el niño no se expresa oralmente en determinadas situaciones, aunque tiene la habilidad para hacerlo. Puede tomar diferentes niveles de expresión y afectación social, por ejemplo, algunos niños disfrutan de jugar con amigos, mientras permanecen en silencio; otros desarrollan una comunicación alternativa a través de gestos y miradas y así establecen vínculos con otros pequeños; y en otros casos no participan de ninguna interacción social por sentirse incómodos.
Mariela Regatky[2], profesional de la salud mental, me explicó que hacer diagnósticos en la infancia es complejo, porque el aparato psíquico de los niños está en constitución, podría ser un momento de una etapa que luego se viese modificada. Pero por lo pronto, según la ficha de salud que completaron los papás para mi estudio de danza, la pequeña sufre de “Trastorno de ansiedad. Mutismo selectivo”.
Continué con mi investigación donde encontré que el mutismo es más común en niñas que en niños. Resulta ser un caso raro que afecta a uno de cada mil y suele hacerse visible cuando el pequeño ingresa a la escuela, según el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales DSM-IV y DSM-V.
Este síntoma se presentó así en el caso de Sol, pues según expresaron sus padres, no se manifestaba oralmente en el jardín, pero sí en su casa. Su incorporación a las clases de danza sería un gran desafío para nosotras, sobre todo el de poder establecer ese vínculo de confianza para impedir que aparezcan la inhibición y timidez extremas típicas de este síntoma.
Antes de comenzar la primera clase la mamá de Sol manifestó: “No creo que se quede, ella es muy tímida”. Pero Sol se quedó. Su cuerpito estaba rígido, tenía miedo de inclinar su cabeza y de realizar ejercicios en el suelo. Sin embargo, la clase se desarrolló sin grandes inconvenientes
Con el paso de las clases y la utilización de ejercicios que implican el juego, la pequeña se fue relajando y comenzó a manifestar risas y gestos.
Sol no hablaba, pero tomaba de la mano a una de sus compañeras y entraba al salón a practicar las secuencias antes de que comenzara la clase. No hablaba, pero su cuerpo decía lo muy feliz que estaba sentada al lado de las otras nenas en el descanso, escuchaba con atención lo que contaban y se reía con los chistes.
Con el correr de los meses se acercaba la primera presentación del grupo en el teatro, en el marco de un evento de danza al cual la compañía había sido invitada a asistir. Todas las nenas querían bailar, inclusive Sol demostraba felicidad cuando se hablaba del tema.
La mamá de la pequeña bailarina decía: “Sol nos muestra todos los días las coreografías, a nosotros, a sus abuelos, a todos”. Pero como Solcito no había participado en ningún acto escolar, sus papás tenían miedo de que no pudiera hacerlo. En cambio, mi mamá (una de sus profesoras) estaba tranquila: “Ella va a bailar, quédense tranquilos, porque ella quiere hacerlo y sabe la coreografía, confiemos en ella”. La mamá de Sol respondió: “Me dice que ella va a bailar porque sus compañeras y las seños la van a cuidar”.
En los ensayos charlábamos de cómo sería la experiencia de subir a un escenario. El último ensayo tuvo mezcla de ansiedad y emoción: la mayoría de las nenas iban a bailar por primera vez. Sacamos una foto y las bailarinas del grupo infantil comenzaban a prepararse para irse.
Mi mamá ayudó a Sol a ponerse sus zapatillas porque le resultaba difícil hacerlo sola.
– “¡Que lindas estas zapatillas Sol!”, dijo la profesora.
– “Me las compró mi mamá, estoy emocionada”, dijo Sol.
No hubo momento más especial que ése.
Sol le hablaba por primera vez a alguien de danza y, como si fuese poco, con total espontaneidad expresaba su felicidad por ir al teatro. Eran frases inesperadas que nacieron en un momento insólito pero que demostraban confianza, y Sol le ganaba un round al mutismo.
– “Son realmente muy bonitas. Qué bueno que estás contenta de bailar en el teatro, ya falta poquito”, agregó su profesora. Sol asintió con la cabeza y esbozó una gran sonrisa.
El arte juega un papel muy importante para que los niños puedan expresar sus sentimientos, deseos o miedos con lenguajes diferentes a los que se estudian en la escuela convencional, con sus estándares y normalización (expresión oral o escrita: todos los niños y niñas deben leer en voz alta y pasar al pizarrón). Muchas veces los estudios de danza ocupan ese vacío en ese ‘otro’ lenguaje. Se sabe que no todos los chicos son iguales, que cada uno se expresa de una forma diferente, y eso permite que cada uno tenga una luz propia.
Llegó el día de la presentación en el teatro. Los bailarines en camarines, los padres de Sol con la incertidumbre de cómo se encontraría ella. Las luces se apagaron y las bailarinas se ubicaron en el escenario. Las luces se encendieron al igual que las sonrisas en cada uno de los rostros de las nenas. Solcito bailó toda la coreografía sin mirar a sus compañeras con total autonomía y seguridad, realizó cada una de las indicaciones que le habíamos señalado.
La vimos feliz. Desde las bambalinas, admito que se escaparon un par de lágrimas porque se había logrado mucho en muy poco tiempo. Era un logro colectivo, la familia de una nena de 5 años, su psicóloga, nosotras sus profesoras y sus compañeras de danza, inconscientemente. Todos aportamos para que Sol pudiera expresarse y socializar en cada clase con un grupo de niñas que también eran como ella, en un lugar donde no se sentía distinta. Allí no necesitaba hablar para ser parte, porque su cuerpo hablaba por sí solo y se anotaba otro round más a su favor.
Al día siguiente de la presentación, se realizó la entrega de medallas en el estudio. Todas estaban felices. Sol se fue a su casa con su medalla de la presentación puesta alrededor del cuello. A las diez de la noche nos llegó una imagen enviada por su mamá: la pequeña bailarina se había ido a dormir con la medalla puesta.
Había muchos motivos para seguir soñando.
Hoy en día, Sol sigue danzando y desafiando al mutismo y espera con ansias la próxima presentación en el escenario. A pesar de la pandemia, las clases con tapabocas o por las pantallas, el maravilloso oficio del docente de danza, me sigue permitiendo disfrutar de su niñez y su avance. Las pequeñas hermosas cosas de la vida que me hacen más feliz.
[1] Se utilizó un nombre ficticio para resguardar la identidad de la menor
[2] Magister en Psicología Educacional, Docente facultad de Psicología (UBA). Directora del Equipo de Desarrollo Estudiantil. Secretaría Académica (UNGS). Ha publicado numerosos artículos en revistas científicas y de difusión.
El título de este artículo corresponde a una frase adjudicada a Martha Graham, pionera de la danza moderna
balletindance
20/05/2021