Existen casos en los que niños pueden sufrir una pérdida del lenguaje que ya se había adquirido hasta ese momento, lo que se conoce como afasia infantil. Investigadores de la Universidad de Málaga de la Unidad de Neurología Cognitiva y Afasia (UNCA) han logrado revertir estos efectos en un caso de afasia infantil, consiguiendo que la niña alcanzara los niveles de comunicación propios de su edad.
«Hablamos de afasia infantil cuando se produce la pérdida de alguna capacidad lingüística como consecuencia de un daño cerebral. La que queda afectada con más frecuencia es la de producción, pero también pueden darse problemas de comprensión auditiva y las alteraciones para denominar, que están siempre presentes. Generalmente, el límite de edad para confirmar el diagnóstico se ha establecido en los dos años y medio, más o menos», indicó la neuropsicóloga y profesora de la UMA Guadalupe Dávila.
Existen múltiples motivos por los que esto puede ocurrir como, por ejemplo, ictus, tumores o infecciones cerebrales. Pero la causa más habitual en la infancia es el traumatismo craneoencefálico, con daño del tejido cerebral. «Estudiar la afasia infantil es complejo. Son muchos menos casos que en la población adulta y se es más cauto, muchas veces los padres no están tan dispuestos a que un niño reciba fármacos», aclaró la investigadora post-doctoral y neuropsicóloga María José Torres-Prioris.
En muchos casos, estos niños no son llevados a terapia debido a que se considera que ellos mismos van a poder compensar ese déficit de forma espontánea o que lo harán con ayuda de un profesor de apoyo en su colegio. Pero estos no cuentan con el suficiente conocimiento neurocientífico o este no se aplica. «Lo que se está implementando en los colegios es intentar dar algún tipo de entrenamiento compensatorio en lugar de intentar recuperar al máximo la función perdida. El tema es que la afasia infantil, generalmente, no se aborda desde la neuropsicología como lo estamos haciendo en nuestro grupo de investigación», afirmó Guadalupe Dávila.
Sin embargo, el estudio ha demostrado que el cerebro de un niño y su plasticidad, es decir, la capacidad de cambio del cerebro, espontánea o inducida por tratamientos específicos, que nos permite aprender, la cual es mayor durante la infancia les permite mejorar y recuperar las capacidades de forma más rápida que en la edad adulta.
«Hay un periodo que es un poco más crítico y que el cerebro es mucho más maleable y responde mucho mejor a distintos tipos de investigaciones terapéuticas. Por eso es mucho más fácil aprender a tocar cualquier instrumento o aprender idiomas mientras más pequeños somos. Entonces claro, un daño cerebral a esta edad, por un lado, tiene el inconveniente de que puede afectar a un cerebro que no está del todo maduro y puede afectar al patrón de desarrollo. Pero, por otro lado, también es más reactivo al ambiente, a la terapia, a los tratamientos que se le proporcionen y puede mostrar más signos de plasticidad y de compensación de ese daño que ha sufrido. En resumen, puede dar mejores resultados», explicó la investigadora post-doctoral y neuropsicóloga Diana López-Barroso.
«A un nivel más global esta es la razón por la que son importantes este tipo de estudios. Dentro de la investigación acerca de la afasia adulta hay muchísimos datos, pero no es el caso de la infantil. Esta tiene que ser un campo de estudio propio porque no se pueden extrapolar directamente los resultados de investigación de la afasia adulta a la infantil», recalcó María José Torres-Prioris.
Tratamiento
Este proyecto destaca entre los del equipo ya que está dirigido a la población infantil. La niña, la cual se expuso al tratamiento, tenía nueve años y había sufrido un traumatismo craneoencefálico debido a un accidente de tráfico y su capacidad lingüística estaba bastante afectada, principalmente, la denominación de objetos y seres vivos. Sus padres consideraban que no recibía la suficiente ayuda para la recuperación de sus capacidades, por lo que se pusieron en contacto con los investigadores. «Ellos conocían de nuestros trabajos en adultos y, entonces, decidimos poner en marcha lo que nosotros ya sabíamos que funcionaba, pero adaptándolo a este caso concreto por la edad y sintomatología que presentaba», planteó Guadalupe Dávila.
«Nosotros adoptamos un enfoque científico, en el que se controlaban las variables lingüísticas y otras funciones cognitivas para poder analizar adecuadamente los resultados», comentó Diana López-Barroso. El tratamiento comienza con una evaluación exhaustiva previa para estudiar tanto el lenguaje como otras capacidades cognitivas que afectan directamente al mismo, como pueden ser la concentración, la capacidad de atención o la memorización, entre otras. «También se realizó una resonancia magnética que nos permitió identificar qué regiones cerebrales estaban dañadas», relató López-Barroso.
Tras el estudio se aplica el tratamiento, que, por lo general, combina una parte de fármacos con otra de terapia intensiva de la denominación. En este caso, solo se aplicó un fármaco, el Donepezillo; que, habitualmente, es empleado para tratar otros trastornos como la enfermedad del Alzhéimer. Y después, este medicamento se combinó con una terapia intensiva durante varias semanas.
«Pudimos analizar primero el efecto del fármaco solo y, luego, examinar cómo se potenció su acción al incluir la rehabilitación intensiva. Está demostrado a nivel neurocientífico que, muchas veces, la acción de los neurotransmisores, las moléculas que tenemos en el cerebro, sobre las que actúan los fármacos es dependiente de lo que está haciendo el cerebro en ese momento. Al aplicar el fármaco y la rehabilitación de forma simultánea se producen efectos y cambios en el cerebro, que no se producen por sí solos cuando se administra solo una de las dos opciones», detalló Guadalupe Dávila. Cuando finaliza el tratamiento se realiza de nuevo un análisis, que en ocasiones se repite incluso varias veces, para poder ver los cambios y la evolución y poder analizar a que se deben.
Resultados
«Durante el tratamiento hemos comprobado que el fármaco produce mejoras en la denominación, la mayor alteración que presentaba la paciente, pero también se observaron beneficios en otros aspectos del lenguaje que estaban menos afectados, como, por ejemplo, la comprensión auditiva y la fluidez en el lenguaje espontáneo. También mejoraron la atención y las funciones ejecutivas, es decir, la capacidad que tenemos para procesar en un momento dado la información de forma adecuada para que el pensamiento sea fluido y coherente y para ajustar el pensamiento al contexto», indicó Guadalupe Dávila.
Las mejoras en las capacidades comunicativas de la niña llegaron a los niveles similares a los obtenidos en un grupo control, que está formado por niños sanos, de su misma edad y niveles cognitivos. Estos resultados en la paciente se mantuvieron después de retirar ambos tratamientos, lo cual demostró que se habían producido cambios cerebrales estructurales duraderos. «Se había producido una reestructuración en el cerebro que permanecía en el tiempo», resumió Dávila.
Los siguientes pasos en la investigación serían la ampliación a muestras de pacientes con distintas etilogías, ya que este es un caso de traumatismo craneoencefálico, pero existen otros niños que sufren afasia por ictus con distinto nivel de afectación. «Este es un caso que está muy dirigido al déficit de la niña. Por lo que se necesitaría replicar estos resultados en una muestra mayor con distintas terapias del lenguaje, algunas más globales que no solo traten la denominación, sino que también ejerciten la producción del habla o comprensión. Pero eso se tendría que definir en función del perfil de pacientes de niños que tengamos», finalizó María José Torres-Prioris.
Diario Sur
22/02/2021