El estudio se ha centrado en la plasticidad funcional que experimenta este órgano al aprender a leer en una edad avanzada
Investigadores internacionales procedentes de España, Francia, Bélgica y Brasil, entre los que se encuentra la científica de Unidad de Neurología Cognitiva y Afasia de la UMA Diana López-Barroso, han llevado a cabo un estudio que demuestra que la ocupación de una región del cerebro centrada en el reconocimiento de la letra escrita, que han denominado como Área Visual de la Forma de la Palabra, se sincroniza cuando una persona aprende a leer con la actividad de un circuito cerebral asociado al proceso lingüístico de un adulto o niño. Es decir, esto supone que el grupo de científicos determina la existencia de la plasticidad del cerebro, capaz de cambiar sin importar la edad del sujeto, como consecuencia del proceso de alfabetización.
La investigación, publicada recientemente en la revista científica 'Neurolmage', tenía como objeto de estudio explorar el efecto de la alfabetización en las personas. «A la hora de estudiar los efectos, intentamos ver si los cambios observados estaban asociados al momento de adquisición, es decir, si se aprendió de niño o de adultos, o más bien, a la eficiencia lectora», explica Diana López-Barroso.
Para llevar a cabo la indagación sobre este tema, se han estudiado a tres grupos de personas, todas adultas con una media de 40 años, que se diferencian por su nivel de alfabetización. Analfabetos, que no sabían ni leer ni escribir, que por sus circunstancias sociales y económicas no han tenido acceso a una educación; otro grupo que se sometieron a un curso de alfabetización siendo ya adultos; y por último, otro con personas que aprendieron a leer y escribir de niños. A todos ellos se les entregó un listado de palabras que tenían que leer en un minuto. El resultado fue la división en lectores eficientes que leían muchas palabras, lectores con dificultad que no leían tantas palabras y analfabetos que no leían.
Actividad cerebral
Estos sujetos también fueron sometidos a una resonancia magnética funcional, que se trata de una técnica de neuroimagen muy utilizada en investigación clínica, psicología y neurociencia. Con esta prueba se pretendía obtener información de la actividad cerebral y de cuáles eran las regiones que estaban activas en ese momento determinado. «Gracias a esta técnica pudimos ver si había cambios y cómo las distintas regiones cerebrales estaban conectadas entre sí a raíz de la alfabetización a la que se estaban viendo sometidos», comenta la investigadora de la Universidad de Málaga.
Este estudio forma parte de una investigación más grande que lleva desde hace más de 20 años fijándose en los cambios cerebrales y cognitivos asociados a lectura, de donde se han extraído los datos. Además, la científica de la Unidad de Neurología Cognitiva y Afasia de la UMA ya había estado analizando a fondo mecanismos cerebrales asociados con el aprendizaje del lenguaje lo que le hizo decantarse por esta rama de la especialidad neuronal y cognitiva. López-Barroso explica que «le interesa la parte visual del aprendizaje que sería la lectura» y señala que «al fin y al cabo aprender a leer es acceder al lenguaje de forma visual, es decir, aprendemos a decodificar una imagen visual, en este caso las letras, para poder acceder al significado asociado».
«Muchos niños que estaban aprendiendo a leer y a escribir se han visto obligados a parar esta enseñanza o a ralentizarla como consecuencia de todos los problemas acontecidos en la educación durante los meses de confinamiento. Más allá de eso, cuando lo retomen desde casa con los padres u online, no tiene porqué afectar. En nuestro estudio se demuestra que la gente, que ha aprendido a leer de adultos y han practicado lo suficiente, consiguen leer con eficiencia y a nivel cerebral vemos que su regiones están conectadas igual que las de una persona que ha aprendido desde pequeño, siempre que se iguale por competencia lectora», opina Diana López-Barroso sobre los pequeños que han visto afectada su educación por el confinamiento a raíz de la pandemia del Covid-19. Es decir, dos personas que han aprendido a leer en diferentes momentos de su vida a nivel cerebral se comportan de la misma forma.
Sin acceso a la escuela
Aún a día de hoy, hay personas que por las circunstancias sociales y económicas que han sufrido a lo largo de su vida no han tenido acceso a la escuela y a una educación básica. Respecto a ellos, la investigadora de la UMA explica que «es común que personas en edad adulta consideren que aprender cosas nuevas está fuera de sus posibilidades, pero eso lo asocio a la pereza porque el cerebro siempre reacciona positivamente a la estimulación y al entrenamiento».
Además, aprovecha la ocasión para animar a cualquiera que quiera hacerlo sin tener en cuenta su edad: «Animo a cualquier persona de cualquier edad a aprender a leer porque, además, la lectura es algo que refuerza mucho a una persona y ofrece muchas posibilidades».
Este trabajo abre una puerta de forma indirecta a personas que sufran secuelas por daños cerebrales, ya que los resultados obtenidos demuestran que el cerebro es un órgano plástico capaz de modificarse. Esta capacidad viene dada del entrenamiento y la estimulación a la que se tiene que ver sometido. «Vemos que el cerebro cambia en regiones que antes se dedicaban a una función determinada, es decir, son capaces de reciclarse, adaptarse y conseguir que seamos capaces de adquirir una función», señala la experta. Esta información obtenida sugiere que después de una lesión cerebral en edad adulta, el cerebro sigue siendo capaz de aprender y puede utilizar el resto del órgano no dañado. Esto se consigue con un entrenamiento o terapia y así permite aprender de nuevo funciones como la lectura.
Con la mirada puesta en el futuro, trabajan ahora con personas con daño cerebral que afecte al lenguaje oral. En concreto, pacientes que han sufrido un ictus cerebral y como consecuencia presentan afasia, un trastorno para producir lenguaje y que frecuentemente muestran inconvenientes en la lectura.
En estos estudios, evalúan a los sujetos en muchas dimensiones del lenguaje y en lectura mediante la intervención en distintas fases para contemplar si por ejemplo la lectura va mejorando en respuesta a los tratamientos. «Lo que estamos intentando ver es si determinadas intervenciones de rehabilitación pueden mejorar la lectura de estas personas, y si esta mejoría va asociada a cambios en regiones cercanas que normalmente se ocupan de la lectura o si, por el contrario, se requiere de la participación del otro hemisferio», explica Diana López-Barroso.
Sin embargo, insiste en que todo depende de cada persona y que, aunque sea verdad que se puede aprender todo tipo de proceso a lo largo de la vida, influyen otros factores. «Como en todos los ámbitos depende de cada persona y de factores como la genética, el nivel de daño cerebral, etc. Cada persona aprende de un modo diferente y se recupera a un ritmo distinto», concluye.
Diario Sur
23/11/2020