Una de cada 17 personas a lo largo de su vida padecerá disfagia, o lo que es lo mismo, problemas a la hora de tragar un alimento (que puede también ser líquido, o incluso saliva), según datos de la Organización Mundial de Gastroenterología. Además, y según precisa la Fundación para la Investigación en Gastroenterología (FUREGA), la incidencia de este trastorno está creciendo y afecta al 25% de la población mayor de 70 años, y a entre unos 30 y 40 millones de europeos.
«Podemos definir la ‘disfagia’ como la dificultad para la deglución o, de una forma más coloquial, como problemas para el paso de los alimentos desde la boca hasta el estómago. Dentro de la disfagia, además, hay niveles. Puede ir desde grados muy leves hasta formas muy severas, en las que incluso no se pueda deglutir absolutamente nada, que es lo que se conoce como ‘afagia», explica la Fundación Española de Aparato Digestivo (FEAD).
Esta dificultad para la deglución, según advierte la Dra. María Benavides, especialista en Otorrinolaringología y miembro de la Unidad de Disfagia de la Fundación Jiménez Díaz de Madrid, puede dar lugar a la aparición de problemas de deshidratación, al no poder ingerir los líquidos de forma adecuada, así como a una pérdida de peso, y a problemas de desnutrición.
También puede tener como consecuencia complicaciones pulmonares como las infecciones respiratorias, tales como, por ejemplo, neumonías de repetición, consecuencia de las llamadas «aspiraciones», es decir, del paso de alimento a la vía aérea.
Además, la disfagia puede presentarse como una dificultad para iniciar la deglución, o lo que ocurre con mayor frecuencia, como una sensación de parada del alimento en algún lugar del cuello o la región anterior del tórax, es decir, en cualquier tramo desde la garganta hasta la entrada en el estómago. Esto puede provocar la aparición de dolor e incluso náuseas y vómitos o la presencia de regurgitación, que el alimento vuelva a la boca, o la necesidad de disminuir la cantidad total que la persona come, lo que conlleva en ocasiones problemas de desnutrición.
Sobre sus causas, éstas dependen del tipo de disfagia, siendo diversas las etiologías. Las causas más frecuentes son debidas al padecimiento de enfermedades neurológicas, bien agudas como el ictus, o degenerativas como las demencias, el parkinson, la esclerosis lateral amiotrófica… Además, también pueden producir disfagia los tumores intraesofágicos, de mediastino, de laringe o de tiroides, por ejemplo; o bien infecciones como la candidiasis esofágica, o patologías de la musculatura esofágica.
En cuanto empiezan a notarse los primeros síntomas, la miembro de la Unidad de Disfagia de la Fundación Jiménez Díaz de Madrid subraya que son los profesionales de Atención Primaria la puerta de entrada al abordaje, así como los que garantizan la continuidad asistencial del proceso.
El diagnóstico de disfagia comienza con una correcta historia clínica al paciente, dirigida a definir las posibles causas y la localización de la afectación. «Es por ello por lo que resulta muy importante definir en qué momento se produce la dificultad para la deglución, si es continua o intermitente, y si se han asociado síntomas acompañantes como pérdida de peso, dolor, fiebre, si existe tos durante la ingesta o se han producido infecciones pulmonares, por ejemplo», remarcan los especialistas relacionados con la disfagia, al mismo tiempo que aseguran que las pruebas complementarias permiten alcanzar un diagnóstico definitivo (pruebas endoscópicas, radiológicas y funcionales).
El tratamiento hospitalario
Para tratar a estos pacientes a nivel hospitalario, la Fundación Jiménez Díazcuenta con una Unidad de Disfagia formada por otorrinolaringólogos, rehabilitadores, logopedas, endocrinos y personal de Enfermería. «En ella, y desde el Servicio de Endocrinología se realiza una valoración del estado nutricional del paciente y se dan indicaciones para la adaptación de su dieta», afirma la Dra. Carmen Aragón, especialista de dicho servicio en el hospital, señalando que «en aquellos casos en los que no es posible la alimentación por vía oral, se indica la colación de una sonda en el tubo digestivo a través de la que se administra nutrición.»
A juicio de esta experta, y en el caso de que la nutrición enteral (artificial) sea necesaria en el domicilio, tanto el paciente como sus cuidadores deben recibir educación para el manejo de ésta. «Puede constatarse que el tratamiento es adecuado cuando el paciente recupera y/o mantiene peso, mejora su masa muscular, y los parámetros proteicos en la analítica se encuentran dentro de la normalidad», constata la endocrinóloga.
Tras el alta hospitalaria, el paciente debe continuar en el domicilio con la dieta pautada en el hospital, y con la adaptación de líquidos, así como con las recomendaciones posturales y ambientales pautadas. «Aquí es fundamental que el equipo de Atención Primaria esté al corriente del problema que tiene el paciente, conozca la pauta y vigile de cerca las posibles complicaciones que puedan acontecer en el tiempo», indica por su parte la Doctora Cutillas, especialista en Rehabilitación del centro y también miembro de su Unidad de Disfagia.
El papel de la rehabilitación
Finalmente, la rehabilitación, mediante tratamientos en Logopedia, puede ser clave a la hora de que el paciente recupere la calidad de vida perdida y ésta, según subraya la Dra. Cutillas, especialista de este servicio en la Fundación Jiménez Díaz, debe ser individualizada y adaptada al déficit del paciente, con el objetivo de ayudarles a mejorar la función de tragar, normalizando en lo posible la dieta y el entorno en el que se realiza.
Es muy importante el trabajo del logopeda en el entrenamiento de la movilidad, tono, recorrido muscular y sensibilidad de todos los órganos implicados, así como la implicación del paciente y de la familia para obtener los mejores resultados, añade por su parte Cristina García, logopeda del mismo servicio.
«El objetivo es disminuir el riesgo de complicaciones de la disfagia: neumonía broncoaspirativa, desnutrición y deshidratación», advierte la rehabilitadora. Los pacientes son instruidos en reconocer los signos de alerta, como la tos y el carraspeo durante la comida, los atragantamientos o las infecciones respiratorias de repetición, así como en monitorizar su peso y su estado de hidratación. Además, se valora cómo el paciente y su entorno se relaciona con la comida, aconsejándoles en este sentido para disminuir el desinterés por esta y el aislamiento que pueden producir las modificaciones en la dieta
La Dra. Carmen Mateos, rehabilitadora de la Fundación Jiménez Díaz, llama la atención sobre el hecho de que, si bien la incidencia de esta enfermedad es mayor a medida que avanza la edad de las personas, no sólo es un problema que tenga lugar en las personas de edad más avanzada, sino que también puede ocurrir en niños. En concreto, según cita la experta, suele afectar a niños con enfermedades neurológicas, entre otro tipo de patologías, y requiere de un abordaje específico y distinto a los procedimientos empleados en el adulto. En concreto es necesario presenciar una comida completa, en la que se recree en consulta una situación lo más similar posible a la que ocurre en el domicilio, utilizando sus alimentos y utensilios habituales, y observando la técnica de alimentación empleada por los padres o cuidadores.
La disfagia, por tanto, es un problema aún muy desconocido para la sociedad e incluso en el entorno sanitario, pero de gran trascendencia y con complicaciones potencialmente muy graves, en el que la clave radica en su detección precoz, tratamiento y seguimiento adecuados.
ABC
1/02/2020