La OMS alerta de que 1.000 millones de jóvenes tienen riesgo de sufrir pérdidas de audición por escuchar música muy alta. 43 millones de personas de entre 12 y 35 años ya tienen daños.
Tumbarse al sol y escuchar música con los auriculares durante un día de piscina o playa; acudir a los conciertos de los festivales que cada año amenizan el verano, bailar hasta altas horas de la noche en las discotecas... Son actividades lúdicas que no parecen implicar un riesgo para la salud, en concreto la auditiva, pero pueden llegar ser peligrosas si no se toman las precauciones adecuadas. Porque, según alertan los especialistas, la exposición prolongada a sonidos o ruidos elevados genera pérdidas de audición irreversibles, sobre todo en los jóvenes, que son los que más están expuestos y los más temerarios a la hora de escuchar música a volúmenes muy altos.
No es raro ver en las consultas de Otorrinolaringología a pacientes que no cumplen los 30 con pérdidas auditivas propias de la población mayor. Josefa Donderis Sala, especialista en Otorrinolaringología y Patología Cérvico-Facial del Hospital de Denia-Marina Salud, de Alicante, asegura que en los dos últimos «ha crecido exponencialmente el número de adolescentes que acuden traídos por sus padres por este problema».
Por sus manos ha pasado un estudiante de 17 años «que nunca había estado expuesto a un sonido agudo o continuado hasta que llegaron los dispositivos electrónicos a su rutina diaria». Según relata, se trata de un caso claro de pérdida de audición asociada a una inadecuada utilización de los reproductores de música. «Al uso de los auriculares de su móvil y de la tableta se sumaban cada día unas dos horas de exposición a un ruido por encima de los umbrales aceptables. La familia empezó a notar que, constantemente, preguntaba '¿qué?' cada vez que un interlocutor se dirigía a él y, además, tenía que aumentar el volumen habitual de su televisión».
En este caso, tras realizar una exploración completa, centrada en el estudio de la membrana del tímpano para descartar otras anomalías -perforación, tapones de cerumen, acumulación de moco en el oído medio...-, le practicó una audiometría tonal y comprobó que el joven tenía una hipoacusia (pérdida auditiva) moderada en frecuencias agudas. «La peculiaridad de esta hipoacusia por exposición continuada a ruido es que dificulta la inteligibilidad de la palabra hablada», concreta.
Este adolescente tuvo la suerte de no necesitar audífonos, pero sí tuvo que cambiar sus rutinas, algo que no siempre es fácil, sobre todo si se trata de usar menos el móvil: «Le recomendé reducir el tiempo de exposición a reproductores de música personal, incluido el móvil, y bajar el volumen».
El ejemplo de este adolescente es uno de muchos. De hecho, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha alertado de que más de 1.000 millones de jóvenes en el mundo están en riesgo de sufrir pérdidas de audición por estar expuestos a prácticas nocivas para la salud auditiva, como escuchar música a volúmenes muy altos o frecuentar lugares con altos niveles de ruido. Y pone el foco en los 43 millones de personas de entre 12 y 35 años que ya padecen pérdidas de audición incapacitantes por esta exposición en países desarrollados.
María José Lavilla, presidenta de la Comisión de Audiología de la Sociedad Española de Otorrinolaringología y Cirugía de Cabeza y Cuello (Seorl-CCC), destaca que escuchar música con auriculares a volúmenes excesivamente elevados está condicionando que la pérdida auditiva aparezca a edades cada vez más tempranas. «Estamos viendo que a los 40 años se están manifestando trastornos típicos de personas de 60, con lo que esto conlleva, ya que pueden ser futuros sordos prematuros», afirma.
Para María Luisa Mompó, pediatra en el Hospital Quirónsalud Valencia, queda mucho por hacer en educación sanitaria: «Hay que concienciar a la población de que la audición es tan importante como la vista y que deben proteger sus oídos contra aquello que se considere potencialmente peligroso», argumenta.
Con el objetivo de no llegar a estas situaciones, la Seorl-CCC recomienda que si hay una exposición a 100 decibelios (dB) no se debería hacer por más de un cuarto de hora al día para evitar daño, y si se hace a 110, no más de un minuto. Además, el ruido llega al umbral del dolor cuando se superan los 125 dB y puede ser insoportable a los 140. «Asimismo, hay que evitar la exposición a sonidos de corta duración y alta intensidad, como los generados por maquinaria, petardos, tráfico urbano (claxon de un coche, por ejemplo) o algunos electrodomésticos», añade Donderis.
El Mundo
11/08/2019