!-- Google tag (gtag.js) -->
Guillermo Mejías, el primer y único caso de tartamudez publicado en la literatura científica internacional que se ha tratado con estimulación magnética transcraneal.
"Sabes perfectamente lo que quieres decir, pero no puedes hacerlo". A veces, porque el sonido de la -S se prolonga más de lo esperado y otras, porque una letra o una sílaba se interponen sin querer, impidiendo que la palabra se pronuncie del tirón. Es entonces cuando los milisegundos se eternizan, los labios tiemblan, la frecuencia cardiaca se acelera y la vergüenza se dispara. "Un círculo vicioso. Te pones nervioso y el bloqueo tiende a empeorar", explica Guillermo Mejías, el primer y único caso de tartamudez publicado en la literatura científica internacional que se ha tratado con estimulación magnética transcraneal.
"El primer día que vi a Guillermo se quedaba bloqueado casi continuamente, sin poder producir la palabra que quería. Ahora no le ocurre. Tiene algún momento en la verbalización que se prolonga, pero nada que ver con lo anterior", apunta Julio Prieto Montalvo, jefe de servicio de Neurofisiología del Hospital Universitario Gregorio Marañón de Madrid y artífice de la terapia que le ha cambiado la vida a Guillermo. Los resultados de su trabajo, difundidos en la revista Brain Stimulation, muestran una significativa y revolucionaria mejoría en la fluidez del habla. "En las cinco primeras sesiones observamos una recuperación del 36%".
Todo un logro para alguien que eligió estudiar Bioquímica porque, aparte de gustarle, pensaba que "no había que hablar demasiado en un entorno de investigación y laboratorio". Sin embargo, tras someterse a la estimulación magnética transcraneal, ha pasado de evitar conversaciones a atreverse con un cortometraje. "Lo he hecho para mi tesis sobre la neurofisiología de la tartamudez y posibles alternativas. Antes, con mis dificultades, no me habría lanzado nunca. Me sentía incapaz, pero ahora sí que puedo. La diferencia es considerable".
BARRERAS QUE SE CONVIERTEN EN OPORTUNIDADES
De hecho, de él nació la idea de aplicar esta terapia de neuromodulación a la disfemia, el nombre científico de la tartamudez, y por eso, como investigador en el Hospital Clínico de Madrid, cofirma el artículo de la revista científica. "Salió publicado un trabajo que utilizaba la estimulación con corriente directa en 30 personas afectadas y funcionaba", argumenta Guillermo. A raíz de este estudio, "pensé que quizás con la estimulación magnética transcraneal, que es más efectiva, se podrían obtener mejores resultados".
Con esta inquietud y consciente de la escasa bibliografía científica que hay sobre la disfemia, Guillermo se puso en marcha. Primero, analizó "las diferencias entre personas con y sin tartamudez a nivel de excitabilidad cortical, de las zonas afectadas del cerebro" y después, comenzó su búsqueda de un especialista que tuviera "una trayectoria reseñable es este tratamiento".
Julio Prieto Montalvo era la persona que respondía a dicha descripción. "El Gregorio Marañón fue el primer hospital público que incorporó un estimulador magnético en España. Yo casi nací con él porque cuando empecé a hacer la residencia era cuando se comenzaba a usar, hace unos 30 años".
Desde entonces, tal y como explica el neurofisiólogo, se utiliza de forma rutinaria en diagnóstico para valorar alteraciones de la vía motora, ya sea a nivel cerebral o de médula espinal; y en los últimos años, "se ha introducido en otras patologías como la depresión crónica persistente (cuando los afectados no responden a los fármacos), el dolor neuropático o la neurorehabilitación de secuelas del ictus. También se ha utilizado en "trastornos compulsivos, fibromialgia y esquizofrenia".
Julio se confiesa un apasionado de la estimulación magnética. "Creo que tenemos una herramienta en nuestras manos que no podemos dejar pasar. Por eso, cuando Guillermo se puso en contacto conmigo, vi una oportunidad para intentar un nuevo abordaje en algo en lo que prácticamente no hay tratamiento y que podría ayudar a mucha gente".
En palabras de Ignacio Málaga, presidente de la Sociedad Española de Neurología Pediátrica (SENEP), "alrededor de un 5% de los niños entre dos y cinco años presenta disfluencias en algún momento, pero el 80% remite de forma espontánea". Es decir, de cada cinco pequeños afectados, en uno de ellos, la tartamudez se cronifica, lo que supone el 1% de la población adulta.
Una vez lo identifica el pediatra, "somos los neuropediatras quienes debemos descartar como causa posibles lesiones neurológicas", aclara Ignacio Málaga. A partir de ahí, si el niño está sano, las opciones se reducen a la logopedia, foniatría y, en ocasiones, se acompañan con la necesidad de un psicólogo. "Puede generar vergüenza, rechazo, timidez... Las dificultades en la fluidez verbal se asocian con problemas de autoestima y relaciones sociales", expone el especialista de la SENEP.
Muestra de ello, Guillermo, cuyos 30 años de vida han estado "muy limitados. No objetivamente, sino subjetivamente". Como él mismo explica, "la tartamudez siempre se ha asociado a una persona insegura, nerviosa, inferior... Estamos estigmatizados. Para pedir en un restaurante, para buscar trabajo o hablar con alguien que te gusta... Te condiciona la existencia. Esto en la adolescencia a veces causa una introversión muy fuerte. Conozco a gente que se ha recluido completamente, con depresión. Van destruyéndose y cada vez se anulan más y más".
Por su experiencia en consulta, el neurofisiólogo constata los problemas psiquiátricos que a veces ocasionan las dificultades de comunicación y le sorprende que haya "tan poca bibliografía en la tartamudez, cuando afecta a mucha parte de la población y es tan incapacitante".
Para empezar, las causas que generan la alteración de las áreas implicadas en el lenguaje continúan siendo un interrogante. Se sabe que existe un componente genético, pero éste no explica todos los casos. "Según algunos estudios realizados en gemelos, si uno tiene tartamudez, el otro tiene un 70% de probabilidades de tenerlo también", afirma el neuropediatra.
Conocer los mecanismos desencadenantes ayudaría a abrir las puertas de nuevos métodos terapéuticos, coinciden Mejías y Prieto.
Con este fin, al conocerse, ambos comenzaron a trabajar juntos para examinar las posibilidades de la estimulación magnética transcraneal en la disfemia. Se trata de un abordaje "indoloro, no invasivo y sin riesgo que permite estimular con bastante precisión áreas de la corteza cerebral", relata Prieto Montalvo. Consiste en la emisión de pulsos magnéticos repetitivos a partir de una bobina electromagnética que se coloca sobre el cuero cabelludo. Dichos pulsos son capaces de atravesar las estructuras del cráneo y la piel, inhibiendo o excitando zonas concretas del cerebro. "Al principio, estimulamos áreas [Broca y Wernike, asociadas clásicamente con la producción del lenguaje] con las que la mejoría era muy discreta pero después, a raíz de una publicación que hablaba de la corteza motora suplementaria como un punto cardinal en la organización y la fluidez del lenguaje, decidimos probar esta nueva zona" y... vo.
En Guillermo, cuenta el neurofisiólogo, "extrapolamos el protocolo del tratamiento para las afasias (trastornos del lenguaje) producidas por los ictus. Aplicamos 3.000 estímulos diarios con una alta frecuencia (10 hercios) durante 20 días". Los resultados fueron inmediatos.
Han pasado seis meses desde el tratamiento y el joven paciente sigue disfrutando de los beneficios. En teoría, relata el especialista del Gregorio Marañón, "se prevé que el efecto sea temporal, por lo que habría que repetirlo con el paso del tiempo". No obstante, también "sabemos que el efecto es acumulativo, funciona más y mejor a base de repetición". A esto se suma otro factor: la retroalimentación. En palabras de Guillermo, "ganas en confianza, te relajas, te sientes mejor y se produce una especie de mejoría sostenida".
Los resultados son tan esperanzadores que juntos tienen un siguiente reto. "Tenemos que demostrar que este efecto positivo se consigue no sólo en Guillermo sino en un grupo más amplio de gente. Probaremos con nuevos protocolos y en diferentes áreas del cerebro", adelanta Prieto.
El Mundo
19/07/2019