Cuando era niño, el científico británico John Gurdon fue calificado con un dos sobre 50 en un examen. Su profesor escribió sobre él: «A menudo se encuentra perdido, porque no escucha. Insiste en hacer las cosas a su manera. Me ha llegado la noticia de que quiere ser científico. En las circunstancias actuales, me parece algo ridículo. Sería una pura pérdida de tiempo no sólo para él, sino también para los que deberán enseñarle».
Cuando era niño, el científico español Javier Tamayo suspendía seis en segundo de ESO. Su profe-sor le hizo levantarse en el aula con 12 años junto a otro chico: «Ustedes dos son los alumnos con el cociente intelectual más bajo de la clase. Es mejor que dejen los estudios de una vez y se dediquen a trabajar».
El prestigioso premio de Física que acaba de ganar el segundo no tiene nada que ver con el Nobel de Medicina que ganó el primero en 2012. Javier no es John.Tamayo no es Gurdon. Madrid no es el pueblo de Eton (Inglaterra). La Complutense no es Cambridge.
Hablamos de generaciones distintas, sí.
Pero valga el paralelismo entre ambas anécdotas para pintar una línea en el suelo con la que arrancar esta historia: ahí fuera (incluso lejos del microscopio), las cosas no son lo que parecen.
Y menos los niños.
(...)
Si a su hijo le dicen que no sirve para estudiar pero lo que en realidad le sucede es que es disléxico; si nadie le ayuda con ello y en la escuela le piden que repita curso a los siete años; si es expulsado con preocupante frecuencia al pasillo; si es un abonado seguro a los exámenes de recuperación; si recuerda la enseñanza que tuvo en la escuela como una «humillación»; si ocurre todo eso, decimos, siempre se puede rebelar contra todo y contra todos acordándose de Javier Tamayo.
Sucedió el pasado 12 de diciembre en Madrid. El mejor físico español recogía el galardón más importante de su disciplina: elPremio Física, Innovación y Tecnología concedido por la Real Sociedad Española de Física (RSEF) y la Fundación BBVA. Su equipo creó hace años un microchip capaz de detectar el sida a la semana de contagio. Ahora había desarrollado unosdispositivos ultrasensibles para rastrear huellas de tumores en estadios tempranos. Le tocaba hablar. Estaba su familia delante. Su discurso transcurría con normalidad hasta que, a la hora de los agradecimientos, abrió un melón que jamás había tocado.
A mi profesor de Física que, con 15 años, cambió mi magnífica trayectoria de fracaso escolar y terror de mi colegio en un decente estudiante de Física. Gracias. Problemas como la dislexia, la hiperactividad o la falta de atención todavía no son bien tratados y son una fuente de talento que se desperdicia. O lo que es peor, dan lugar a problemas emocionales y de autoestima que acompañan toda la vida.
ElprimerJavier habría salido boca abajo en un reportaje sobre fracaso escolar. Uno de esos bad boys incomprendidos en los tumultuosos ochenta. Por entonces, la atención diversificada era una entelequia y a los chicos con inteligencias distintas como la de Javier se les pasaba el cortacésped por encima. Mejor nos lo cuenta él.
«Era disléxico y aquello me generaba muchas dificultades. La EGB fue una cosa extraña.
Estuve a punto de repetir primero de EGB. Estaba entre lo peor del colegio. Y eso me lo repetían constantemente.
Con 10 años ya llevaba una trayectoria de ser expulsado, de sufrir ciertas humillaciones por el profesorado, te conviertes en un outsider. Pasaba mucho tiempo fuera de clase, dando vueltas sólo por el patio. El caso es que al principio era un niño tranquilo, sin ninguna identidad. Hasta que de repente, como escuchas que no vales nada, te pones a hacer tonterías para ser alguien».
El segundo Javier ha salido siempre boca arriba. Que si sus investigaciones contra las enfermedades. Que si sus publicaciones en Nature nanotechnology. Que si su trabajo junto a Priscila Kosaka. Que si sus estudios sobre las propiedades mecánicas de los virus. Ahora por sus avances en la detección tempranísima del cáncer. Mejor nos lo cuenta él.
«¿Cómo lo explicaría? En la sangre hay un montón de cosas: glóbulos blancos, rojos, proteínas... Todo está en concentraciones normales hasta que la persona enferma. Los biomarcadores actuales se manifiestan cuando la enfermedad está bastante desarrollada.
Lo que hemos logrado es una tecnología que tiene una sensibilidad brutal con la que puedes encontrar una aguja en un pajar. Estos dispositivos serían capaces de detectar las proteínas que libera el tumor en su estadio más temprano y contribuir a un diagnóstico muy precoz».
Javier y el suspenso. Javier y el sobresaliente. Y la mezcla de los dos Javieres -la que nunca cuenta- la tenemos aquí hoy.
-¿Alguna vez pensaste que llegarías a esto?
Cuando has sido un perdedor toda tu vida, estás más acostumbrado al fracaso que a otra cosa.
De hecho, a veces, me sienta mal el éxito.
-¿Y eso?
-No me sienta bien esa ropa, no sé.
-...
-Mi historia escolar es una historia de fracaso. De escuchar que no vales para nada... Yo, hasta hace muy poco, no he logrado disfrutar de la ciencia. Cuando no tienes autoestima, siempre te pones en duda. Si algo sale mal, te dices que tú lo has hecho mal. Es un tormento. Al final, los que te han puteado son voces en tu cabeza. El trauma infantil no se pasa en tu vida. Vives con escenas como aquella.
La escena.
Transcurre en un colegio religioso cuyo nombre nos pide que omitamos y que está por el barrio madrileño de Ventas. El profesor es un cura que también es director del centro. Ya están los resultados de los test de inteligencia de los alumnos. Coge la lista. Sonríe. Cita a Javier y a otro chico llamado Martín. Sonríe. Les comunica delante de todos lo que son: lo peor de la clase. Sonríe. Les invita a que dejen los estudios. «Como el que te hace un favor». Sonríe.
Han pasado más de 35 años desde entonces. O eso dicen las leyes del espacio y del tiempo. Pero no.
«Siempre. Siempre llevo en la mochila aquella escena».
Yo no he disfrutado de la ciencia hasta hace muy poco. Cuando no tienes autoestima, siempre te pones en duda
Estamos en el Instituto de Micro y Nanotecnología del CSIC.
No sabemos lo que llevará hoy en la mochila, pero el jefe del equipo de investigación de Bionanomecánica tiene el despacho como si le hubiese dado la vuelta a una bien grande y la hubiera desperdigado por ahí. Papeles con secuencias de datos.
Dos pares de zapatillas deportivas sobre la mesa. Un recipiente con almendras peladas al lado. Una pizarra ininteligible con anotaciones en rotulador. Una pantalla encendida donde investiga el «temblor de las células tumorales». Música punk en su lista de Spotify. La imagen de Epi y Blas en la pared. Y Spiderman en el armario, enredándolo todo.
Si ésta fuese una entrevista sobre ciencia, abundaríamos en lo que nos cuenta. Cosas como: «Nos metimos muchas hostias hasta que hubo una cosa que empezó a funcionar en 2014». Cosas como:
«Nuestra previsión es que este avance pueda aplicarse en cinco años»
Como: «Lo repetimos infinidad de veces, los físicos somos unos locos de la repetición, y salía bien». Cosas como: «Al científico español se lo rifan en el extranjero por su capacidad de trabajo». Cosas como: «A un bombero le dan una manguera. Nosotros sacamos nuestra plaza, pero no tenemos cosas para investigar».
Pero esto es una crónica sobre la infancia y la superación. Así que volvamos a Javier uno.
-En Secundaria la cosa cambió.
-¿A mejor?
-A peor... Me quedaban seis o siete. Empezó mi vena un poco más salvaje en el BUP. Pasaba de las humillaciones: cosas como mandarme a casa porque no me sabía el Credo. Todo acabó siendo machacante. Te metes en una burbuja y lo vas llevando. Me sentía vacío, solo, sin identidad. Ya tenía un montón de expedientes. Por cosas como entrar en el colegio de noche, beber en el recreo o coger una moto y tirarla a un contenedor. Hay un momento en que mi padre lo está pasando mal. No le va bien en la empresa, no hay dinero, tiene problemas en el corazón... Yo decía que, si se moría mi padre, yo me moría. Sentía mucha vergüenza de mí mismo cuando venían los test de inteligencia, no tenía narices para enseñárselos a mi padre. Me sentía la última mierda.
(...)
Entonces aparece un profesor de Física en 3º de BUP. No uno con la pasión vocacional del Robin Williams de El club de los poetas muertos, no. Sino uno que se ponía a leer el Abc en clase, mientras él fumaba Ducados y los alumnos resolvían los problemas con Javier al fondo.
«Yo apenas estudiaba su asignatura. Hacía los exámenes como el que hace un pasatiempo. Me entretenía.
Un día me dijo algo que me repitió más veces. Algo que lo cambió todo: 'Esto se te da muy bien, chaval. Si hicieras Física, tendrías la vida resuelta'».
Y así llegamos a Javier dos.
El COU fue exitoso. La carrera fue en la Complutense. La meningitis fue cuando hacía la tesis sobre el microscopio de fuerzas atómicas. La especialización fue en Bristol. La paternidad fue hace ocho y 12 años. Aquella frase del profesor Julián también va en la mochila.
«Las ideas locas son muy necesarias», repite Javier. Por eso hace muchas cosas por probar.
Como cuando al hijo que le daba vergüenza su cociente intelectual se le murió el padre. De cáncer de vejiga. Y, a los pocos meses -siendo físico y no médico-, se puso a probar cosas contra la enfermedad. Un hallazgo un millón de veces más preciso
Javier Tamayo y su equipo han logrado desarrollar un dispositivo para la detección temprana del cáncer gracias a «nanosensores que perciben concentraciones muy bajas de moléculas biológicas en fluidos como la sangre, el plasma, la saliva o la orina». En concreto, señala el científico, detectan moléculas en concentraciones «un millón de veces inferiores a las detectables con las técnicas actualmente disponibles en hospitales». Por todo ello, el jurado del premio considera su trabajo «un claro ejemplo de cómo el éxito de la investigación de física básica tiene un alto impacto en la sociedad y puede transferirse a la industria». En efecto, su técnica ya está siendo desarrollada por una empresa de base tecnológica, MecWins, una 'startup' fundada por el propio Tamayo y la científica Monserrat Calleja, que además de ser una notable física también es la mujer de Javier. «La investigación básica es conocimiento, y una sociedad con más conocimiento es una sociedad mejor».
El Mundo-Pedro Simón
31/01/2019